Cientos de miles de pobres de todo el país se congregaron este domingo en Antananarivo para asistir a la ceremonia presidida por Francisco.
La misa reunió a un millón de fieles en el lugar llamado Soamandrakizay ("Un bien para la eternidad", unas 60 hectáreas de antiguos viñedos acondicionadas), más de los 800.000 que esperaba la iglesia católica local.
En el inmenso terreno situado en un extremo de la capital los fieles esperaron al pontífice protegiéndose con plásticos del polvo barrido por el viento.
Pese a la fatiga de la espera y ataviados con sombreros amarillos y blancos, saludaron alegres a Francisco, quien llegó a bordo de un papamóvil fabricado en la isla de Madagascar.
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En primera fila, frente a la tribuna, estaban las personalidades, bien vestidas, sentadas en cómodas sillas bajo toldos blancos. La homilía pareció dirigirse a ellos, los ricos de un país de 25 millones de habitantes, donde nueve de cada diez sobreviven con menos de dos dólares al día.
No hay que "manipular el Evangelio" sino "construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotación", dijo el pontífice.
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"Privilegio y exclusión"
Francisco fustigó "ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegios y la exclusión", criticando los "favoritismos", "amiguismos" que consideró "corrupción".
Ante la multitud, para quien el consumismo es un sueño inaccesible, el papa subrayó que las riquezas no permiten necesariamente acercarse a Dios, y denunció la "carrera por la acumulación" que se vuelve "agobiante y abrumadora", exacerbando "el egoísmo y el uso de medios inmorales".
Miles de personas tomaron desde el amanecer la carretera para llegar a la capital malgache y asistir a la misa, otros llegaron en los últimos días a Antananarivo y durmieron en tiendas instaladas en las aulas de las parroquias y escuelas.
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Desde la iglesia de Andravoahangy, unos 5.000 peregrinos recorrieron el camino a pie, durante dos horas y bajo el frío.
El papa visitó después una ciudad de 25.000 habitantes, Akamasoa ("Buenos amigos", en malgache), creada sobre un antiguo vertedero de basura por el padre argentino Pedro (71 años), quien sacó a miles de personas de la miseria y es una figura central del catolicismo en Madagascar.
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Una multitud de jóvenes se reunió en un gimnasio para recibir al sumo pontífice, ondeando banderines cuando ingresó junto a Pedro, al que algunos califican aquí como el "brazo de Dios" y "el segundo papa".
"Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre", dijo el papa.
"Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros", añadió, según la versión en español brindada por el Vaticano.
"Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad", puntualizó.
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El sábado, durante un encuentro con las autoridades políticas y civiles del país, el papa llamó a luchar contra "la corrupción y la especulación que aumentan la desigualdad social", evocando "la gran precariedad" a veces "inhumana" en que vive la población de la isla.
Desde su llegada al país, multitudes de pobres esperaron el paso del auto del papa en cada uno de sus desplazamientos, a lo largo de caminos accidentados, en cuyos bordes destacaban los hornos de ladrillos artesanales y modestos puestos de fruta.
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La inestabilidad política ha frenado el desarrollo económico, principalmente basado en la agricultura.
En Madagascar, la quinta isla más grande del mundo, con 587.000 km2 y 25 millones de habitantes, muchos habitantes casi no comen y no van a la escuela, por lo que las instituciones religiosas juegan un papel importante en la educación y la salud.