
En 2016, Séptimo Día descubrió en Cúcuta una historia que parecía imposible: una mujer de familia conservadora se había enamorado de un hombre condenado por 19 homicidios. Mientras muchos se preguntaban cómo podía amar a alguien con semejante pasado, ella veía lo que otros no: un hombre tierno, bondadoso y transparente. Esta es la historia de Ligia Hernández y Freddy Diomedes Vargas, un amor que nació entre las rejas de una cárcel y que sobrevivió al juicio social, la distancia y una condena de más de tres décadas.
Freddy Diomedes Vargas nació en Arauca, una región marcada por la presencia guerrillera. A los 18 años, buscando oportunidades, llegó a La Gabarra, un corregimiento de Tibú, Norte de Santander. Allí comenzó a trabajar como raspachín en los cultivos de coca.
“Empiezo como raspachín, allá todo el trabajo se daba en círculo a la coca”, relató.
La Gabarra era uno de los puntos más calientes del narcotráfico y la violencia paramilitar. Freddy, sin muchas opciones, se fue involucrando con los comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia. Su cercanía con ellos lo llevó a trasladarse a Cúcuta, donde continuó trabajando con la estructura armada.
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El 12 de octubre de 2002, su vida cambió para siempre. Fue capturado por el Ejército y señalado como alias El Escorpión. En su casa, ubicada en el norte de Cúcuta, encontraron pruebas que lo vinculaban con las AUC. La Fiscalía lo acusó de concierto para delinquir y homicidio. Fue catalogado como uno de los paramilitares más peligrosos de la ciudad.
La visita que lo cambió todo
En junio de 2013, Ligia Hernández fue invitada por su amiga Leonor Ramírez, una abogada cucuteña que organizaba eventos de caridad en la cárcel. Ligia aceptó sin imaginar que esa visita cambiaría su vida. Allí conoció a Freddy. “Nos fuimos para la celda, allá empezamos a hablar, a preguntarme mi nombre”, contó Ligia.
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En medio de la música y la celebración organizada para los internos, Freddy la invitó a bailar. Desde ese momento, nació una inesperada conexión. “Él me inspiró mucha confianza, no sentí miedo”, afirmó Ligia.
En ese primer encuentro, no preguntó por qué Freddy estaba en prisión. Al finalizar la tarde, le dio su número de teléfono.
Ligia Hernández nunca imaginó que una visita casual a la cárcel cambiaría su vida para siempre. Lo que comenzó como un acto de solidaridad, impulsado por su amiga abogada, se transformó en una conexión inesperada y una historia de amor que podría catalogarse como insólita.
En medio del ambiente hostil, rodeada de rejas y vigilancia, encontró en Freddy Diomedes un amor que creció con cada conversación. La cárcel, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en el escenario donde nació una relación que desafió prejuicios, problemas familiares y el peso de una larga condena judicial.

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Un amor que creció entre cartas y llamadas
Durante dos meses, Ligia y Freddy hablaron por teléfono durante largas horas. La relación fue creciendo, pero no todos estaban de acuerdo. Su padre, un policía retirado, y su hermano, se opusieron rotundamente. Aun así, el amor se consolidó.
En 2003, cuando ya llevaban más de un año y medio de relación, Freddy recibió una fuerte noticia: “Me condenan a 33 años, 3 meses, por 19 homicidios”, contó el hombre a Séptimo Día.
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La noticia fue devastadora, pero no suficiente para romper el vínculo que había nacido. Ligia quedó embarazada al poco tiempo. “Yo le dije ‘amor, creo que estoy embarazada’”, recordó.
A pesar de la condena, decidieron seguir adelante con el embarazo. El nacimiento de su hijo trajo nuevos desafíos para la pareja. “Cuando mi niño nace todos lo desprecian, que se metan conmigo vaya y venga, pero que se me metan con mi bebé, que acaba de nacer, qué culpa tiene”, expresó con dolor Freddy.
Una boda tras las rejas
Pese a todo, la relación se fortaleció. Freddy le propuso matrimonio a su novia. “Él me dijo que le gustaría casarse conmigo, él quería pues tener ese hogar como más en serio”, afirmó Ligia. Después de tres años de relación y con un hijo en común, decidieron casarse en la cárcel.
En noviembre de 2010, nació su segunda hija. Ligia, mientras tanto, trabajaba de manera informal para sacar adelante a sus hijos. Las visitas a la cárcel eran mensuales, y la comunicación se mantenía viva a través de cartas, mensajes de texto y videollamadas. Aunque los celulares están prohibidos en prisión, Freddy confesó que prefería arriesgarse para hablar con su familia.
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“Él es el amor de mi vida porque me llena en todo. Cumple todas mis expectativas y, en todo lo relacionado con el matrimonio, estamos bien. En el diálogo, la comprensión, el amor y la intimidad”, aseguró Ligia.

¿Un montaje judicial?
Ligia siempre ha defendido la inocencia de Freddy. Según ella, durante el juicio, más de 14 paramilitares declararon que Freddy Diomedes era inocente y víctima de un montaje judicial.
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Las sospechas se intensificaron cuando surgieron evidencias que involucraban a la fiscal Ana María Flores, quien llevó el caso. Según investigaciones, Flores habría tenido una alianza con los paramilitares. El acuerdo consistía en entregar “chivos expiatorios” que serían presentados como comandantes para que la Fiscalía mostrara resultados en su lucha contra las bandas criminales.
Expertos aseguraron que se demostró que Ana María Flores organizó un montaje para entregar a personas inocentes como supuestos jefes paramilitares, obteniendo beneficios a cambio.
La libertad condicional
En 2017, el Juzgado de Ejecución de Penas en Cúcuta ordenó la libertad condicional de Freddy Diomedes Vargas. Así, pudo salir de las rejas que marcaron gran parte de su historia de amor.