Cuando marcaron las 12 de la noche, y oficialmente era primero de diciembre, el cielo de Medellín
se convirtió en un solo estruendo: había iniciado la tradición de la alborada en la ciudad. Mientras para algunos las luces de colores eran sinónimo de alegría, para otros parecía el fin del mundo.
Aunque la quema de pólvora podría dejar lesionados y cada año se hacen campañas para evitarla, no faltan los que siguen haciéndolo sin importarles nada ni nadie.
“Ranchitos prendidos, animales muertos, eso no causa sino daños, es lo que yo veo que causa eso”, dice Uvilberto Duque, habitante de Medellín.
Desde diferentes puntos del Valle de Aburrá el panorama era el mismo. Los juegos pirotécnicos aturdían el oído de muchos durante más de una hora.
En el barrio Enciso, en un mirador, la alborada terminó en un incendio. También en el sector de Calasanz y en el municipio de Envigado las conflagraciones evidenciaron el peligro de la famosa y cuestionada celebración.
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“Al caer los voladores, se producen llamas y el incendio. La gente debería tener en cuenta no quemar pólvora”, insiste un taxista de Medellín.
La Policía de Antioquia incautó más de 8.500 voladores en el municipio de Cisneros que, al parecer, iban a ser comercializados en la capital.
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Varios se preguntan por qué arriesgarse a recibir el fin de año tentando a la suerte con consecuencias de tragedias anunciadas.