Gracias a una amplia oferta de más de 800 sabores, el establecimiento se convirtió en uno de los íconos de la ciudad de Mérida.
La historia se remonta a 1981, cuando el portugués Manuel Da Silva tuvo la loca idea de vender helados de ajo, frijoles o pulpo.
Fruto de su esfuerzo, años después, su negocio entró al libro Guinness de los récords por ofrecer multiplicidad de sabores. Sin embargo, los deliciosos platillos ya no podrán ser disfrutados debido a la severa escasez que sufre Venezuela.
La falta de insumos básicos causó el cierre de las puertas del establecimiento.
"Uno hace el esfuerzo, aguanta hasta donde puede, pero llega el momento en que no resistes más", dijo José Ramírez, yerno de Manuel y encargado del local desde hace dos décadas.
"Llevamos años padeciendo el problema de la escasez, abasteciéndonos en el mercado negro. No conseguimos productos con nuestros proveedores tradicionales. Aparece un vendedor y uno le compra algún producto, pero la situación se ha complicado este año", explicó.
Cuando abrió, la oferta de la heladería se limitaba a cuatro sabores tradicionales: vainilla, fresa, chocolate y coco.
Un día a Manuel se le ocurrió hacer un helado de aguacate. Fue un éxito. "Y empezó a inventar, a probar con carnes, pescados, chipi-chipi (berberecho), ajo, cebolla", relató José.
La heladería entró en el libro Guinness en 1991, con 368 sabores, y revalidó la marca en 1996, con 591.
La lista creció en la medida que Manuel creaba nuevos helados y llegó a tener unos 860 sabores, clásicos y tan extravagantes como caraotas (frijoles negros), ají picante, remolacha, mondongo (una sopa de estómago de res) y muchos otros más.
Todos tenían al menos un toque dulce.
"La gente venía a probar cosas raras", rememoró con una sonrisa Luis Márquez, un joven que acostumbraba visitar el lugar.
El establecimiento se alzó como punto turístico en Mérida -donde está el teleférico más alto del mundo, que alcanza los 4.765 metros sobre el nivel del mar- y figuraba en la guía turística Lonely Planet.
"Es una heladería con tradición de años y años para los turistas. Da tristeza", declaró a la AFP Mina Pérez, frente a las cerradas puertas de madera de la casa de paredes amarillas que alberga el negocio.
Sabor amargo
La caída de los precios del petróleo desde 2014 disparó la crisis y los venezolanos son azotados por la carestía de productos básicos y la inflación más alta del mundo, proyectada por el FMI en 720% para este año y en más de 2.000% para 2018.
"Tratamos de mantener precios asequibles, pero comerse un helado es un lujo para muchos", reconoce José, quien asegura que las ventas de la heladería Coromoto se desplomaron a la mitad entre 2015 y 2016.
Esa tendencia, sostiene, se ha mantenido en 2017. El año pasado cerró por tres meses, pero pudo reabrir. "Antes, en temporada alta, la heladería era una locura, llena; pero esos tiempos se acabaron", cuenta el hombre de 56 años.
En la heladería Coromoto una copa con dos bolas de helado costaba 5.000 bolívares (1,5 dólares según la tasa oficial). En Caracas una igual cuesta casi cinco veces más.
No parece ser mucho, pero el salario mínimo mensual en Venezuela llegó a 136.543 bolívares (40 dólares a la tasa oficial) tras un aumento de 40% decretado esta semana por el presidente Nicolás Maduro, a lo que se agrega un bono de alimentación de 189.000 (56 dólares).
Para José, el negocio dejaba de ser rentable, porque sus clientes se iban a alejar si subía los precios.
Una pareja, con dos niños, requeriría más de la sexta parte de un sueldo mínimo para comerse un helado cada uno.
La crisis, además, castiga a José en casa. Sufre depresión y se le ha hecho imposible conseguir medicamentos; y uno de sus dos hijos, huyendo de los problemas económicos, emigró a Chile. Su esperanza estaba puesta en la heladería: "Ojalá podamos volver a abrir", dice.
Updated: septiembre 13, 2017 09:40 a. m.