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Hace más de 200 años, una comunidad de personas altas, fuertes y, notablemente, blancas, desembarcó en un rincón remoto del Pacífico Colombiano. Esta rareza, en una costa donde la población afrodescendiente es la mayoría, hizo que se ganaran un apodo curioso: vikingos. Aunque no son de origen nórdico, su herencia y su talento para la construcción naval los convirtieron en una leyenda viva en el Pacífico nariñense. Hasta allí llegó un equipo de Los Informantes.
Playa Mulatos es ese "mágico lunar blanco" donde habitan. Ubicada en una isla rodeada de manglares, llegar allí requiere un recorrido de 12 horas en barco desde Buenaventura, o un par de horas en lancha desde Guapi o Tumaco.
La creencia popular que vinculaba a los mulateños con Escandinavia se cimentó en varias características, según explicó en Los Informantes un habitante, Bernardo Reina Salas: "Siempre la gente nos decía que éramos vikingo por el color de la raza los rangos de los ojos y el tema de la carpintería y la marinería".
Sin embargo, la investigadora Estela Rodríguez descubrió que esta comunidad no tiene nada de vikingos. Los mulateños son en realidad descendientes de españoles que llegaron a la zona hace más de dos siglos, atraídos por las minas de oro de Iscuandé, Nariño.
Aislados en este territorio remoto, y sumado a un "racismo muy fuerte" que practicaron por varias décadas, la comunidad no se mezcló. Empezaron a casarse entre primos y familiares, lo que llevó a que los apellidos comunes se repitieran: Reina, Salas, Paredes, Estupiñán. Esta endogamia ha hecho que los nombres de los habitantes se confundan, tal como en Cien años de soledad.
La historia de los mulateños está marcada por un periodo de segregación extrema. Bernardo Reina Salas relató cómo sus ancestros, aun siendo una minoría en la población, mantuvieron un racismo más absurdo.
El desprecio por la población afro llegaba a ser "impresionante". Reina Salas evocó las estrictas normas de exclusión de sus abuelos: "si un negro llegaba y tomaba agua en tu casa con un vaso, desechado el vaso; si pisaban en la arena, botaban la huella". Incluso había personas que vigilaban la playa para evitar que los "morenos" se acercaran. Una habitante con más de 80 años, conocida como Tía Lucha, recordó a un señor llamado Astolfo, quien "no dejaban entrar nada de moreno" y si no hacían caso "les tumbaba la red en la noche".
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Por cuenta del aislamiento y la falta de oportunidades, los hijos de los mulateños han decidido irse a Buenaventura y otros lugares. En la actualidad, solo quedan alrededor de 90 personas. La profesora Dinora Erazo, la única maestra que queda en la zona, ha visto partir a decenas de alumnos que hoy son arquitectos y enfermeras, luego de haber trabajado allí por casi 40 años.
Hoy, el color de la piel es lo de menos y los descendientes se sienten orgullosos de su herencia afro, bailando currulado y cocinando con piangua y chilla.
Más allá del mito vikingo, los mulateños tienen otra fama que sí es real: son los constructores de barcos más reputados del Pacífico nariñense. El talento heredado para construir embarcaciones de madera ha sido tan distintivo que generó su segundo apodo: culimochos.
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Este nombre se debe al diseño de sus barcos. La popa (la parte trasera del barco) era corta, por lo que "por eso vino el apodo de culimocho". Estos barcos, conocidos como "barcos de cabotaje", son comunes para transportar víveres y madera.
La tradición de ser carpinteros navales probablemente proviene de los dos astilleros de barcos pertenecientes a la corona española que existieron en Tumaco e Iscuandé. Lo más sorprendente es el método de construcción: no se utiliza un plano. Bernardo cuenta en Los Informantes que construyen los barcos con las medidas "en la mente". Antiguamente se usaba el berbiquí (herramienta similar a un taladro) y serruchos troceros, sin necesidad de motosierra, cepillo eléctrico o taladro. Las maderas usadas incluyen el nato, el mangle y el quiebrahacha.
El proceso de construcción es tan singular que recuerda la escena de 'Cien años de soledad' donde José Arcadio Buendía encuentra un galeón español varado en la selva, pues hoy, por culpa de la erosión, los barcos se construyen tierra adentro, "dentro de la selva".
Playa Mulatos es también escenario de eventos que se confunden con la ficción. Aunque no sufrieron la peste del insomnio ni la masacre de las bananeras, como en Cien años de soledad, sí enfrentaron una catástrofe de "proporciones bíblicas": el tsunami del 12 de diciembre de 1979.
El epicentro del terremoto que desató las olas fue a 10 km de la costa de Tumaco. El impacto fue tal que las olas llegaron hasta Hawái. Bernardo Reina Salas, que estaba de pesca ese día, recordó la advertencia de su papá: "no, eso es un maremoto". Cuando llegó a la orilla, su casa ya se había caído, “estaba de lado, se había ido".
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Este tsunami dejó cerca de 450 muertos en la costa y marcó el inicio de la erosión que hoy amenaza con desaparecer la comunidad. La erosión costera se ha intensificado, siendo "más fuerte" desde el 2024. El mar ya se llevó la escuela de la comunidad, de la cual solo queda el recuerdo de dónde estaban las paredes y el baño.
Debido a que el mar se está ‘tragando la tierra’, los mulateños están construyendo un nuevo pueblo en un lugar conocido como El Cacao, incluyendo el cementerio.
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Así como la erosión se está llevando la playa, el color blanco distintivo de la piel de esta comunidad también irá desapareciendo "del todo" a medida que las nuevas generaciones continúan mezclándose y abandonando el racismo de sus antepasados. La predicción de sus ancestros parece cumplirse: "mulatos desaparecen, lo que el mar pone, el mar se lo lleva".
Se estima que en 25 años la playa ya no existirá y el mar llegará al borde de los manglares. Sin embargo, la tradición de los inmensos barcos que construyeron y que navegan de puerto en puerto, serán el recuerdo imborrable de que allí "alguna vez hubo vikingos, aunque no fueran de verdad".