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Brent Chapman tenía 13 años cuando perdió la vista a causa de una reacción grave al ibuprofeno. Todo comenzó como un malestar leve durante un torneo de baloncesto y resultó con un diagnóstico poco frecuente: síndrome de Stevens-Johnson, una afección que puede provocar daño severo en la piel y en las mucosas, incluidos los ojos. Desde entonces, su vida estuvo marcada por múltiples intentos médicos para revertir la ceguera, ninguno con éxito duradero.
21 años después, este residente de North Vancouver volvió a ver gracias a una cirugía que muchos describen como sorprendente: el implante de un diente en el ojo, técnica conocida en el ámbito médico como osteo-odonto-queratoprótesis. El procedimiento fue dirigido por el oftalmólogo Greg Moloney, especialista del Hospital Mount Saint Joseph de Providence Health Care en Canadá, según indicó el medio local Today.
El método fue diseñado en la década de 1960 en Italia como alternativa para personas con daño corneal severo que no podían beneficiarse de trasplantes tradicionales. A diferencia de otros implantes artificiales, este utiliza tejido dental del propio paciente para fijar una pequeña lente óptica. La estructura es biocompatible porque el organismo la reconoce como propia, lo que reduce el riesgo de rechazo.
Aunque han pasado más de sesenta años desde su desarrollo, el procedimiento sigue siendo excepcional: solo algunos cientos de pacientes en todo el mundo han tenido acceso a él. En América del Norte, el Instituto Oftalmológico Bascom Palmer en Miami es uno de los pocos centros autorizados para aplicarlo en Estados Unidos, mientras que en Canadá apenas se han realizado algunos casos, incluido el de Chapman.
La operación se realiza en varias fases, según indicó el medio mencionado, primero se extrae un diente sano del paciente, generalmente un canino por su tamaño y resistencia. Ese diente es modificado para aplanarlo y perforarlo, de modo que pueda alojar una lente de plástico en el centro. Posteriormente, el conjunto se implanta temporalmente en el tejido de la mejilla o bajo el párpado para que se recubra de tejido vivo.
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Tras unos meses, cuando la estructura ha cicatrizado y adquirido estabilidad, se implanta en la parte frontal del ojo afectado, reemplazando la córnea dañada. El resultado es una nueva "ventana" transparente que permite el paso de la luz hacia la retina y el nervio óptico, siempre que estas estructuras internas estén en buen estado. En el caso de Chapman, su ojo izquierdo estaba completamente afectado e irreparable, pero en el derecho conservaba un nervio óptico funcional. Esa fue la base para considerar que era candidato a la cirugía.
Antes de llegar a esta solución, Chapman se sometió alrededor de 50 procedimientos médicos, incluidos diez trasplantes de córnea. Ninguno logró restituirle la visión por un tiempo prolongado. La severidad del daño en la superficie ocular hacía que los injertos no prosperaran. El doctor Moloney lo explicó con una comparación sencilla: "Intentar trasplantar una córnea en ese ojo era como plantar una flor en un desierto; no tenía condiciones para sobrevivir". La alternativa de la osteo-odonto-queratoprótesis, aunque compleja y poco común, era la única opción viable.
Después de la segunda fase de la cirugía, realizada en junio de este año, Chapman comenzó a percibir movimientos y formas. A medida que pasaron las semanas y el ojo cicatrizó, su visión se estabilizó en un rango estimado entre 20/40 y 20/30, suficiente para leer, caminar sin bastón y volver a practicar deportes como el baloncesto. Ahora, Chapman debe utilizar gafas de sol para reducir el deslumbramiento y el pronóstico a largo plazo no es absoluto: los estudios médicos indican que la probabilidad de que el implante se mantenga estable después de 30 años es superior al 90%, pero la de conservar la visión en el mismo nivel ronda el 50%.
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Él mismo describió la cirugía como "un mundo completamente nuevo" al poder ver nuevamente rostros, objetos y espacios cotidianos. Uno de los momentos más emotivos ocurrió cuando pudo mirar directamente a los ojos a su cirujano tras dos décadas sin contacto visual. Y aunque se trata de un procedimiento reservado a casos muy específicos —pacientes con daño corneal severo, pero retina y nervio óptico sanos—, la experiencia de Chapman puede ser útil para futuros procedimientos en otros pacientes.
"Siempre le dijimos a Brent que iríamos a cualquier lugar y haríamos lo necesario para darle una oportunidad. Finalmente, lo conseguimos", expresó su padre, Phil Chapman.
VALENTINA GÓMEZ GÓMEZ
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vgomezgo@caracoltv.com.co
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