Cristophe Koopmans, de 45 años, volvió a la vida luego de permanecer 11 semanas en coma a causa del coronavirus. Su probabilidad de vida era solo del 1%.
Lo que empezó como una simple participación en un festival de su ciudad natal, en Bélgica, terminó siendo el episodio más trascendental de la vida para él y su familia.
“Estás bien, estás en la unidad de cuidados intensivos en Lovaina. Aún no puedes hablar, tienes una máquina de intubación ¿de acuerdo?, pero ya lo estás haciendo mucho mejor”, estas fueron las primeras palabras que escuchó Cristophe en su regreso a la vida.
Su esposa y sus hijas mantuvieron por casi tres meses la esperanza en los aparatos que le daban vida artificialmente. La ilusión de volver a verlo sano pendía de un 1% de probabilidades. Ese uno que se convirtió en milagro.
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Cristophe no sufría de nada. Siendo joven, vital y positivo nunca pensó contagiarse.
“Pensé que era solo la gripe. Llamé al médico y me dijo, en este momento, que no tenía ningún síntoma de COVID-19. Descanse y tome paracetamol. Tres días después me sentía igual de mal y, queriendo ir a mi cama, intenté subir las escaleras y llegué hasta la mitad”, recuerda.
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Lo demás es historia: visita al hospital, prueba positiva y un coma inducido, que su esposa permitió registrar para mostrarle al mundo que el coronavirus no es un juego.
Esta historia terminó bien, pero ya van más de 649.208 personas en todo el mundo a las que el COVID-19 no les permitió un final feliz.