Desde la cama 6 de la unidad de cuidados intensivos del Hospital Santa Clara, en Bogotá, habló una mujer antivacuna que ya lleva diez días internada. Nunca imaginó que su vida pudiera depender de un ventilador mecánico.
Tiene 40 años, gozaba de buena salud, pero por no creer en el COVID-19 ni en la vacuna ahora está pagando el precio de una enfermedad, que, según sus propias palabras, “es horrible, son unos síntomas horribles, uno ve mejor dicho el infierno y el cielo”.
Dice que no se inmunizó “por el miedo a la aguja, miedo a que me muriera, eso y que no creía y que fuera la voluntad de Dios y vea, tan bruta, que porque no quería la vacuna y vea. Tanto dudar y estoy a punto de la muerte por no creer, por no cuidarme”.
A pesar de la dificultad que tiene para hablar, esta mujer antivacuna, que trabaja como recicladora junto a sus dos hijos, quiso contar su historia porque lo que ella vive en carne propia no se lo desea ni a su peor enemigo.
Eso es como una tortura, entonces que se vacunen, mis hijos me regañan que porque no me vacunaba, que vea cómo está.
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Es creyente en Dios, pero su falta de fe en la vacuna contra el COVID-19 le está pasando factura.
Lo que padece ahora es “muy fuerte, sentir que se va la respiración, no poder dormir, es el miedo, esa tos, no poder dormir, no poder comer. Mejor dicho, horrible”.
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Las noches son eternas, respirar se convierte en un fuego que le quema el cuerpo y con su testimonio espera crear conciencia.
Guillermo Ortiz, líder UCI de la subred Centro Oriente, dice que hay dos tipos de pacientes internados: “Los vacunados, que generalmente tienen síntomas leves, que acuden a los servicios de urgencia, y los pacientes que llegan a cuidado intensivo con estados severo de complicación generalmente respiratoria que pertenecen a no vacunados o con esquemas incompletos”.
En Bogotá, la ocupación UCI está en el 68% y más del 60% de los pacientes internados no está vacunado.