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Lily Martin, una colombiana que emigró a Estados Unidos en busca de un mejor futuro, vivió una de las experiencias más desgarradoras que puede enfrentar una madre: la desaparición de sus hijas, secuestradas por su esposo musulmán, quien las llevó al Medio Oriente con la intención de criarlas bajo su religión. Lo que comenzó como una historia de amor entre culturas distintas se transformó en una pesadilla marcada por el dolor y la impotencia. 20 años después, cuando todo parecía perdido, un mensaje en Facebook revivió su esperanza de encontrarlas. En el 2013 Séptimo Día fue testigo de un conmovedor reencuentro .
En la década de los 80, Lily se radicó en Miami junto a su hijo de cinco años, Juan Sebastián. Como muchos inmigrantes, buscaba estabilidad y un nuevo comienzo. Fue entonces cuando conoció a Mohamed Walker, un estudiante egipcio que había llegado recientemente a Estados Unidos. La conexión fue inmediata.
“Y empezamos una bonita relación y en ese momento yo como que necesitaba ese espacio para mi hijo y para mí, darle la oportunidad a Juan que tuvieran hogar y él pues nos ofreció todo eso”, relató Lily.
La relación marchaba bien. Pese a las diferencias culturales y religiosas, decidieron casarse en 1986. Lily creía firmemente que podrían tener una familia respetando ambas tradiciones.
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“Siempre creímos que si íbamos a tener familia iban a crecer bajo las dos religiones”, contó.
En 1988 nació Dalay, la primera hija de la pareja. Su llegada fue motivo de alegría, pero también marcó el inicio de una tensión familiar. Los padres de Mohamed viajaron desde Egipto a Miami para conocer a su nieta, y con ellos llegaron también exigencias culturales.
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“Empezaron a influenciar mucho, a hacer mucha presión, que yo tenía que volverme musulmana, tenía que seguir sus costumbres”, señaló Lily.
La presión aumentó con el nacimiento de Lamia en 1990. El abuelo paterno insistía en que la familia debía mudarse a vivir bajo sus normas, algo que Lily no estaba dispuesta a aceptar. Las diferencias entre la pareja se hicieron cada vez más evidentes.
El 5 de agosto de 1992, Lily vivió el peor día de su vida. Mohamed, influenciado por su padre, tomó la decisión de llevarse a escondidas a Dalay y Lamia a Damasco, Siria, donde vivía su familia. Fue la última vez que Lily vio a sus hijas durante 20 años. “Es un dolor del alma”, expresó.
Aunque acudió a la justicia estadounidense para obtener la custodia, su situación migratoria le impedía salir del país sin perder la posibilidad de regresar. Solo logró comunicarse un par de veces con Mohamed, quien le impuso una condición que para ella era inaceptable: si quería volver a ver a sus hijas, debía mudarse a Siria y vivir como una esposa musulmana.
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Durante dos décadas, Lily no dejó de buscar a sus hijas. Tocó puertas en la OEA, la ONU, el Departamento de Estado y hasta en el Centro Islámico de Washington. Sin embargo, los años pasaban sin noticias. La historia de Lily comenzó a difundirse en medios de comunicación internacionales, pero no había noticias del paradero de las niñas pese a todos sus esfuerzos.
Tampoco podía viajar porque no sabía el idioma o información sobre dónde residían. Hasta pensó en contratar un detective privado, pero ninguna de sus ideas eran viables.
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Tres años después del secuestro, Lily se enamoró y en 1997 tuvo otra hija. Sin embargo, el vacío por la ausencia de Dalay y Lamia nunca desapareció.
En 2012, Juan Sebastián, el hijo mayor de Lily, recibió un mensaje inesperado en Facebook. Un hombre egipcio llamado Samer Badawy, que tenía en su foto de perfil a una mujer que reconoció de inmediato, le escribió. Era su hermana Dalay. Samer, su prometido, le explicó que llevaba años ayudándola a buscar a su madre.
Dalay también había dejado un mensaje a Lily en Facebook, donde le decía que nunca la había olvidado, que vivía en Egipto y que quería que asistiera a su boda. Poco después, madre e hija se reencontraron por videollamada.
Dalay y Lamia crecieron bajo la estricta tutela de su abuelo, ya que su padre se volvió a casar y las dejó a su cuidado, quien era muy estricto y tradicionalista. A pesar de ello, ambas jóvenes mantenían el deseo de reencontrarse con su madre y habían aprendido inglés para poder comunicarse con ella.
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Dalay, la mayor de las hermanas, nunca olvidó a su madre, pero su padre y abuelo no le permitían hablar del tema. Además, creció alejada de la tecnología.
El abuelo no permitía que viajaran solas, pero si se casaban, podrían hacerlo acompañadas de sus esposos. Ambas estaban comprometidas y contaban con el apoyo de sus parejas para cumplir ese profundo anhelo.
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Lily reunió el dinero necesario para viajar. Sin embargo, la tensión en Egipto aumentaba. El abuelo aún tenía potestad sobre las jóvenes y podía impedir sus matrimonios. Finalmente, Dalay logró casarse, rompiendo así el control que ejercía su abuelo. Lamia también contrajo matrimonio dos meses después.
Aunque ambas planeaban viajar con sus esposos, surgieron obstáculos. Dalay es ciudadana estadounidense, pero a su esposo le negaron la visa. Por su parte, Lamia estaba embarazada y no podía ir. Aun así, Dalay concretó el esperado reencuentro con su madre.
Familiares, primos, tíos y sobrinos se reunieron para recibir a Dalay con comida y tradiciones colombianas. Después de 20 años, Lily volvió a abrazar a su hija en un conmovedor momento lleno de lágrimas y felicidad que fue celebrado hasta por extraños en un aeropuerto. Dalay decidió quedarse a vivir en Estados Unidos con su madre y gestionar la visa de su esposo para que pudiera acompañarla.