Javier Rincón es un bogotano de 40 años que creyó que su salud era inquebrantable. Un hombre sano, pero de peso pesado: 110 kilos. Cree que se contagió por un descuido involuntario.
“Mis síntomas comenzaron un domingo con dolor de cabeza, fiebre y cansancio. Mucho dolor. En el transcurso de la semana seguí así afiebrado y me bañaba con agua fría”, cuenta.
Esa alta fiebre y otros síntomas lo llevaron, en solo cinco días, a quedarse sin respiración, por lo que decidió llamar un médico de confianza para que le controlara su supuesta gripa.
Al notar que la fiebre y el ahogo no cedían, decidió llamar a su EPS. “Amor, no aguanto más, ¿qué hago? Voy a mandarme hacer la prueba”, dijo a su esposa.
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Aún era incrédulo hasta que llegó al centro hospitalario. Nunca pensó que se quedaría varios días allí. Termino aislado en una habitación.
No olvida ese 13 de julio: “Uno piensa mil cosas. Lloré y dije: ‘¿a quién pude haber contagiado más?’”.
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Además del remordimiento, pensó que moriría joven sin haber realizado lo que quería para su vida.
Javier dice que lloró a mares su descuido y decidió grabar su propio testimonio. Pensó que todo era puro cuento: “Esto lo veía yo mismo como un juego porque veía las noticias y cambiaba de canal o apagaba el televisor de tanto coronavirus”.
Duró 10 días hospitalizado y ahora permanece en aislamiento en su hogar, a donde cree que regresó de milagro.
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