Hugo Pinzón, el esposo y padre de las colombianas que murieron en el desierto de Arizona tratando de llegar a Estados Unidos, vive estos días en medio del dolor la tragedia y el recuerdo de sus familiares.
“Fue el amor de quererme traerme a mi hijo a los Estados Unidos”, dice Hugo Pinzón, esposo y padre de colombianas fallecidas.
En Estados Unidos, donde espera que le entreguen las cenizas de su compañera Marcela y de la pequeña María José, Pinzón busca recuperar a su hijo con una prueba de ADN.
“Eso fue un milagro de Dios, de vida, porque mi esposa dio la vida para traerme al pequeño, a mi hijo, para que me conociera. No lo conozco aún en persona”, indica Hugo.
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Marcela llevaba una querella que había colocado en marzo ante una comisaria de Tunja en la que denunciaba amenazas que habría recibido y con la que esperaba iniciar un proceso de asilo en ese país.
Esa misma tristeza de Hugo es la que embarga a Ricardo Sarabia y Guadalupe Lares Núñez, del centro de comando y control en Sonora, quienes recibieron la llamada desesperada de Marcela y su hija pidiendo auxilio.
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Según ese organismo de control, en la zona fronteriza son rescatados vivos pero también hallados muertos decenas de migrantes que son engañados por los coyotes.
“El abandono en el desierto es más común, sobre todo cuando llevas menores, porque para ellos es más difícil avanzar”, dice Guadalupe Lares, coordinadora del Centro de Control 911 de Sonora.
“Vienen ilusionados con mentiras. Les dicen ‘caminen una hora derecho’ y tristemente caen en las mentiras. No es cierto. Las personas creen que caminando llegan en una hora y no es cierto, el desierto es inmenso”, dice Ricardo Sarabia, del centro de control 911 de Sonora.
El caso de estas colombianas y el pequeño Cristian llevó a que se incrementaran las campañas para prevenir que los migrantes no realicen esas peligrosas caminatas en el desierto de Arizona.