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“Yo desde el momento en que la vi la amé, la amo y no puedo dejarla de amar. Ese es el poder liberador del amor. Sí, el poder liberador del amor”.
A Matilde Cardozo la guerra le despedazó la vida una noche de agosto de 1995 y se la devolvió nueve meses después, cuando parió a su hija. Quiso morirse entonces, pero, en cambio, engendró una vida. Una hija de la guerra que hoy quiere la paz.
“Yo no soy hija de la guerra, yo soy paz y quiero ver a este país con paz”.
Aura Cristina tiene 20 años y con ese tono tranquilo me corrige amablemente mientras me suelta una sonrisa a orillas del Magdalena. Dice que ya perdonó a esos hombres que laceraron para siempre a su mamá y que esta Colombia herida por medio siglo de guerra se merece una segunda oportunidad sobre la tierra.
Ambas accedieron a contar su historia. Madre e hija durante dos días le abrieron sus corazones al equipo de Noticias Caracol. Por primera vez, frente a una cámara de televisión, desandaron ese pasado tan triste.
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Pero aún temen que publicar sus rostros y apellidos pueda estigmatizarlas en una Colombia entrenada durante décadas para rumiar odios.
“Cuando uno pasa por un proceso como es el abuso…el abuso sexual es algo que te devasta, te denigra”: Matilde Cardozo.
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Todo ocurrió en San Juan de Nepomuceno, Bolívar. En aquel entonces la hermana de crianza de Matilde sostenía amores con un soldado. Fue su único pecado.
Las FARC se enteraron y 20 de sus hombres, que solían rondar su parcela, las graduaron de sapas incorregibles. Para escarmentarlas las golpearon y abusaron sexualmente de ellas sin tregua. Su hermana intentó protegerla.
“Yo empecé a oír muchos gritos, empecé a escuchar: ‘hágame lo que quiera a mí, pero no se metan con la niña, no se metan con la niña, no se metan con ella’. Ellos le gritaban palabras obscenas a ella. Me cogieron por esta parte de acá del cabello, me llevaron cerca de ella, más yo no la alcancé a ver. Cuando yo sentí el ataque yo empecé a defenderme, con mis manos, con mis brazos, con lo que podía, pero a ti te agarran varios, te agarra uno por un brazo, otro por una pierna, te someten, no pude defenderme más y como gritaba y esas cosas, recibía cachetadas, me golpeaban”.
Matilde se quiebra al recordar esa vigilia terrible. De inmediato, las lágrimas comienzan a despeñarse por sus mejillas morenas. Solo la brisa del Magdalena reposa su relato.
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“En esos momentos me sentí tan poquita cosa, yo creo que nunca en la vida me había sentido así. Me sentí como sin valor, un dolor muy grande”.
Se fueron caminando durante horas hasta llegar a Barranquilla.
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Matilde y su hermana salieron despavoridas de la casa. Todavía resuenan en sus cabezas la feroz advertencia de las FARC aquella noche: “la próxima vez se mueren”.
Mientras deambulaban como fantasmas intentando coger camino, la novia triste del soldado le decía a Matilde:
“No pude hacer nada, perdóneme, no pude hacer nada”.
Pronto supo Matilde que su barriga no era ya solo de ella. Muchos le dijeron que abortara sin pena, que era entendible, que ese bebé en camino la iba a atormentar toda su vida. Los desoyó a todos cuando sintió sus primeras pataditas y, creyendo que era un niño, le decía con tono de mamá:
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“Decía: ‘tú eres un niño bueno, y tú me quieres, yo te quiero, tú me vas a acompañar, yo me siento muy sola’. Muchas veces lo pensé (abortar). ¿Qué les diría (a quienes pedían el aborto)?, que gracias a Dios no los escuché, que gracias a Dios tomé la decisión más hermosa, de darle vida para que ella me diera vida; porque si yo hubiera acabado con ella, hubiera acabado conmigo misma”.
Hoy caminan juntas, orgullosas, madre e hija. Hace un año Matilde le contó a Aura Cristina cómo vino al mundo. Le pareció que se lo debía. Fue una noche larga. Las venció el sueño de madrugada cuando ya nos les quedaban más lágrimas. Despertaron abrazadas. Desde entonces, son más cómplices.
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¿Qué es lo que más admiras de tu hija?
“Su madurez, su fuerza, su sencillez, su forma de superar la vida. Es una mujer muy berraca, muy valiente”.
Y Aura Cristina, ¿qué es lo que más admiras de tu mamá?
“Es una mujer fuerte, echada para adelante, no se deja contra ningún obstáculo, ella lo pasa. Su berraquera”.
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Conversamos durante horas en el malecón de Barranquilla. Aura Cristina me cuenta que quiere ser médica para salvar vidas. Debe ser una vocación congénita, le digo, siendo que la primera vida que salvó fue la de Matilde. Sin embargo, aunque ha aplicado a varias universidades no ha podido entrar.
No parece que tuviera 20 años. Para ella el perdón es la única terapia posible para que este país esquizofrénico pueda reconciliarse. Pero antes, dice, sus verdugos tienen que dar el primer paso.
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“Que ellos pidan perdón pero de corazón, que de verdad lo sientan, que de verdad lo demuestren, que de verdad estén arrepentidos por todo lo que hicieron, porque hicieron muchas cosas malas con personas inocentes que no teníamos nada que ver en esa guerra”.
Les digo que quizá, en estos tiempos de transición, esta historia la esté viendo por televisión el padre de Aura Cristina. ¿Quieren decirle algo?, les pregunto:
“Le quiero decir que fue muy difícil, muy doloroso, quizás una de las personas que más me dañó, que más me hizo daño, más marcó mi vida, pero también conocí, en medio de ese dolor, conocí el amor más grande que tiene mi vida”.
¿Y tú, Aura Cristina?
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"Que se desmovilice, que haga su vida, que sea feliz, que ya deje esa vida tan fea que tiene, porque eso no es vida. Hacerles daño a otras personas, eso no es vida”.
Ambas son cristianas. Matilde dice que habla mucho con Dios y que éste suele aparecérsele de cuando en cuando para que sepa que jamás ha estado sola.
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Mientras me dice eso vemos pasar esta lancha por el Magdalena. Se llama Gracias Dios Mío.
Ahora sí le creo que se le aparece Dios en todas partes.
Son un ejemplo de reconciliación. Matilde padeció quizá el peor crimen de la guerra. Hoy le tiende su mano a los bárbaros del pasado.
Aura Cristina, ¿qué puede aprender Colombia de ustedes dos?
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“Que hay que seguir adelante, que hay que perdonar”.
El perdón es su mensaje, su liberación.
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Y a esas FARC en camino a la política Matilde, la guerrera, les deja esta sentencia:
“Que se acabó, que no pudieron destruirme, que no podrán y que haré todo lo posible porque no vuelvan a destruir una flor más”.
Juan David Laverde