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Los 100 años de La vorágine: recorriendo la casa Arana, el epicentro de la masacre de las caucherías

Se estima que en la casa Arana, inmortalizada en las páginas de La vorágine, fueron asesinados más de 35.000 indígenas que no llevaban el suficiente caucho para sus capataces.

Cien años de La vorágine: un viaje por la casa Arana, el epicentro de la masacre de las caucherías

La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera, está cumpliendo 100 años. Este libro se convirtió en un clásico de la lectura universal. Por esto, Noticias Caracol celebra la literatura colombiana con una serie de especiales denominados Sangre Blanca.

En esta entrega se hizo un recorrido a una enorme mansión que se convirtió en colegio y que es testigo mudo de la masacre de las caucherías. Aquí se cuenta una historia que dejó cerca de 50.000 muertos.

Cuatro tribus, hijas de la agresión de los empresarios del caucho hace 100 años, comparten hoy los mismos espacios. Son las calles angostas de La Chorrera, un pueblo enclavado en Amazonas, a dos horas por aire desde San José del Guaviare.

Es la selva con sus boas, sus brumas y sus fantasmas. El río Igara Paraná, que suena a abismos y cataratas, es su patrimonio de agua. Este afluente es cruzado por estudiantes que llegan a la Casa del Conocimiento, el colegio que hace un siglo era la casa Arana, antiguo territorio del crimen.

Los nombres de los patrones del caucho y de La Chorrera sufriente circulan por las páginas de La vorágine, el clásico de la literatura latinoamericana, escrito por José Eustasio Rivera.

“El señor Arana ha formado una compañía que es dueña de los cauchales de La Chorrera y El Encanto. Hay que trabajar, hay que ser sumisos, hay que obedecer. Los que sobrevivieron a la catástrofe perdieron el derecho de lamentarse y comentar, so riesgo de que por siempre los silenciaran”, dice un aparte del manuscrito de Rivera.

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Pero llegó el momento de levantar las tapas para jamás olvidar, así lo dice Edwin Teteye, rector del colegio Casa del Conocimiento: “Lo que culturalmente se llaman canastos tapados. Esos recuerdos, muy tristes, se taparon, se enterraron, no se quisieron recordar. Sin embargo, en los últimos años hemos trabajado en el sentido de que la historia también se debe recordar. Los grupos étnicos quedaron minimizados después del genocidio y ya en este sitio funcionó también el orfanatorio a cargo de los misioneros. Allí se formaron los nuevos individuos bajo la orientación católica”.

Hoy la casa Arana, hecha de las rocas de La Chorrera y la espalda de los indígenas, es la memoria en pie de su tragedia. Este lugar fue declarado patrimonio cultural y está lleno del espíritu de los abuelos y bisabuelos que fueron asesinados por los capataces del caucho.

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