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El relato de las mujeres que compartieron a un hombre

Una insólita historia ilumina las breves páginas de 'El hombre semilla', un escrito en el que la vida le gana el pulso a la guerra y a la muerte.

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Mide once centímetros de ancho por diecisiete de largo y su profundidad no supera el centímetro, pero a pesar de su tamaño, que cabe en un bolsillo sin que las páginas se arruguen, El hombre semilla de Violette Ailhaud es una obra maestra. Lo bueno y breve, dos veces bueno.

Su primera belleza está en las palabras y en la magia de la traducción de Marta Emilia Rueda. Su segunda belleza está en la historia misma. Una comunidad se quedó sin hombres porque se los llevó la guerra y, a diferencia de las mujeres de Aristófanes en Lísístrata, que hicieron un pacto de abstinencia del sexo para obligarlos a dejar la confrontación, las mujeres de esta historia llegan a un acuerdo por el sexo.

Cuenta Violette en su prefacio:

He decidido contar lo que sucedió después del invierno de 1852 porque, por segunda vez en menos de setenta años, nuestro pueblo acaba de perder a todos sus hombres, sin excepción...

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Se los llevó primero la guerra y después la muerte. Las mujeres de una región francesa quedaron sumergidas en el vacío de una vida sin amor ni pasión. Añoraban a sus hombres, unas con el vestido de novia que quedó colgado en el armario y otras por el marido que no volvieron a ver.

La aparición de un hombre, en medio de tantas mujeres, terminó en un pacto. Aquella a la que él tocara primero tendría la prioridad. El turno de las demás llegaría después.

Las otras se mantendrían al margen hasta que la primera lo hubiera hecho su hombre. Entonces, le haría comprender que convirtiéndose en el hombre de una, tenía el deber de ser igualmente el hombre de las otras, la semilla del pueblo.

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El hombre semilla es la historia de la vida sobre la muerte. Imaginen ustedes cuántos niños y niñas repoblaron un pueblo que se salvó de la extinción gracias al semen de un solo hombre.

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