Negación, aceptación, cinismo y victimización son solo algunos de los estados que atraviesan. Un fiscal y dos reconocidos psiquiatras le pusieron la lupa al tema.
Juan Vicente Valbuena fue el fiscal que investigó el saqueo a Bogotá por parte de políticos, funcionarios y contratistas durante la alcaldía de Samuel Moreno.
Durante años documentó cómo actuó el cartel de la contratación, cuál fue la ruta de los sobornos, qué hicieron los protagonistas para tapar su pasado y, sobre todo, su reacción cuando eran descubiertos.
“Al principio es la negación, lo siguiente es la aceptación, pero lo tercero es la victimización (...) ‘si yo no le pagaba al funcionario público, pues no tenía contratos’”, explica.
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Valbuena lo dice con todas sus letras: muchos de esos corruptos logran desarrollar un estado de cinismo útil para mantener la fachada.
Aunque la captura termine siendo, en ocasiones, una oportunidad para volver a conciliar el sueño.
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"Un alto funcionario del distrito de Bogotá dice finalmente: ‘llevaba dos o tres años sin poder dormir realmente y anoche creo que es la primera noche que he podido dormir tranquilamente porque ya pasó lo que temía que pasara hace mucho tiempo’", agrega el fiscal.
Algunos de esos corruptos arrepentidos son los que revelan la tras escena de esa mano larga y se transforman en testigos eficaces.
No obstante, sostiene Valbuena, existen otros que no salen del clóset y siguen posando de víctimas a pesar de las pruebas; lo hacen porque temen encarar a sus seres queridos.
“Estas personas tienen familias y un entorno social al cual le es muy difícil decirles: mire cometí un error, recibí un dinero, pagué una comisión”, afirma.
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No falta aquel que se muestra arrepentido, pero que sigue en sus andanzas. Ahí está para la muestra el caso de Federico Gaviria, protagonista del carrusel de la contratación en Bogotá y luego del festín de sobornos de Odebrecht en la Ruta del Sol.
Noticias Caracol consultó a dos reconocidos psiquiatras para tratar de desmenuzar estos rasgos de la condición humana del corrupto. Ni en ese campo existe consenso.
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En criterio del fundador de la unidad mental del hospital San Ignacio de Bogotá, ser corrupto puede ser clasificado como el síntoma de un trastorno de la personalidad.
“El trastorno narcisista de personalidad se define como un comportamiento y una actitud del sujeto que tiene una cruel indiferencia frente a las necesidades de los otros y los considera instrumentos para sus fines”, señala Hernán Santa Cruz Oleas.
Un diagnóstico polémico que no comparte su colega Carlos Alberto Filizolla, que dice: “Yo creo que como psiquiatra uno les haría un favor en decir que están enfermos. El corrupto es alguien que deliberadamente decidió tener un comportamiento en contra de la sociedad”.
En lo que ambos psiquiatras coinciden es que no se puede señalar que la corrupción sea un comportamiento colectivo en el país.
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