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Un año sin Frayñero, el ángel de los habitantes de calle: los más pobres siguen llorando su partida

De sotana desgastada y corazón gigante, fray Gabriel Gutiérrez Ramírez hizo verdaderos milagros en los cambuches de Bogotá. “Te veremos muy pronto en el cielo”, le dicen, entre lágrimas, sus parceros. Crónica.

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Hay lágrimas que nunca se secan. Que lo digan los habitantes de calle y vendedores ambulantes que, un año después, siguen llorando a su querido Frayñero. "Cuando murió, todo el mundo lloraba por él. Se escuchaba cómo lloraban los indigentes de calle, porque él no ignoraba a la gente, era el padre de nosotros", recuerda Vicky, quien trabaja vendiendo tintos en el centro de Bogotá.

Vicky le debe la vida a este cura de sotana desgastada: fue él quien la rescató de un infierno en el que estuvo metida 20 años. "Me sacó de la calle, porque yo también era indigente, fumaba. Me dijo eso no es vida y sí, eso no es vida para mí. Hoy soy otra persona".

Frayñero caminó con los pobres, no de lejos, sino a su lado. Convencido de que el peor pecado es la indiferencia, se puso en los zapatos de los olvidados y sobó muchos pies cansados. "Hay gente que le da asco acercarse y él se sentaba en el cambuche, no tenía asco para nada", dice La Chilindrina, una habitante de calle a la que el sacerdote defendió cuando quisieron destruirle la casa de madera que construyó para ella, sus once gatos y cinco perros.

"Él nunca nos abandonó. Entre más mal estuvimos, más estaba él al lado de nosotros", recalca, entre lágrimas.

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Frayñero, el amigo de los pobres

A Gacela, que lleva a cuestas una pesada carreta, le ayudó a cargar tristezas y desilusiones. "El gueto somos todos, el padre era el gueto. Él nos escuchaba nos daba consejos", asegura este reciclador.

En los andenes, las alcantarillas y debajo de los puentes, miles recibieron pan y también amor de Frayñero. A Arnold Castillo, por ejemplo, lo salvó de las drogas y lo metió a estudiar. “Es un vacío muy grande que dejó porque, prácticamente, lo que no hizo mi familia lo hizo él por mí. Es algo que duele", relata.

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Este franciscano les devolvió el nombre y la dignidad a sus compañeros, los "ñeros". Les celebró sus cumpleaños, les limpió las heridas y los sepultó cuando murieron como NN.

"La compasión me acerca, la compasión me quita el miedo, la compasión me hace sentir que el otro es un igual, que hay mucha hambre, mucho dolor. Sin compasión, sin sensibilidad, es imposible. Se vuelve una sociedad dura, violenta, que asesina, que masacra al que no le interesa, al que es diferente", afirmaba fray Gabriel Gutiérrez Ramírez en una entrevista que sostuvo con Mauricio Naranjo, periodista de Noticias Caracol, en agosto de 2018, cuando festejaron la vida del General Sandúa, el habitante de calle más viejo de Bogotá.

"Cuando demos, demos con el corazón"

Hoy su " parche", con flores, pero sobre todo con el corazón en la mano, quiso ir a la tumba del ángel de los habitantes de calle para confesarle que lo extrañan.

"Era un ser humano excepcional, como de otro mundo. Él vivía por los más pobres. Todo lo que se le regalaba, él lo regalaba. Si llevaba una chaqueta puesta e iba por la calle y había alguien que tenía frío, se la quitaba y se la ponía", rememora Gloria Inés Gutiérrez Ramírez, hermana de Frayñero.

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No solo Bogotá fue testigo de su inmensa bondad. Este sacerdote extraordinario creó escuelas en África y en Guapi, Cauca, levantó hasta un centro cultural. ¿Cuál fue su gran enseñanza? “Que cuando demos y nos entreguemos a alguien, nunca esperemos nada a cambio; que cuando demos, demos con el corazón, con amor", reflexiona Diana Granados, la mejor amiga del religioso.

Frayñero murió, curiosamente un Viernes Santo, pero de alguna manera sigue vivo en su obra, la Fundación Callejeros de la Misericordia, y en cada persona que abraza a aquellos que nadie quiere tocar.

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"Frayñero, te veremos muy pronto en el cielo y gracias", concluye Gacela.

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