Era un viernes, pasadas las siete de la noche, un fuerte estallido sacudió el norte de Bogotá. Los residentes del exclusivo barrio de Los Rosales, en inmediaciones del club El Nogal, no salían de su asombro. Algunos se asomaron por las ventanas y empezaron a ver una columna de humo.
Muchos pensaron que había ocurrido un accidente en la carrera séptima, pero a medida que pasaron los minutos el fuego fue creciendo y se presentaron nuevas explosiones que fueron despejando las dudas.
Las FARC, a través de la columna móvil Teófilo Forero que dirigía alias ‘el Paisa’, activó una carrobomba con 200 kilos de ANFO en el El Nogal, un club reservado para las personas más prestantes de Colombia. En minutos el edificio comenzó a arder. Las placas de varios pisos cayeron a la segunda planta por acción de la onda expansiva.
Era difícil dar crédito de este acto terrorista toda vez que en el club El Nogal se daban cita a diario prestigiosos empresarios, miembros de la clase política del país y reconocidas personalidades.
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Un profesor de squash, que meses atrás había comprado una acción en el club, fue el personaje para entrar el automotor cargado de explosivos.
Niños, jóvenes y adultos murieron en El Nogal. Fueron horas de confusión. En total, 36 víctimas.
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Un reportero de Noticias Caracol relata lo que vio al entrar al club El Nogal
Carlos Barragán, periodista de Noticias Caracol, cubrió el atentado al club El Nogal, perpetrado por las FARC. Esa fatídica noche, junto al camarógrafo Wilson Torres pudieron entrar al lugar una vez las llamas fueron extinguidas. Este es su relato:
En la madrugada del 8 de febrero de 2003 el incendio que produjo el carrobomba que explotó en El Nogal ya estaba controlado. Los investigadores seguían recogiendo evidencias entre los escombros sobre la carrera séptima.
En ese momento, con mi camarógrafo, Wilson Torres, tomamos la decisión de entrar por el parqueadero, por el mismo sitio por donde el instructor de squash entró el carro con el que se atentó en el club.
En el lobby caía agua del techo, provenía de la piscina del piso 11 y ese era el riesgo, que esta se desfondara y la estructura cediera. Allí empezamos ver los estragos de la acción criminal
Mientras se oía el ulular de las alarmas de algunos carros, tomamos el siguiente paso: caminar hacía la puerta de acceso a los parqueaderos. Entramos a la rampa y caminamos buscando el sitio de la explosión.
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Este había sido el epicentro del terrorismo. Del carro bomba no había nada, pero los demás carros estaban en su mayoría absolutamente incinerados; incluso, unos encima de otros.
En el tercer piso, las fugas de agua eran evidentes: al fondo, la luz de la grúa de bomberos que iluminaba el piso dejaba ver cómo se dobló parte de la placa de concreto.
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Lo que ocurrió en el parqueadero del club El Nogal fue un verdadero infierno. Avanzamos y entramos al cuarto nivel. Sobre un pasillo se veía cómo la onda expansiva del carro bomba englobó el piso casi uniéndolo al quinto.
Tomamos otras escaleras y vimos el horror de la muerte. Al voltear a la izquierda estaban las canchas de squash. Y en maderamen, las víctimas de este atentado.
En este momento los investigadores nos pidieron desalojar el interior de club El Nogal. Para Wilson y para mí la dimensión de este atentado criminal era incomprensible.
Más tarde la Fiscalía nos permitió subir a la grúa de bomberos que estaba sobre la carrera séptima, para hacer imágenes desde el exterior de los pisos 10 y 11.
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Justamente allí funcionaba uno de los restaurantes donde, al momento del atentado al club El Nogal, todo estaba dispuesto para el servicio de la cena principal de ese 7 de febrero.