El olor a muerte, el ruido de las bombas y la atmósfera de destrucción parece quedar atrás para 35.000 personas que lograron salir de Alepo, entre ellos, cientos de niños. Esos mismos pequeños que se quedaron sin aulas para estudiar, sin calles para jugar y sin amigos, familiares; sin casa ni escuela.
“Antes de la revolución no sabíamos lo que era la guerra, pero ahora ya nos acostumbramos a los bombardeos, a los francotiradores, conocemos todos los tipos de balas”, revela una de las pequeñas.
La vida los obligó a volverse expertos en defensa y como si de un juego se tratara, queman llantas, como una estrategia para afectar la visibilidad de los aviones artillados que arrasan lo que encuentran a su paso.
Estos niños buscan recuperar su infancia, pero lejos de las bombas que dejaron más de 312.000 muertos.
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