El presidente Juan Manuel Santos presentó este miércoles ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva York el acuerdo de paz que pone fin a 52 años de guerra con las FARC.
El mandatario, que fue aplaudido, se dirigió luego ante la Asamblea General de la ONU. Este es el texto de su discurso:
“Señor Presidente de la Asamblea General, señores Jefes de Estado y de Gobierno, distinguidos delegados, señoras y señores:
Desde 1981 se instituyó la fecha de hoy –el 21 de septiembre– como el Día Internacional de la Paz, para promover en todos los rincones del planeta la solución negociada de los conflictos armados.
En 1982 –un año después de esta convocatoria mundial– Colombia empezó un largo y difícil camino para dejar atrás la violencia y alcanzar la paz.
Mis antecesores buscaron –cada cual a su manera– la paz para los colombianos, una tarea que también asumí desde el primer día de mi gobierno, en agosto de 2010.
He asistido en siete oportunidades a esta Asamblea para contarles los avances y expectativas del proceso de paz que ha adelantado el gobierno de Colombia con la guerrilla de las FARC, la guerrilla más grande y antigua del continente americano.
Dije hace un año –en este mismo podio– que esperaba volver aquí, en este año 2016, como presidente de una Colombia en paz, de una Colombia reconciliada.
Señoras y señores; representantes de las naciones del mundo: después de más de medio siglo de conflicto armado interno, hoy regreso a las Naciones Unidas, en el Día Internacional de la Paz, para anunciar –con toda la fuerza de mi voz y de mi corazón– que la guerra en colombia ha terminado.
El pasado 24 de agosto –en La Habana–, los negociadores declararon que todo estaba acordado y adoptaron el texto final del Acuerdo para la Terminación del Conflicto.
Cinco días después, se decretó un Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo que ha significado que –desde entonces– no haya habido un solo muerto, un solo herido, una sola bala disparada, por causa del conflicto con las FARC.
El próximo 26 de septiembre –en Cartagena de Indias– se firmará oficialmente el acuerdo, y el 2 de octubre se someterá a un plebiscito para que el pueblo colombiano lo refrende.
A partir de ese momento comenzará la concentración de los miembros de la guerrilla en diversos campamentos, donde entregarán sus armas a las Naciones Unidas en un plazo de 6 meses, e iniciarán su proceso de reincorporación a la sociedad.
Las armas se fundirán y se convertirán en tres monumentos a la paz: uno aquí, en Nueva York; otro en Cuba, la sede de los diálogos, y otro en Colombia.
¡Serán monumentos que nos recordarán que las balas quedan atrás, y comienza la construcción de un nuevo y mejor país!
Con emoción, lo reitero: Ha terminado el último y más viejo conflicto armado del Hemisferio Occidental.
América –el inmenso continente americano, con todas sus islas, desde la Patagonia hasta Alaska– ¡es ahora una zona de paz!
El Acuerdo logrado –luego de casi cuatro años de conversaciones públicas y más de un año de aproximaciones secretas– es la mejor noticia para Colombia, para América Latina y para el mundo.
¿Qué significa este acuerdo? Antes que nada, que las FARC desaparecen como grupo armado, se reincorporan a la sociedad y podrán convertirse en un movimiento político dentro de la democracia.
Se acordaron medidas para garantizar su participación política, para brindar mayores garantías a la oposición, y para fortalecer la democracia y el sistema electoral en Colombia.
También se definieron programas para mejorar la calidad de vida de los campesinos –que han sido los más afectados por el conflicto–, y para hacer posible el acceso a la tierra a aquellos que no la tienen o que la perdieron por causa de la guerra.
Este proceso de paz tuvo como principal característica que se centró en la protección y garantía de los derechos de las víctimas: a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición.
Para tal fin, se pactaron mecanismos como una comisión de la verdad, medidas de reparación y restauración, y un completo sistema de justicia transicional.
Esta es la primera vez en la historia de la resolución de conflictos armados en el mundo en que un gobierno y un grupo armado ilegal –a través de un acuerdo y no por imposiciones externas– pactan una justicia transicional para someterse a ella.
Los responsables de crímenes internacionales y otros delitos graves serán investigados, juzgados y sancionados.
Esto ha sido destacado positivamente por la Fiscal de la Corte Penal Internacional, por la propia Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y muchas otras organizaciones y expertos.
Estamos seguros de que este modelo de justicia –que se enmarca dentro de un sistema integral de garantía de los derechos de las víctimas, como lo establece el Estatuto de Roma– será un precedente útil para futuros procesos de paz.
Y hay algo más que quisiera resaltar del acuerdo: Sabemos que el narcotráfico ha sido un combustible de la guerra en Colombia y en el mundo.
Gracias al acuerdo, las FARC se comprometen a romper cualquier vínculo con esta actividad, y a cooperar, con acciones concretas, para combatir este fenómeno.
Esto tiene un enorme simbolismo: quienes alguna vez protegieron los cultivos ilícitos de coca, pasarán a convertirse en aliados del Estado para su erradicación.
Y algo similar pasará con el tema de las minas antipersonal, que han causado tantas víctimas mortales, tantas mutilaciones, a soldados, policías, campesinos y niños.
El Estado y las FARC trabajarán conjuntamente para lograr el desminado de todo el territorio nacional. Y todo esto tendrá –además– enormes beneficios ambientales, no solo para nuestro país sino para el planeta.
En la medida en que se sustituyan los cultivos ilícitos por cultivos legales, terminará la deforestación generada para sembrar coca. Ya no se verterán millones de barriles de petróleo a nuestros ríos y mares por causa de atentados a la infraestructura petrolera.
Y podremos cuidar y preservar mucho mejor ese pulmón natural que constituye la Amazonía.
Señoras y señores: una nueva Colombia saluda hoy a la comunidad internacional. Una Colombia llena de esperanza.
Una Colombia que –sin guerra– está lista para alcanzar su máximo potencial y para ser un factor positivo dentro del contexto mundial.
Una Colombia donde los recursos que antes se destinaban a la guerra los vamos a destinar –mejor– a la educación, a la salud, a la seguridad de los ciudadanos.
Una Colombia que abre sus brazos al mundo, y da la bienvenida a la inversión, al comercio y al turismo.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible ya están incorporados a la ley en nuestro país –fuimos los primeros en hacerlo–, y el Acuerdo de París frente el cambio climático ya está en el Congreso para que también se convierta en ley.
La paz –sin duda– nos permitirá cumplir con estos trascendentales compromisos con mucha más facilidad y efectividad.
Hoy, en nombre de cerca de 50 millones de colombianos, quiero expresar –desde el fondo del corazón– nuestra gratitud hacia la comunidad internacional por su continuo y permanente apoyo a la paz de Colombia.
Gracias a Cuba –anfitrión de los diálogos– y a Noruega, que fueron garantes de las conversaciones de paz. Y a Chile y Venezuela, que acompañaron todo el proceso.
Gracias a los Estados Unidos, a Alemania y a la Unión Europea, que designaron enviados especiales para acompañar las conversaciones.
Gracias –muchas gracias– a las Naciones Unidas, al Secretario General Ban Ki-moon y al Consejo de Seguridad, que estableció una Misión Política para liderar la verificación y monitoreo del cese al fuego y del desarme de la guerrilla.
Gracias a los países de América Latina y el Caribe, porque todos han apoyado este proceso.
Y gracias –de corazón, gracias– a tantos gobiernos, tantos países, tantas organizaciones, que nos han expresado continuamente su solidaridad, y también su disposición para apoyar a Colombia en la desafiante fase que tenemos por delante: el posconflicto.
Hoy puedo decir, en este recinto histórico, que hemos cumplido a los colombianos y al mundo.
En Colombia estamos pasando la página de la guerra para comenzar a escribir el capítulo de la paz. Y lo mismo aspiramos para el resto del planeta.
Por eso, toda nuestra solidaridad con las naciones que han sufrido y sufren los estragos del terrorismo a nivel global.
El ejemplo de Colombia debe dar esperanza al mundo de que sí es posible cumplir el anhelo de la paz, cuando hay voluntad y compromiso.
Para eso tenemos primero que desarmar los espíritus y también el lenguaje, porque las palabras incendian tanto como las bombas.
Tenemos que acoger y proteger a las víctimas y a los más vulnerables, incluyendo a esos miles de seres humanos que huyen de la guerra para buscar oportunidades más allá de sus fronteras.
En Colombia, estamos listos –más que listos– para seguir apoyando la razón de ser de las Naciones Unidas, que es la búsqueda de la paz en el mundo.
De mi parte –como mandatario de los colombianos–, me siento feliz, me siento emocionado, humildemente emocionado, al presentar ante ustedes el anuncio de la paz de Colombia.
Un conflicto de más de medio siglo llegó a su fin. Un conflicto que dejó más de 220 mil muertos y más de 8 millones de víctimas ha terminado.
Suenan en Colombia las campanas de la paz, y su eco llega a todas las naciones representadas en este recinto.
¡No queremos más guerra! ¡No queremos más guerras ni en Colombia ni en el mundo!
Hoy –señoras y señores– tenemos motivos para la esperanza, pues hay una guerra menos en el planeta. ¡Y es la de Colombia!
Muchas gracias.”
Updated: septiembre 21, 2016 03:32 p. m.