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El grito desgarrador de Yennis Salazar, expersonera de Tamalameque, Cesar, resonó desde la oscuridad de su encierro. En ese instante, tirada en el suelo de la casa donde la tenían secuestrada, no sabía quiénes eran los que avanzaban en medio del estruendo de los disparos. Solo sabía que la estaban llamando por su nombre, por lo que gritó “estoy aquí”. Habían transcurrido nueve meses de terror, aislamiento y despojo, tiempo en los que había sido una prisionera encadenada del Ejército de Liberación Nacional (Eln). El sonido de los operativos, los pasos apresurados y la voz fuerte de un hombre expresando su nombre fue, para ella, la confirmación de sus súplicas que terminaron con esta frase: "Dios, mandaste ángeles".
Yennis Salazar es una mujer de 34 años que tuvo que salir de su pueblo tras ser rescatada por unidades del Gaula y junto con su familia se encuentra resguardada, pues aseguró que ha estado recibiendo amenazas tras su liberación. En esta crónica, la expersonera contó cada detalles sobre su cautiverio y cómo quedó afectada psicológicamente, pues los guerrilleros del Eln la hicieron pasar los peores días de su vida.
El calvario para Yennis había comenzado mucho antes, el 21 de febrero, cuando ella se dirigía a su finca desde Tamalameque. Aun antes de dejar su cargo como servidora pública, había recibido amenazas por medio de mensajes de texto, atribuidas al Eln, en las que estaban incluidos diferentes funcionarios y, aunque se pusieron las denuncias, el proceso con la Unidad Nacional de Protección (UNP) apenas estaba iniciando y las medidas de protección nunca se implementaron adecuadamente. Incluso después de dejar su puesto, recibió una nueva amenaza que la incluía a ella y a la nueva personera.
Acompañada por dos hombres, se detuvieron a desayunar en Pailitas antes de continuar la ruta que pasaba por el corregimiento de Las Vegas y los rieles del tren. Justo antes de llegar a los rieles, vio un vehículo pequeño que se detuvo de frente en su carril, con una persona golpeando la llanta simulando un problema. Ella, conduciendo muy despacio tras pasar una curva, intentó maniobrar, pero -de repente- "tiraron el otro carro y pues mi reacción fue frenar, lo tiraron hacia nosotros".
Hombres armados rodearon su vehículo, golpearon los vidrios y amenazaron con disparar. Al ceder, los secuestradores se identificaron: "Esto es un secuestro del Ejército de Liberación Nacional (Eln). Baje la cabeza, no alcen la cabeza, no hagan nada, no intenten nada o los matamos".
Durante el trayecto, mientras eran trasladados a una camioneta verde sin placas, uno de sus acompañantes, identificado como Andrés Urieta, preguntaba sin parar la razón del secuestro. La respuesta de los captores fue brusca y directa, revelando el motivo del crimen: "Ya le dije que es del Eln y usted está aquí por temas económicos". Los secuestradores uniformados, algunos con sudaderas con el logo de esa guerrilla y de la estructura del Frente de Guerra Nororiental, confirmaron que Andrés y Antonio no eran la "persona de interés".
Tras ser separados, Yennis fue trasladada a caballo a través de las montañas por cerca de dos horas. Finalmente, fue llevada a una habitación donde la encadenaron. El lugar de su cautiverio era una prisión psicológica: un cuarto con doble puerta, un pasillo y al final lo que parecía ser una puerta secreta oculta tras un “cuartico pequeño como de alacena”. En ese lugar, narró Yennis, "uno no sabe si es de día, si es de noche, cuántas horas se duerme, no tienes un reloj, no tienes absolutamente nada".
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El trato para Yennis fue inhumano desde el inicio. Tras ser secuestrada, pasó "más de 15 horas" sin comer, solo recibiendo sueros durante el viaje. Cuando finalmente le dieron comida, era dos veces al día, pero de pésima calidad. El arroz a menudo contenía tierra, las sopas eran como "agua con cebolla" y de lo que masticaba podía "escupir piedritas". Además, en medio de la tristeza, la angustia y la depresión, el calor en la zona era extremo, aunque no salía directamente bajo el sol, la temperatura era altísima.
Cuando Yennis cayó enferma, hasta el punto de defecar sangre, la respuesta de sus captores fue deshumanizadora. Ellos le dijeron: "Aquí en la guerrilla del Eln, el que mejor está caga sangre, usted está bien". Solo cuando la vieron muy débil, le dieron medicamentos, pero estos llegaron vencidos. Su único refugio, narró, era la fe, pero incluso eso fue reprimido por los guerrilleros. Cuando pidió una Biblia, le respondieron que "la guerrilla no cree en la Biblia, no se la van a mandar".
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Yennia, en medio de su dolor e indignación, se defendió, confrontando a los subversivos con sus propias ideologías: "¿No se supone que ustedes defienden al campesino, la libertad de expresión, que ustedes defienden a la naturaleza de lo que ustedes creen que hace mal el Gobierno? ¿Por qué me van a prohibir mi religión? Respétenla, que es que yo no soy de la guerrilla. Yo sí creo en esto".
Durante su encierro, Yennis escuchaba voces de hombres, mujeres y niños afuera, lo que le recordaba la vida que le era negada. Ella estaba apartada y nunca vio a nadie, solo la sacaban una hora al día, tiempo que con los días se fue extendiendo.
A pesar de las amenazas de muerte, Yennis luchó contra el aislamiento y la invisibilidad. Ella lo hizo "muchas veces, lo hice muchísimas veces, porque cuando escuchaba voces yo intentaba gritar o cantar para que quien llegara ahí supiera que allí había alguien encerrada, que ahí había otra persona". Este intento desesperado de alertar a cualquiera que pudiera estar cerca tenía consecuencias inmediatas y violentas: "Me mandaban a callar, me gritaban que si no me callaba me iban a matar, que me iban a poner la cadena más corta o que ya la cadena no solo me la iban a poner cuando me sacaron, sino todo el tiempo en el cuarto".
El mensaje sobre su situación solo llegó entre 10 y 15 días después de su llegada, cuando una persona joven la visitó y le dijo: "Ya hemos hablado con su familia, su papá ya sabe que a usted la tiene el Eln. Si usted se porta bien, aquí no le va a pasar nada".
El 27 de noviembre, alrededor del mediodía, mientras Yennis comía, el sonido de un helicóptero comenzó a acercarse. El estruendo se intensificó y el custodio que la vigilaba gritó aterrorizado: "¡Se nos metió el Ejército! ¡Se nos metió el Ejército!".
Yennis corrió a esconderse en un rincón del cuarto donde estaba el inodoro. El sonido era durísimo y luego se escucharon las órdenes de los comandos: "Avancen, avancen”. De repente, dijo Yennis, se comenzaron a escuchar “tiros y tiros". Su reacción fue tirarse al suelo, temiendo que una bala perdida apagara su vida. Permaneció en silencio, sin saber quién estaba afuera, hasta que escuchó la voz que pronunciaba su nombre: "Cuando de repente gritan mi nombre. Cuando gritaron mi nombre, a mí me salió del alma gritar ¡estoy aquí, aquí estoy yo! Gritar para que me encontraran".
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Los agentes, buscando la segunda puerta, finalmente encontraron a Yennia. Cuando vio a un agente del Gaula entrar a la habitación, desde el suelo, le dijo: "Estoy aquí, desde el suelo". La respuesta fue la frase que esperó durante nueve meses: "Bienvenida a la libertad".
Yennis contó que se levantó "con la alegría en el pecho de saber que estaba ahí, que todavía hay gente en la que se puede confiar, que todavía hay gente que cree en Colombia, que cree en la Constitución, gente que nos defiende". La evacuación fue rápida, bajo el sonido de disparos que se sentían, incluso, en el helicóptero a donde fue subida Yennis. Estaba aturdida, mareada y tan débil que no podía caminar por sí misma.
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Tras ser trasladada a Aguachica, revisada médicamente y recibida "con amor y alegría", Yennis se reencontró con su familia, un momento que fue "la felicidad entera".
La liberación no borró las secuelas. Yennis Salazar dijo que muchas veces pensó que no iba a salir de ahí. "Es horrible el trato. Eso no es fácil. Me siento feliz, pero también me siento perdida. Fueron meses en los que tú no sabes qué está pasando afuera, en que llegas y hay muchas cosas que ya están y tú no sabías”.
Al regresar, supo que su familia, que ya era víctima de desplazamiento desde que ella era una bebé, había hipotecado, vendido bienes y hecho préstamos para buscar su liberación. Este dolor se suma a la visión de sí misma: "Llegas a casa y te ves al espejo y no eres tú, no es mi cara, no es mi cuerpo". De lo que Yennis puede estar segura es que el tiempo mismo se encargará de sanar las heridas que le dejó su secuestro y el fatídico tiempo que vivió.
Yennis agradeció a la fuerza pública por la logística y el alma que pusieron en su trabajo. Pero también ofreció una crítica al Gobierno, que celebró su liberación sin haberle brindado protección adecuada previamente. Le duele que, siendo una familia víctima de desplazamiento y con la amenaza latente de que el Eln pueda volver a secuestrarla a ella, a su padre o a su hermano por los mismos "temas económicos", no se le haya dado una "prioridad inmediata".
Sobre los pronunciamientos del presidente Petro y el ministro de Defensa, general (r) Pedro Sánchez, Yennis dijo que "yo agradezco muchísimo al Presidente, al ministro de Defensa, pero sinceramente creo que le falta mucho más al presidente Petro para poder decir, 'yo ayudé y en mi Gobierno hice'".
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Finalmente, Yennis Salazar envió un mensaje de agradecimiento a sus rescatistas: “Gracias por nunca dejar de investigar, gracias por encontrarme porque yo allá no podía hacer absolutamente nada más que orar a Dios. Sigue siendo hermoso escuchar esas palabras de ‘bienvenida a la libertad”.
CAMILO ROJAS, PERIODISTA NOTICIAS CARACOL
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