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Hablar de Dragon Quest es hablar de los cimientos del RPG japonés. Son juegos que sentaron las bases del género tal como lo conocemos, y aunque sus primeras entregas hoy se sienten primitivas, siguen siendo parte esencial de la historia del gaming. Por eso, cuando Square Enix anunció Dragon Quest I & II HD-2D Remake después del éxito del remake de Dragon Quest III, la expectativa fue inmediata: ¿cómo modernizar dos juegos tan simples sin destruir su esencia?
Lo cierto es que Dragon Quest I y II no son títulos que destaquen por su narrativa o complejidad. Ambos fueron revolucionarios en los 80, pero con los años quedaron como curiosidades históricas más que experiencias completas. La decisión de rehacerlos con el espectacular motor HD-2D parecía arriesgada, y muchos pensaban que bastaría con darles un nuevo look. Sin embargo, el equipo de Artdink, bajo la dirección de Square Enix, decidió ir más allá: no solo renovaron el apartado visual, sino que también reimaginaron mecánicas, expandieron historias y ajustaron el ritmo de cada aventura.
El mayor cambio llega con Dragon Quest I. En su versión original, el juego era un viaje solitario, casi experimental. Ahora, los desarrolladores agregaron un sistema de combate con múltiples enemigos y nuevas habilidades que permiten una mayor profundidad táctica. El héroe tiene más recursos a su disposición, lo que hace que cada batalla se sienta más dinámica. Además, se incorporan pequeñas líneas narrativas adicionales: rivales que también buscan el poder del héroe legendario Erdrick, aldeanos que cargan con el trauma del ataque del Dragonlord y personajes secundarios que dan más contexto al mundo.
Estos detalles pueden parecer menores, pero le inyectan personalidad al juego y rompen con la monotonía de la versión original. Los añadidos narrativos no cambian el rumbo del viaje, pero lo enriquecen lo suficiente como para mantenerte interesado en cada conversación y misión secundaria.
Por su parte, Dragon Quest II recibe un tratamiento aún más ambicioso. Aunque conserva la estructura clásica del trío de héroes descendientes de Erdrick, ahora cuenta con eventos adicionales, jefes inéditos y nuevas zonas que amplían el mapa. También se siente más coherente con Dragon Quest III HD-2D, completando mejor la llamada “Trilogía de Erdrick”. El resultado es un juego que, sin perder su alma retro, se adapta con naturalidad a los tiempos modernos.
Los remakes traen consigo mejoras sustanciales de calidad de vida. Ambas entregas incluyen minimapas, marcadores de objetivos, nuevas habilidades, una navegación más fluida y la posibilidad de viajar con el hechizo Zoom sin limitaciones. Además, los jugadores pueden activar o desactivar varias de estas ayudas, lo que permite ajustar la experiencia: desde una más clásica y desafiante, hasta una más ágil y moderna.
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El sistema de progresión sigue siendo simple —subir niveles, aprender hechizos, mejorar equipo—, pero ahora hay un componente estratégico adicional gracias a los “pergaminos de habilidades”, objetos de un solo uso que otorgan técnicas especiales. Esto agrega un pequeño toque de táctica al decidir qué personaje obtiene cada habilidad.
En combate, Dragon Quest I brilla más que antes gracias al rediseño de su estructura. Aunque sigue siendo posible sufrir una derrota por un golpe crítico aleatorio, el balance general es más justo. En Dragon Quest II, el ritmo también mejora, aunque su dificultad puede sentirse irregular en algunos tramos. Lo mejor es que ambos juegos, pese a su antigüedad conceptual, se sienten sorprendentemente frescos al jugar.
Si algo distingue a esta nueva trilogía de remakes es su motor visual. El estilo HD-2D, ya visto en Octopath Traveler y Triangle Strategy, alcanza un nuevo nivel de refinamiento aquí. Las luces, sombras y efectos de profundidad transforman cada pueblo y mazmorra en una pequeña obra de arte. Las animaciones de los monstruos son adorables y fluidas —especialmente los icónicos Slimes y Drackys— y las batallas lucen con una elegancia que mezcla nostalgia y modernidad.
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Lo curioso es que los enemigos siguen siendo pequeños sprites, algo que al principio puede parecer una limitación. Pero con el tiempo se vuelve parte del encanto: hay tanta expresividad en sus animaciones que no hace falta más. En conjunto, el estilo visual logra lo que pocos remakes consiguen: hacer que algo antiguo se sienta nuevo sin perder su identidad.
La música de Dragon Quest es parte del ADN de la saga, y aquí no decepciona. Las composiciones orquestales clásicas de Koichi Sugiyama suenan majestuosas en HD-2D, con arreglos y grabaciones que ya habían sido usadas en lanzamientos recientes, pero que se integran de forma impecable. Cada pueblo, cueva y combate respira ese tono épico y melancólico tan propio de la saga.
Sin embargo, no hay demasiadas sorpresas en este aspecto. No hay nuevas piezas musicales destacables ni una reinterpretación radical de los temas originales, lo que puede dejar con ganas de más a quienes esperaban algo más arriesgado. Aun así, la presentación sonora es sólida y cumple con creces.
No todo en estos remakes es perfecto. Una de las decisiones más discutidas ha sido el uso de un inglés “arcaico” en la localización, con expresiones como “thou”, “thee” o “-eth” que buscan imitar el tono medieval de los juegos originales de NES. Al principio puede parecer simpático, pero con el tiempo se vuelve pesado y hasta distractor. Muchos fans de la saga prefieren el estilo humorístico y juguetón de las localizaciones más recientes, por lo que esta elección se siente un paso atrás.
También hay momentos donde la narrativa se siente forzada, especialmente en Dragon Quest II, donde algunos eventos adicionales no logran integrarse del todo bien con el material original. No arruinan la experiencia, pero sí se nota una falta de ritmo en ciertos tramos, como si el remake intentara estirar historias que en realidad funcionaban mejor por su simplicidad.
Lo más valioso de Dragon Quest I & II HD-2D Remake es que entiende perfectamente qué debe modernizar y qué debe conservar. Las bases del JRPG siguen intactas: explorar, luchar, subir de nivel, guardar en la iglesia y lanzarse otra vez a la aventura. Pero ahora todo está envuelto en una presentación preciosa y acompañada de mecánicas modernas que mejoran la experiencia sin romperla.
Square Enix y Artdink no se limitaron a “maquillar” los juegos, sino que les dieron una nueva razón de ser. Y aunque hay errores de tono y algunos tramos repetitivos, el resultado es un homenaje respetuoso y funcional a los orígenes del género.
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Para los veteranos, es una oportunidad de redescubrir dos clásicos con una mirada fresca; para los nuevos jugadores, una puerta de entrada perfecta al universo de Dragon Quest. Si este es el camino que seguirá la saga con futuros remakes, el legado de Erdrick está en muy buenas manos.
Dragon Quest I & II HD-2D Remake no solo reaviva la nostalgia, sino que logra que los juegos fundacionales de la saga vuelvan a ser relevantes. Es un ejemplo de cómo reinterpretar clásicos con respeto y visión. No todo funciona a la perfección, pero cuando un remake logra que dos títulos de los 80 se sientan actuales, algo se está haciendo bien.
Si alguna vez quisiste saber por qué Dragon Quest definió al RPG japonés, este par de remakes es el mejor punto de partida.
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