Álvaro Sarmiento es descrito por el partido que lo inscribió de candidato al Senado como un "dirigente popular del Norte de Santander". Para los vecinos de Cúcuta, ese nombre no les dirá mucho, hasta que caen en la cuenta de que se trata del "loco de los potes":
-Ah, ‘el loco'-, dice un transeúnte cuando lo ve llegar al Parque Santander de la capital motilona.
En ese sacro recinto de la idiosincrasia y política santandereana, al lado de la Alcaldía y la catedral de San José, Álvaro inicia su función a cielo abierto, con desparpajo. Casi desnudo, con su barba de chivo y el cabello en desorden, empieza a recorrer de lado a lado el parque.
Ataviado candorosamente con unas alas de ángel y unos calzoncillos emplumados, porta una pimpina de gasolina vacía y un atado de latas.
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Entonces encuentra una víctima distraída para la faena. Se le acerca con sigilo por la espalda y ya encima sacude las latas (potes) con estruendo. El susto es de muerte.
Álvaro es la pesadilla de las muchachas tranquilas en la plaza, el objeto de la furia de los novios molestos y el terror de los niños que se portan mal.
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-Si sigue molestando lo voy a llevar a donde el loco de los potes- es la amenaza de miles de madres en Cúcuta.
Su bullicio circense asalta la habitual tranquilidad de la plaza, donde confluyen a diario pensionados, desempleados, empleados, semiempleados, informales y hasta gitanas que adivinan el futuro.
Muchos lo ven con disgusto, otros con simpatía y solo algunos cuantos quizás comprendan su vocación de incorregible sátiro. En Venezuela, durante las ferias de San Cristóbal, sus mofas no causaron gracia y terminó dos semanas en un hospital con quijada y cráneo fracturados.
El ‘loco de los potes', esa suerte de Diógenes moderno que escandaliza a Cúcuta, que hace alarde del cinismo filosófico, no vive en un tonel. Heredero de una mediana fortuna, no debe preocuparse por trabajar sino apenas de cobrar arriendos. El tiempo libre, dice, lo aprovecha para hacer "diligencias" y, según él, educar a las personas en política.
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- ¿Cuál loco? Locos son los que están allá, robándose la plata. Que no pasan proyectos para el Norte de Santander. Y más locos los que apoyan a Uribe que lo único que hizo fue darle a la Greystar permiso para explotar el páramo de Santurbán-, dice con acelerada entonación motilona.
En contraste con su permanente molestia, el loco de los potes vive en el barrio Contento, ubicado en el centro de la capital nortesantandereana.
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-Como no me he casado, gracias a Dios vivo relajado-, dice. -La palabra trabajo me da alergia-, agrega.
Es implacable al criticar el oportunismo de los politiqueros. -El problema de Cúcuta es que la gente solo vota a cambio de algo. En campaña uno ve a los candidatos más o menos dándole la mano a la gente, pero después cuando salen, el doctor no está, le colocan vidrios ahumados al carro, que el doctor está en el baño, el doctor está esto...-
-Yo no quiero ser otro títere de la política- afirma y habla de sus anteriores campañas (todas fallidas) al Concejo y a la Cámara de Representantes. Sin embargo, tiene en su haber la nada despreciable suma de 6 mil votos. Por eso muchos políticos del Norte de Santander lo buscan para meterlo al redil de sus campañas. Sin embargo, asegura Álvaro, sus principios no se negocian.
Quizás el loco de los potes no lo sepa, pero hace parte de la exclusiva serie de personajes que ocasionalmente asaltan la fauna política colombiana para caricaturizarla. A ella pertenecen figuras como el Conde Cuchicute, a mediados del siglo XX , o Gabriel Goyeneche el celador de la Universidad Nacional que pasó a la historia como candidato vitalicio a la presidencia.
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Concluye la función. Álvaro Sarmiento toma sus corotos y parte hacia su hogar. Lo acompañan un par de incondicionales que aplauden sus extravagancias. Deja la plaza pública y con sus alas parece volar sorteando las dificultades del diario vivir y la incomprensión de sus coterráneos.