Edwin Manchola, de 31 años, fue el primero en ver a losniños rescatados en Guaviare. Él iba junto a cuatro indígenas más de su pueblo Jirijiri. Miguel Romayo Capojui también estuvo en ese grupo. Llevaban 25 días sumergidos en la selva, pero en medio del cansancio y hasta de las alucinaciones, sintieron el llanto incesante de la bebé Cristin.
“Yo vi el objetivo, primeramente, vi que una rama se movió a una distancia de unos 30 o 40 metros, aproximadamente. Escuché que los niños lloraron y yo les dije a mis compañeros: ‘Manito son los niños, vamos’ y el otro compañero corrió y les habló en idioma y los niños reconocieron inmediatamente. Ellos corrieron hacia el compañero Nicolás, él fue el primero que los abrazó y les dio esa voz de aliento”, relató Edwin Manchola del resguardo indígena Jirijiri.
“Cuando lloró alguno de los niños, que ellos iban agachados rastreando, iban mirando, cuando llegó el momento que uno de ellos dijo: ‘Los niños’, el otro pues no creyó y el otro levantó la cabeza y cuando el compañero Nico levantó la cabeza la niña estaba parada y lo que él manifiesta es que la niña tenía un niño en el brazo y el otro agarrado en la mano”, contó Miguel Romayo Capojui, jefe de la guardia Murui del Putumayo.
Dice, con la voz entre cortada y un esfuerzo enorme por no quebrantarse, que se impactó cuando los vieron.
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“Ellos prácticamente reaccionaron con alegría, haciendo preguntas, nosotros le decíamos: ‘Venimos de parte de su abuelo, de su papá, nosotros somos su familia’. Inclusive el niño se levantó y dijo: ‘Tengo mucha hambre, quiero comer fariña, quiero comer arroz con chorizo’, quería tomar chicha de milpes”, manifestó Edwin.
Sus fuerzas se renovaron, por fin los encontraron y vivos, tal como la naturaleza se los había prometido. El campamento improvisado dejó ver la resiliencia de estos cuatro niños que superó la expectativa de sus mayores indígenas
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“Ellos tenían un toldillito y dentro tenían hojas de platanillo, hojas de pijao tendidas como colchón y encima lo que lo cobijaba era también eran hojas de pijao para qué tal vez el agua no le cayera cuando lloviera”, detalló Miguel.
“No, ellos ya estaban en las últimas, ellos ya no tenían fuerza, ellos ya no podían coger un palo y golpear una bamba porque ya las fuerzas no les daba, no podían gritar porque ya la voz no les daba”, expresó Manchola.
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Con la llegada, hubo abrazos, cargaron a los niños, los hidrataron, pero también hicieron un ritual de sanación y liberación. Explicaron estos dos héroes lo que significa la canción que les cantaron a los niños en el momento del encuentro.
“Hicimos un venteo con tabacos, les dimos agua bendita, quemamos un poco de incienso como para tratar de quitar ese mal humor que tenían ellos, el calor de la selva y que ellas acogieran el calor nuestro, calor humano, en otras palabras, de la oscuridad a la luz”, dijo Miguel.
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Cuentan que luego de encontrarlos, abrazarlos y atenderlos, caminaron, con todos los niños en brazos, dos horas más en medio de la selva, hasta encontrarse con el grupo de las Fuerzas Militares.