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Tatuajes, una tendencia que se aleja de los prejuicios sociales en Colombia

Tatuajes, una tendencia que se aleja de los prejuicios sociales en Colombia

Se estima que en el país hay más de 1.000 personas dedicadas a este oficio, que está en crecimiento.

Son cada vez más las personas que encuentran en este arte una forma para expresar su posición política frente a los cambios y las dinámicas sociales que se viven en sus respectivas ciudades y países.

El tatuaje llegó a Colombia durante los años setenta y, desde entonces, ha librado batallas como la estigmatización y la poca regulación.

“Antes los tatuajes eran muy cohibidos. Uno no se podía hacer un tatuaje porque lo tildaban de marihuanero, de loco, de cualquier cosa que fuera mal vista para la sociedad”, cuenta Juan Gómez, amante de estas escarificaciones.

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Félix Barrientos, encargado de plasmar los diseños en los amantes del tatuaje, tiene una opinión similar.

“Poco a poco eso ha ido cambiando y por eso hoy hay tanto nivel en la ciudad (Medellín). Conseguir materiales, acceder a la información, a las técnicas, es mucho más fácil”, dice. 

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Se estima que hay más de mil tatuadores ejerciendo esta actividad en Colombia, siendo Bogotá, Medellín, Cali y Pereira las ciudades más activas.

“La formación, realmente yo siempre lo comparo con las artes marciales, porque considero que para uno ser un tatuador necesita un maestro que quiera compartirte lo que él ya aprendió”, afirma el tatuador Juan Salas.

En Medellín, estos relatos tienen la firma de artistas del tatuaje formados empíricamente o a partir de sus conocimientos en distintas áreas como el diseño gráfico, la fotografía o las artes plásticas.

Para incursionar en este negocio, es necesario obtener también certificaciones en bioseguridad y primeros auxilios. 

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“La gente que lo hace o lo desarrolla tiene que estar muy bien preparada, entonces debe ser algo formal”, reflexiona Julio Forero, otro artista en este gremio.

En brazos, piernas, cuello, cara, cabeza, pies, manos, genitales y otras partes del cuerpo, los tatuajes siempre cuentan historias.

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Ana Rojas recuerda una de esas experiencias que hace de este oficio algo apasionante.

“Vino el cliente, se tatuó la foto de su hijo, a los veinte días nos llama el hijo diciendo que quería tatuarse la foto de su padre. Cuando llega al estudio, nos cuenta que había fallecido su papá. Entonces fue algo muy emotivo”, relata ella, administradora de un negocio de tatuajes.

Un tatuador profesional generalmente cobra por hora o por sesión. Un tatuaje pequeño puede costar entre 150 y 200 mil pesos. Y tatuajes grandes, que implican sesiones de casi todo un día, un millón de pesos o más por sesión. Todo depende del artista y del estudio. 

“Nuestra tarea es hacerle ver a la gente eso, que esto no es algo que pasa de moda rápidamente y lo que vas a llevar ahí es para todo la vida. Esto no muta tan rápido”, opina Félix.

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¿Qué tatuarse? ¿Dónde? ¿De qué tamaño? ¿Qué estilo? ¿Qué colores? Las posibilidades que ofrece esta industria son amplias. Lo mejor es pensarlo bien y asesorarse para encontrar lo que busca, pues un tatuaje es una pieza que lo acompañará hasta más allá de su muerte.

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