Decir que Gabriel José de la Concordia García Márquez nació en Aracataca, Magdalena, el 6 de marzo de 1927, como lo asegura su familia, es comenzar una historia de una forma poco original, pues eso es bien sabido. Si se le añade que él, por el contrario, contaba con un certificado que decía 1928 es comenzar el relato del más grande escritor colombiano de todos los tiempos con un sello del desparpajo y sabor caribeño que inmortalizó en su obra.
El hijo mayor de Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez vivió en esa población hasta los 8 años de edad, rodeado de los cuentos, fábulas y leyendas familiares de sus abuelos, Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, que no solo alimentaron su infantil curiosidad sino que se convertirían años después en la materia prima de su obra maestra: "Cien años de soledad".
Fue en aquella infancia en la que el pequeño Gabriel haría su primer encuentro con la literatura a través de un casual descubrimiento en el fondo de un baúl. Era un ejemplar viejo y polvoriento de las "Mil y una noches" que le abrió, como a Scherezada, un mundo de historias mágicas y relatos fabulosos.
Pese a ese amor por las letras llegó a Bogotá a estudiar derecho en la Universidad Nacional, carrera que empezó por complacer a sus padres pero que no terminaría por una serie de hechos históricos y personales. El Bogotazo, que obligó al cierre del claustro, y la pérdida de sus libros y manuscritos personales durante los incendios posteriores lo convencieron de pedir el cambio a la Universidad de Cartagena.
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Allí comenzaría una carrera en el periodismo, oficio que no abandonó "nunca, ni por un minuto" como aseguraba.
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En 1955 viajó a Europa como corresponsal de El Espectador y durante este tiempo publicó su primera novela "La hojarasca", de la que cuenta que "la mayor parte se quedó en bodega y no recibió ni un céntimo por regalías". Aun así siempre la consideró una de sus preferidas porque "era la más sincera y espontánea".
También preparó durante esos años su, como le decía, cuento largo o novela corta "El coronel no tiene quien le escriba".
Cuenta que en aquella época vivía de "milagros cotidianos". Según relatan algunos de sus biógrafos allí recogió botellas, revistas y periódicos viejos para obtener unos cuantos francos.
Luego vendría, en los años 60, su trabajo como corresponsal de la agencia Prensa Latina en Cuba. Las amenazas de ciertos sectores que no veían con buenos ojos su amistad con Fidel Castro lo obligan a radicarse en México, país que convirtió en su casa.
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Su consolidación como genio de la literatura universal llega en 1982 de la mano del Premio Nobel, que le fue otorgado "por sus novelas e historias cortas en donde lo fantástico y lo realista son combinados en un mundo de la imaginación ricamente compuesto que refleja la vida y los conflictos de un continente", como lo explicó la Academia Sueca al concederle el honor.
Su legendario "La soledad de América Latina" es recordado como uno de los mejores discursos en la historia de los premio s. Los colombianos con la edad suficiente recuerdan a Gabo parado en ese majestuoso escenario dando una venia y luciendo con orgullo su impecable liqui-liqui, que vistió tercamente pese a la tradición del frac en la pomposa ceremonia. Fue un homenaje a su abuelo, que lo lucía en ocasiones especiales; a su madre, a quien el negro le parecía color de muerte, y a su costa Caribe.
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Tras eso fundó escuelas de periodismo y cine, publicó diversas obras, entre ellas sus memorias, y fue referente siempre de política, cine, literatura, periodismo, arte y casi cualquier tema. Cada movimiento, cada palabra, cada letra era venerada por los seguidores de su realismo mágico.
Todos estos años, todos estos viajes, todos esos momentos estuvo acompañado siempre de su inseparable Mercedes, la Gaba, a quien le volvió a pedir la mano cuando ella cumplió 80 años. Solo 67 años después de aquella primera vez.
Se ha ido el genio, el colombiano más ilustre del siglo XX, el padre de Remedios la bella, Aureliano Buendía, Florentino Ariza, Fermina Daza, Ángela Vicario, Sierva María de todos los Ángeles y muchos más.
Deja una enorme tristeza entre los colombianos, los mexicanos, los latinoamericanos y todos aquellos que amaron su pluma y el mundo que creó, que él insistía era solo la realidad que lo rodeaba.
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Parte demasiado pronto, porque así como escribió en "Del amor y otros demonios", su cuerpo humano no estaba hecho para los años que tendría que haber vivido.