Los paramédicos son los primeros que tienen contacto con el paciente que tiene dificultades para respirar.
Los traslados en ambulancia normalmente son angustiosos y difíciles, no solo por el riesgo que representan, sino también porque la mayoría requieren ir a un hospital de manera urgente, cuando ya les está faltando el aire.
Una vez llegan al sitio donde está el contagiado de coronavirus, los paramédicos preparan ventiladores, se meten en un sofocante overol y se ponen el tapabocas y la careta que, finalmente, son su única protección cuando están de frente con el COVID-19.
Rápidamente bajan la camilla, que no es común, está llena de aparatos y por lo tanto pesa más.
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Una vez el paciente está en la ambulancia empieza el arduo trabajo para estabilizarlo.
“En ese momento el paciente se siente solo, sin apoyo de la familia porque no puede tener a nadie al lado”, cuenta el paramédico Rusbel Acevedo Vergara.
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El constante sonido del monitor en medio del corre corre incrementa la angustia, pero es la única certeza de que aún hay vida.
“El paciente por lo regular se encuentra muy asustado, angustiado, busca en nosotros un refugio, él teme por su vida, teme por la vida de sus familiares”, afirma Acevedo.
El paciente con coronavirus por fin llega al hospital, con vida y estable. Acaba de ganar una batalla, pero no se sabe a ciencia cierta si ganará la guerra.