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Dentro del amplio catálogo de juegos independientes que exploran nuevas formas de contar historias, A Pizza Delivery se destaca como una propuesta atípica y profundamente emocional. Desarrollado por Eric Osuna y publicado por Dolores Entertainment, este título disponible para PlayStation 5, Xbox Series X/S y PC no busca deslumbrar con acción o complejidad, sino con una atmósfera que descoloca, incomoda y, al mismo tiempo, atrapa.
El jugador asume el rol de B, una joven repartidora de pizzas que viaja en su motocicleta a través de paisajes vacíos y desordenados. Desde el primer momento, algo se siente fuera de lugar: casas en mitad de campos áridos, farolas torcidas, caminos que no llevan a ningún lado. Todo parece parte de un sueño mal recordado. Esa sensación de desajuste es deliberada; A Pizza Delivery utiliza lo surreal para explorar una realidad emocional muy humana: la de sentirse perdido en un mundo que debería resultarnos familiar.
A medida que B avanza en su ruta, se encuentra con una pequeña galería de personajes tan desconectados del entorno como ella. Cada encuentro se convierte en un breve diálogo, un destello de humanidad en medio del vacío. Y aunque los intercambios son escasos y fugaces, están cargados de significado. El juego invita a detenerse, compartir una porción de pizza y, por un instante, establecer un lazo real en medio de un paisaje que parece olvidado por el tiempo.
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El diseño visual de A Pizza Delivery es quizá su rasgo más distintivo. Los escenarios son extraños pero cautivadores, con una mezcla de realismo y deformidad que evoca un sueño lúcido o una pesadilla amable. Las ciudades parecen ruinas habitadas por ecos del pasado, mientras los campos abiertos transmiten una soledad que se siente en cada paso o en cada trayecto en moto.
Los colores contrastan entre la calidez de los personajes y la frialdad de su entorno. Esa decisión estética no solo resalta visualmente, sino que funciona como metáfora de lo que el juego quiere decir: el ser humano, incluso en la rutina más mundana, puede encontrar destellos de vida y significado.
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A pesar de algunos glitches técnicos y texturas irregulares, el apartado visual logra lo que se propone: crear un mundo incómodo, pero imposible de ignorar. No busca belleza en el sentido tradicional, sino una forma de fealdad poética que acentúa la narrativa.
En lo jugable, A Pizza Delivery se sitúa dentro del género de los walking simulators, con algunos toques de aventura y resolución de acertijos. Su estructura es lineal y corta, pero deliberadamente introspectiva. No se trata de un juego que busque retar la habilidad del jugador, sino su capacidad de observación y empatía.
El núcleo de la experiencia se centra en explorar, entregar y conversar. B puede caminar, conducir su motocicleta, recoger objetos y, en ocasiones, resolver pequeños puzzles que abren el camino hacia la siguiente entrega. Hay elementos de point-and-click muy simples, e incluso minijuegos puntuales —como una competencia de lanzar piedras al agua— que sirven como pausas narrativas más que como desafíos reales.
Sin embargo, el control y el movimiento resultan torpes. La motocicleta, aunque clave en el viaje, se siente tosca y poco responsiva, especialmente en terrenos irregulares. Hay también mecánicas que pueden frustrar, como tener que correr bajo la lluvia para evitar que la pizza se arruine, lo que provoca reinicios innecesarios. Son decisiones de diseño que, aunque buscan agregar tensión o simbolismo, terminan entorpeciendo el ritmo.
En esencia, A Pizza Delivery funciona mejor cuando se detiene a respirar, no cuando intenta forzar al jugador a actuar rápido. Su fuerza está en la contemplación, en los silencios y en esos pequeños gestos de humanidad que emergen en medio de la rutina.
Narrativamente, el juego se sostiene sobre una idea potente: la soledad como punto de partida y destino. La figura del repartidor de pizzas, normalmente secundaria en el cine o la literatura, aquí se transforma en protagonista. La persona que siempre entrega algo a otros se enfrenta, por fin, a su propia necesidad de conexión.
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El guion y los diálogos, aunque breves, son precisos y emotivos. No hay largas conversaciones ni giros dramáticos exagerados; más bien, se presentan pequeñas confesiones, frases que resuenan por su naturalidad. Cada personaje que B encuentra parece representar un fragmento de algo perdido: un recuerdo, un arrepentimiento, una emoción dormida.
El juego insinúa, más que explica. Si uno se sienta demasiado tiempo en una banca, el color se desvanece y la protagonista parece olvidar quién es. Es un símbolo claro de cómo la apatía o la inercia pueden vaciarnos poco a poco. No hay necesidad de narración explícita; el entorno habla por sí solo.
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“A Pizza Delivery” no es una historia sobre entregar comida. Es una reflexión sobre el acto de seguir adelante, incluso cuando no sabemos si el destino vale la pena. Es una oda a las pequeñas interacciones humanas, esas que a veces salvan días enteros sin que lo notemos.
Desde el punto de vista técnico, el título cumple con lo justo, pero brilla en su dirección artística. Los gráficos no destacan por su nivel de detalle, sino por su composición surrealista. Hay una intención estética clara: crear un universo que se siente fuera del tiempo, con geometrías imposibles y perspectivas torcidas.
El rendimiento puede verse afectado por algunos errores visuales y caídas de cuadro ocasionales, especialmente en las versiones de consola. Nada que rompa la experiencia, pero sí suficientes como para recordarnos que se trata de un desarrollo independiente con recursos limitados.
En cuanto al sonido, no hay voces. El peso recae completamente sobre la banda sonora, una mezcla de melodías ambientales que cambian con el estado emocional de la historia. Las piezas son minimalistas, con notas que se repiten como ecos de un pensamiento persistente. El resultado es envolvente y coherente con el tono del juego: introspectivo, melancólico, a ratos inquietante.
A Pizza Delivery no será un juego para todo el mundo. Su ritmo lento, su tono reflexivo y sus mecánicas básicas pueden alejar a quienes busquen acción o complejidad. Pero quienes disfruten de experiencias que apuestan por lo simbólico y emocional encontrarán aquí una joya discreta, imperfecta, pero honesta.
El título invita a detenerse, a pensar, a observar. No ofrece recompensas tradicionales ni grandes desafíos, pero deja sensaciones duraderas. Como una conversación inesperada con un desconocido o el olor de una pizza recién horneada que nos recuerda un momento perdido.
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No todos los juegos necesitan salvar el mundo; algunos solo buscan recordarte que tú sigues en él.
A Pizza Delivery es una pequeña pieza de arte interactivo que mezcla lo cotidiano con lo onírico. Su historia sencilla, su atmósfera surreal y su dirección artística consiguen dejar huella, incluso si su ejecución técnica no siempre está a la altura.
Es un juego para quienes disfrutan de narrativas introspectivas, para quienes se detienen a contemplar lo que otros pasan por alto. Más que entregar pizzas, este título entrega emociones, silencios y una reflexión sobre lo que significa moverse, conectar y recordar.
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En una industria llena de ruido, A Pizza Delivery se atreve a susurrar. Y eso, hoy en día, ya es mucho.
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