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El auge del "hazlo por ti mismo" también ha llegado al cuidado de la piel. Mascarillas con pepino, exfoliantes de café o tratamientos capilares con vinagre y bicarbonato son prácticas que muchos adoptan bajo la premisa de que “lo natural siempre es mejor”. Sin embargo, especialistas coinciden en que esta idea, impulsada por la quimiofobia y la moda de lo casero, puede convertirse en un verdadero riesgo para la salud cutánea.
“En cosmética, que algo sea natural no implica que sea mejor”, advierte la farmacéutica Paula Jaén, directora de Belleza y Bienestar by Grupo Pedro Jaén. A diferencia de la alimentación, donde cocinar en casa puede resultar más saludable que consumir ultraprocesados, en el terreno de la belleza ocurre lo contrario: los cosméticos de laboratorio cuentan con pruebas de seguridad, ensayos clínicos y fórmulas controladas que no pueden reproducirse en la cocina.
A este llamado se suma Pedro Catalá, farmacéutico, cosmetólogo y fundador de Twelve Beauty, quien afirmó a la revista especializada en belleza, Cosmopolitan, que “lo natural no es sinónimo de seguro”. Según explica, muchos de los ingredientes comunes en recetas caseras pueden provocar daños invisibles pero graves. Un ejemplo claro es el azúcar: “Usarlo en exfoliaciones caseras provoca microarañazos en la piel que debilitan la barrera cutánea”.
Otro caso frecuente es la clara de huevo cruda, utilizada como mascarilla por su efecto tensor. “Se nos olvida que puede contener la bacteria responsable de la salmonela. Si entra en contacto con las mucosas o se ingiere accidentalmente, las consecuencias podrían ser nefastas”, alerta Catalá.
La lista de riesgos no termina ahí. Ingredientes aparentemente inofensivos, como la miel o incluso el agua, son caldo de cultivo para microbios y bacterias cuando se usan sin conservantes adecuados. “Cuanto más agua lleve nuestra receta, más probabilidades habrá de que presente contaminación microbiana”, subraya el experto.
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Los problemas más comunes derivados de estas prácticas son irritaciones, alergias, manchas e incluso infecciones. El movimiento No Poo, que promovía lavar el cabello solo con bicarbonato y vinagre, es un ejemplo extremo: además de resecar y quebrar el pelo, dañó el cuero cabelludo de miles de personas al alterar su pH natural.
Además, muchos de los remedios caseros simplemente no funcionan. Colocar rodajas de pepino en los ojos no rejuvenece el contorno, frotarse con café no elimina la celulitis y el zumo de limón no borra manchas: en realidad, puede empeorarlas. “La interpretación errónea de etiquetas lleva a creer que basta con mezclar ingredientes vistos en cosméticos industriales, cuando en realidad cumplen otras funciones, como regular el pH en cantidades mínimas”, explica Jaén.
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Los especialistas también recuerdan que la formulación y presentación de un cosmético no son detalles menores: la textura, la densidad o el encapsulado de los principios activos determinan si llegarán a la capa adecuada de la piel. Estos procesos son imposibles de replicar fuera de un laboratorio.
“Si calculamos los riesgos y el coste de tratar después los daños con médicos y tratamientos, resulta mucho más sensato recurrir a un cosmético formulado profesionalmente”, concluye Jaén.
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