Tras una caminata de 200 kilómetros desde la frontera, duermen en plazas o parques si no encuentran quién les dé posada. Muchos recurren a la limosna.
"Todos los días salimos en la mañana o en la madrugada, salimos a un centro que le dicen el abasto a buscar trabajo, nos dicen que no, que están completos (…) a veces tenemos que recoger frutas en la calle y eso o pedir para poder comer", cuenta Katherin García, una de las migrantes venezolanas que sigue en busca de una oportunidad en Bucaramanga.
Ella es una de las ocho personas que ha encontrado albergue en el barrio Gaitán, en una humilde edificación que les abrió sus puertas hace cuatro meses.
"A las nueve todo el mundo extiende su colchonetica en cada sitio de manera que podamos acomodarnos cada uno en su lugar y dormir bien", dice Diego Solano sobre la convivencia en el lugar, donde se alojan en cuartos de 2x3 metros.
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Otros migrantes tienen menos suerte, como los 25 que se refugian en el parque de Los Niños de Bucaramanga.
"Tenemos que estar pendientes de las maletas pa' que no nos vayan a robar o a meterse con nosotros, porque el otro día robaron a alguien ahí y le dejaron todo tirado", cuenta Oscareli Rincón.
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Según las autoridades, aunque Bucaramanga cuenta con una de las tasas de desempleo más bajas del país, no posee una oferta laboral que cobije a 30 mil venezolanos indocumentados que, se cree, viven en el área metropolitana.
Por eso, algunos deciden retornar a Venezuela como última opción, ante la impotencia de no encontrar oportunidades.