Con tan solo 42 años, el presidente deEl Salvador
, Nayib Bukele, se ha convertido en la cabeza de una lucha contra la delincuencia que agobia al país centroamericano. Sus resultados han levantado su popularidad por encima de cualquier líder de la región, sin embargo, muchas voces advierten los peligros de su talente autoritario.
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Desde su juventud, Nayib Bukele prometía hacer historia y transformar a una sociedad permeada por la guerra, la pobreza y la delincuencia.
En su rol de alcalde de San Salvador logró cosechar su popularidad. Con 37 años, en ese entonces, su irreverente discurso lo conectó con los jóvenes.
Al montarse al poder presidencial, puso mano dura a la lucha contra las pandillas y con tan solo 20 días bajo el cargo presentó un plan control territorial para combatir la criminalidad.
En octubre de 2019, comenzó a presentar indicadores sorprendentes por uno de los países más violentos del mundo.
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Para 2020, se decretó un estado de emergencia en las cárceles, derivado de una oleada de homicidios en las calles y a partir de ello empezaron a abundar imágenes de cientos de detenidos de aspecto intimidante bajo el yugo de la dominancia de normas inflexibles.
"No va a entrar ningún rayo de sol a las celdas", aseguraba Osiris Luna, director de centros criminales.
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Comenzaron a circular rumores de presuntos tratos entre los jefes de las pandillas y el Gobierno Bukele, mientras en las calles se aplicaba una fuerza letal para frenar la violencia.
Las tendencias autoritarias del presidente hicieron que se comenzaran a presentar enfrentamientos con la Asamblea Legislativa, llegando incluso a ejercer presión para la aprobación en el Congreso de un crédito para fortalecer la política de seguridad.
Sin embargo, sus actitudes generaron voces en respuesta que advertían de su talante antidemocrático.
La consolidación de su poder se dio con las elecciones legislativas y de alcaldes. Con el control absoluto del Congreso, los temores de algunos no cesaron.
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Estos parecían tener fundamento, pues poco a poco Nayib Bukele ha logrado destituir al fiscal y 5 magistrados de la Sala Constitucional.
Con ello, nombró sus fichas y todas las instituciones fueron tomando una misma línea.
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Haciendo caso omiso a la prohibición constitucional de una reelección inmediata, parece tener el camino despejado para quedarse durante otro periodo de 5 años.
Pese a las advertencias de una democracia socavada y en riesgo, muchos de los salvadoreños prefieran depositar su voto en él para mantener las calles seguras.