En lo corrido del año se han realizado 25 mil incautaciones. Los ejemplares muchas veces son cruelmente mutilados o empacados para sacarlos de su hábitat.
Un problema es el desconocimiento de la gente en el sentido de que estos animales no pueden ser tenidos como mascotas, pero otro más grave es el tráfico de especies animales, que, después del tráfico de estupefacientes y armas, es considerado el tercer negocio ilegal más lucrativo del mundo.
“Las técnicas para camuflar los animales muchas veces tienen como consecuencia el daño físico en sus patas, en sus alas”, dice Óscar López, director de Control Ambiental de Bogotá.
Y los que logran sobrevivir quedan lisiados de por vida. Luego de ser incautados por la Policía Ambiental en distintas regiones del país los animales son trasladados a un albergue temporal del distrito en Bogotá.
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“El animalito es rescatado por nosotros, nuestros biólogos, zootecnistas y luego va a un proceso de rehabilitación”, indica el secretario de Ambiente de Bogotá, Francisco Cruz.
El proceso es dispendioso y no hay garantías de que puedan regresar a su medio ambiente.
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“Muchas veces estos animales pues han sido humanizados por decirlo de alguna manera o han cambiado su comportamiento, lo cual impide que sean devueltos al ecosistema”, señala López.
Las jaulas contienen la evidencia: halcones que nunca podrán volver a volar, tropas de monos que jamás probarán la libertad de la selva. Un ocelote o tigrillo todavía guarda la esperanza de regresar a su hogar.
“Está siendo recuperado, lo tenemos en cuarentena y está aislado para que pueda cazar presas vivas y poder devolverlo para que pueda reincorporarse a la naturaleza”, señala López.
Pero no todos cuentan con la misma suerte.
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Es el caso de otro ejemplar de la misma especie, que fue vacunado como un perrito y de paso condenado a vivir en una jaula.
“Fue alterado literalmente en su sistema inmune y eso hace imposible devolverlo al medio porque estaríamos introduciendo agentes que no están en el medio natural y creando un posible descalabro de la población de tigrillos en el hábitat”, indica el director del bioparque La Reserva, Iván Lozano.
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La Reserva está enclavada en el cerro de Majuí en Cota, Cundinamarca; el sitio es un oasis para las víctimas de los traficantes de fauna silvestre.
Es un viaje a la selva tropical pero a 2.600 metros de altura. El canto de los pájaros y el calor sofocante reciben a los visitantes.
El invernadero simula el bosque seco, hay 22 grados de temperatura. Es el hogar de especies como una lechuza a quien le amputaron sus alas; aquí ella vive dignamente sus días de cautiverio porque jamás podrá regresar a su hábitat natural.
Lo mismo ocurre con un formidable búho real que la acompaña en su cautiverio como un símbolo de la barbarie humana.
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“Estas instalaciones están diseñadas para que los animales se sientan dueños y que los visitantes hagan un recorrido controlado sin afectar el comportamiento, por eso el búho no se altera con la entrada de los visitantes”, explica el director.
“El impacto es altísimo porque estos animales al ser depredadores no están ayudando a mantener esa cadena alimenticia, si nosotros quitamos un eslabón en esa cadena pues estamos alterando todo el ecosistema”, añade la bióloga Gabriela Robayo.
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El confinamiento del tigrillo que vacunaron, el que jamás volverá a los bosques, nos recuerda que los animales silvestres no son mascotas y que extraerlos de su medio es condenarlos al sacrificio o a la prisión perpetua.