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En medio de la tragedia con la que amaneció Armero y que el mundo conoció el 14 de noviembre de 1985, una pequeña niña, Omaira Sánchez, se convirtió en un símbolo. Los rescatistas la ubicaron en el barrio Santander, tras escuchar golpes bajo unas tejas de zinc. (Lea también: ¿Cómo era Armero antes de la tragedia de 1985? Vea la reconstrucción virtual del municipio)
Hasta allí llegó la prensa y su rostro inocente empezó a ser inmortalizado en el mundo entero. Muros, escombros y cadáveres dificultaban su rescate.
El fotógrafo Jairo Higuera recordó que Omaira “decía que la abuelita la estaba cogiendo de las piernas y que no la dejaba salir. ‘Es que mi abuelita me tiene agarrada de las piernas y no me deja salir’. Entonces eran muros en los que había quedado atrapada”.
Una de sus preocupaciones, contaban los testigos, era que no iba a poder entregar una tarea de matemáticas.
Una de las formas para llegar a la parte del cuerpo aprisionada era sacar el agua. A las 24 horas apareció una motobomba, pero no sirvió de mucho.
“Llegamos a las 6 de la mañana otra vez con la motobomba y comienzan a tratar de sacar el agua los socorristas. Ya había más socorristas, policías y todo, y a tratar de sacar el agua para sacarla a ella, y se dan cuenta que sacaban un tancado de agua y entraban 20”, relató Germán Santamaría, escritor y cronista colombiano.
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Leonardo Hernández, último rescatista que la vio con vida, contó que “nos metimos al lodo para tratar de remover los cadáveres y escombros que la estaban aprisionando, pero eran demasiados y no había puntos de apoyo, estábamos solo con caminos de costales de café y latas de zinc como haciendo un puente para llegar al sitio. Imagínense un patio que es un cuadrado y se ha roto, y ella está dentro de esa estructura y esa estructura la aprisiona y queda en el lodo desde la cintura para abajo, y el lodo empieza a subir”.
En el segundo día, Omaira seguía aferrada a la vida. Y frente a las cámaras le envió un mensaje a su madre: “Quiero decir unas palabras. Mamá, si me escuchas, yo creo que sí, reza para que yo pueda caminar y esta gente me ayude. Mami, te quiero mucho. Mi papi, mi hermano y yo. Adiós, madre”.
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Hernández describió cómo murió: el sábado 16 de noviembre, tras permanecer más de 60 horas entre el lodo, Omaira “colapsó. Ella empezó a tener problemas, seguramente por aplastamiento de sus miembros y el daño muscular que tenía, y el daño muscular que tenía estaba matizándose. (…) Hace un paro cardiaco, tratamos de reanimarla, pero desafortunadamente no sale de la reanimación y decidimos no continuar”.
Su cuerpo nunca fue sacado de los escombros. La decisión fue dejarla allí, con su familia.
“Ella luchó por su vida aquí. Ella aquí batalló, aquí vivió y aquí murió, dejémosla ahí, suéltenla. Y dos la soltaron y la niña se hundió y se hizo un remolino en el agua, como una burbuja. Así ella se hundió”, rememoró Santamaría.
Desde ese momento, la casa de Omaira se convirtió en un sitio de peregrinaje. Con el tiempo, en el lugar se levantó un altar en donde propios y extraños llegan a pedir favores. Son decenas las placas en las que se le adjudican a Omaira milagros y agradecimientos por interceder para curar a alguien o encontrar a un pariente perdido. (Lea también: La mujer que se reencontró con su hija décadas después de la tragedia de Armero: así es su historia)
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De Omaira, en ese sitio, se exhiben también fotos de ella disfrutando del arte, de la danza, de una niña que encarna lo que fue y es Armero.
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