Este vallecaucano ha dedicado su vida a demoler estructuras y a construir su familia; se ha casado tres veces, tiene seis hijos y un pasado bastante interesante.
Horacio Villada es uno de los cerca de 200 trabajadores que durante tres meses (desde diciembre de 2018) laboraron como hormigas para echar abajo el búnker del que fuera el narcotraficante más temido del mundo: el capo del Cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria.
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En videos que circulan en redes sociales se le ve cuando mueve una palanca en un dispositivo de artillería. Luego, es abrazado por sus compañeros, que celebran junto a él con efusividad la caída de la mole.
Maniobra de derribamiento realizada, Puesto de Comando verifica en sitio. #PC @AlcaldiadeMed @FicoGutierrez #MedellínAbrazaSuHistoria pic.twitter.com/6GXAcL5ZvL
— DAGRD - Medellín (@DAGRDMedellin) February 22, 2019
“Sentí felicidad porque fue un trabajo que salió perfecto”, le dijo él a Noticias Caracol, luego de una conversación telefónica desde Jamundí, Valle del Cauca.
En ese lugar vive con Luz Dary Cartagena, su tercera esposa, con David, el sexto de sus hijos, y con Roicer, un perro Rhodesian Ridgeback africano que es su adoración.
Hasta allí fue a parar a descansar luego de la demolición del Mónaco, tarea en la que tuvo que diseñar la perforación de las columnas, calcular las cargas de explosivos que se debían usar, guiar el cargue y hacer el amarre de los dispositivos.
Ese oficio, asegura, lo aprendió hace 38 años cuando empezó a trabajar como obrero raso en una empresa.
“Entré a trabajar como obrero raso a los túneles, cuando vi el trabajo de la explosión me gustó. Por eso me dedico a los explosivos, porque me gusta. Soy empírico porque en Colombia no hay una escuela que lo enseñe”, dice Horacio.
Su experiencia lo ha llevado a construir túneles en el embalse de Salvajina, en Suárez Cauca, en San Carlos y San Rafael, Antioquia, además a ser el responsable de la caída de edificios como el Space, en Medellín, y de otras 64 estructuras.
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“A mí es al que le toca desarmarlo. Es el momento más peligroso, más preocupante porque todos los ojos están en ese objetivo, hay que tumbarlo, no puede haber errores. Es muy duro, por el riesgo que uno toma, con el grupo de trabajadores hay que hacerlo que como si fuera la primera vez o la última. Con explosivos no hay repetición”, describe el curtido explosivista al referirse a la labor que cumplió en el antiguo búnker de Escobar, pero que sirve para explicar la responsabilidad con la que carga hace tres décadas.
Horacio, de 58 años, habla corto, certero, sin ambages. No le tiembla la voz para contar que grupos delincuenciales le han ofrecido hacerles trabajos, como tampoco le tembló para rechazar las propuestas.
Y dice, en medio de risas, que para él es un orgullo haberle demolido el edificio a Escobar, algo que no logró la mafia enemiga del capo.
“No lo tumbó el cartel de Cali y fíjese, siempre le tocó a uno de Cali. Me llamó la atención que como ha sido tan nombrado, pues es un orgullo habérselo tumbado, es un orgullo”, manifiesta.
A este habitante del barrio Terranova de Jamundí, un municipio vecino de Cali, se le infla el pecho al hablar del oficio que aprendió de manera empírica y al afirmar que tal ha sido su seriedad al desempeñarlo que nunca ha sufrido un accidente. “Gracias a Dios no, estoy completico, tengo mis dedos, mis manos, mis brazos”, indica.
Ahora, junto a otro de sus hijos, se prepara para regresar a Antioquia a hacer lo que más le gusta: tumbar edificios.
Su próximo objetivo es el Altos del Lago, un inmueble del municipio de Rionegro que padece los mismos males que el Space y el Bernavento y que deberá caer el 21 de marzo por esas fallas estructurales.
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Además disfruta de lo alcanzado con Mónaco: “Sentí felicidad porque fue un trabajo que salió perfecto”.