Era la una de la tarde, a finales de noviembre de 2007, cuando sonó un estallido. Alguien había abierto la puerta y lo había hecho a la fuerza, con rabia. La periodista que vivía allí estaba sola. Era un apartamento ubicado en el norte de Bogotá, dormía por primera vez allí, pues estaba recién mudada.
Después de haberse ido de casa, de haberse divorciado, para esta nueva soltera de 30 años todo era nuevo y más ese raro estallido que no le alcahueteó la pereza y la despertó en ese, su día de descanso. Había planeado no levantarse y no era para menos, el día anterior había regresado de Cartagena de cubrir el Reinado Nacional de la Belleza. Fue más de una semana de trabajo sin descanso, casi un mes en la Ciudad Heroica contándole a un país lo que hacían, los gustos, las obras benéficas que cumplían, las jovencitas que aspiraban a convertirse en la mujer más linda del país.
Lo curioso fue que ante esa apertura abrupta de la puerta de su apartamento la reportera se despertó sin miedo, solo con curiosidad, de saber qué era lo que pasaba. En su inquieta mente se le vino de todo a la cabeza:
- Se trataba de uno de esos programas de humor que había llegado a su casa de manera sorpresiva a hacer una broma, pero si era así, ¡vaya chiste tan pesado!
- Estaba temblando y el celador o un desconocido, como un acto de solidaridad, llegó a despertarla.
- Un grupo insurgente se había tomado el edificio. El año anterior ella había estado cubriendo la celebración de novenas de las personas que habían sido secuestradas el 26 de julio de 2001, en el centro de Neiva, ¿recuerdan? cuando 12 hombres fuertemente armados, vestidos con prendas camufladas, asaltaron el edificio Torres de Miraflores , privando de su libertad a 15 personas, que fueron liberadas en 2003. Algo similar pensó que estaba pasando. ¡Pero no, qué va! pensó. ¡Mucha película!
Tres hipótesis aún sin resolver, al mejor estilo de una producción cinematográfica de Dago García. Es que tenía: el guion completico, la música y la protagonista (ella misma).
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La periodista vivía en un segundo piso, había rentado el apartamento hacía tres meses y el dueño, un señor de avanzada edad, propietario de una clínica en Bogotá había quedado en ir a recibir el dinero del arriendo personalmente, pero hasta ese momento no había pasado. Así que esta mujer tenía la suma de tres meses del pago del arriendo en su mesita de noche.
Curiosamente, la reacción de la asustada arrendataria fue tomar ese dinero y meterlo dentro de Wayne Dyer, su libro de mesita de noche. Con fuerza lo lanzó debajo de la cama.
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"¿Quién está ahí?", preguntaba la periodista. Cuando, de repente, entre dormida y despierta se pellizcó, para confirmar si seguía dormida, soñando o mejor solo teniendo una terrible pesadilla.
Desde su habitación observaba a sujetos no identificados que estaban ingresando a su casa. Dos personas en sudadera oscura, cachucha, tenis, una de ellas con su brazo izquierdo enyesado.
Uno de ellos a tres metros (la distancia de la puerta del apartamento al cuarto) tartamudeando le respondió a las preguntas de la periodista: "Mona, mona, tenga cuidado es que se le están entrando los ladrones".
Ella gritó: "¡Ladrón usted, huevón!" Y fue cuando el intruso caminó con rapidez hacia la periodista, una mujer rubia de 1,68 metros de estatura y ligera de ropa porque estaba en bata.
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Él la tomó del brazo y la llevó al baño. Ella, descontrolada, empezó a gritar. El sujeto, ya desesperado, tomó una camisa de tela ligera que estaba aún entre el trasteo y la metió por completo en la boca de su víctima. La arrojó al piso y la empezó a ahorcar.
Fue en ese momento que ella hizo un recuento de su vida, de lo bueno, lo feliz y lo agradecida que había sido en su existir. Como si fuera una carta mental en imágenes, los segundos transcurrían como horas, años, décadas.
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De pronto la periodista sintió que en medio del forcejeo se le abrió la bata y pensó: "estoy en pantis, semidesnuda". De pensar en morir asfixiada pasó a pensar en morir violada. Pero en ese momento al entrar la cómplice en escena el ladrón desistió. La mujer no entendía lo que sucedía. Le preguntó: "¿Mi amor, todo está bien?".
Salvó la Patria. La reportera pensó: viene con su pareja, es decir, no me va a violar.
La cómplice entró armada con un cuchillo tan grande como los que usan en las famas para cortar una vaca entera. Lo llevaba escondido dentro del yeso, que funcionaba como una caleta del arma blanca. La periodista reflexionó de nuevo: "Ya no es asfixia, ya no es violación, ahora me va a cortar en pedacitos".
Como parece una película, voy a narrar la siguiente escena en la que hace parte la presencia de Dios.
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La periodista se acordó que existía un ser poderoso, que todo lo puede, así que pensó: "Dios, sálvame, cuídame". Funcionó. Se calmó, lo hizo orando en voz alta.
El ladrón apenas la miraba, seguro pensando ¡esta vieja está loca!... cuando la reportera lo tomó del brazo y lo invitó a que oraran juntos. Dicho y hecho, así fue. Él le siguió la corriente y empezaron a rezar. Al tercer padrenuestro la periodista y el ladrón se sentaron en la cama de la habitación. Ella ya controlando la situación le empezó a hablar, mirándolo fijamente a los ojos, entrando por medio de ellos a su hígado, a sus entrañas, a su corazón.
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Hablaron de todo un poco. Ella le contó que se acababa de divorciar, que se había ido de la casa, que era una mujer cabeza de familia, mamá, hija. Le aclaró al sujeto que él se podía quedar con lo que quisiera, que lo que se iba a llevar no se lo estaba robando, que sintiera que se lo regalaba como un acto de generosidad. En escasos 15 minutos, víctima y victimario ya eran los mejores amigos, y es cuando entra a escena de nuevo la novia del maleante, una señora de pelo oxigenado, con la nariz con una venda como recién operada y brazo con yeso. Le pregunta a la periodista: "¿Dígame dónde está el dinero?".
La periodista solo pensaba "¿Cómo sabe que tengo dinero?", pero respondió inmediatamente: "Todo lo que ven es de ustedes y se los estoy regalando, aquí nadie se está llevando nada sin permiso".
La periodista continuó hablando con su nuevo mejor amigo (el ladrón) sobre la vida y él se la contó a ella toda: sus necesidades como padre de familia, con el colegio y comida de sus hijos. Se sinceró, parecían conocidos de toda la vida. Le dijo que él no era una mala persona, que se trataba simplemente de necesidad. En ese momento, los ojos del sujeto pasaron de ser los de un temido ladrón y asesino en potencia a los de un perrito degollado, una mosquita muerta, como se dice popularmente.
Mientras esto ocurría, su pareja inspeccionaba cada rincón de la casa con cara de rabia y disgusto. Pero esta cambió cuando encontró en la sala un cajón lleno de dulces. Era el rinconcito mágico de la hija de tres años de la periodista que en ese momento, por fortuna, estaba en casa del papá. Allí la amiga de lo ajeno tomó una bolsa de galletas sabor a fresa, edición limitada, por ser época de Navidad. Las guardó debajo del brazo como si fueran un premio, el más valioso.
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Pasó el tiempo, como una hora después la mujer entró al cuarto y le dijo a su novio: “Ya es suficiente, nos vamos” y le dijo a la periodista: “Solo puede salir en una hora, si lo hace antes la mato”. Entonces la periodista piensa sobre sus hipótesis y confirma la respuesta C, se tomaron el edificio, así como lo habían hecho un par de años antes en Neiva.
La pareja de ladrones ya se iba, huía de la casa y el nuevo mejor amigo de la periodista regresó y tomó su cartera, sacando las llaves del carro. Ella pensó: “No me asfixiaron, no me violaron, ni me cortaron a pedacitos con cuchillo, sino que ahora me van a hacer el paseo millonario, robar papeles y tarjetas", luego él se queda mirándola y le dice: "Yo a usted la he visto en algún lugar, yo siento que la conozco". Se va y vuelve a repetir: “Yo sé que la he visto”. Ahí es cuando muy empoderada la periodista, con valentía, reacciona: “¡Oiga, no se vaya!”. Él responde: “¿Cómo así? ¡Sí, ya nos vamos, con lo que usted nos regaló!” Ella le insiste: “Oiga, pero no se lleve la cartera que están mis papeles y no tengo tiempo de sacarlos". Entonces sonrió y dejó la cartera con todo y se fue, en compañía de su amada cómplice.
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Transcurrida una hora, la comunicadora sale con miedo, sin saber si al salir la matarían o la secuestrarían. Baja temerosa por las escaleras a su encuentro con el celador del edificio, quien estaba tranquilo escuchando música, disfrutando del día soleado de domingo.
Confirmado. Los ladrones habían entrado como Pedro por su casa diciendo que eran los dueños del 301, apartamento desocupado un piso arriba. Su excusa era que iban por unas llaves que habían olvidado. Era como para demandar a la administración del edificio. Cada día, de manera extraña, llegaba un portero nuevo.
El administrador dijo que respondía, pero lo hizo verbalmente. Nunca respondió. La periodista hizo su inventario, se robaron el celular, un reloj, costosos regalos de su ex, un computador y las deliciosas galletas de fresa y chocolate blanco. Sin el celular, no tenía ni el número de sus padres ni hermano, de nadie. Así que lo único que se le ocurrió fue llamar a Noticias Caracol, lugar donde trabajaba, a pedir que buscaran el nombre de sus padres y así fue como los pudo contactar. Sí, esta es la historia de Pilar Schmitt, mi historia.
La escena siguiente fue la llegada de la Policía, de todo el mundo. Descripción de las personas que habían ingresado. El qué, cómo, cuándo y por qué, pero como siempre, en este país jamás pasa nada. Al otro día tenía morados por todo mi cuerpo, las marcas de las manos del ladrón en mi cuello, un morado en las nalgas por la caída brusca en el baño, pero estaba viva, había salido ilesa de esta película con varias escenas, en cada una de ellas pensé que no viviría. Hoy, lo recuerdo con un #TBT, memoria que llegó cuando tomé un taxi en la calle y el conductor se parecía al ladrón que ingresó a mi casa hace ya más de 10 años. Su rostro quedó grabado en mi mente, imposible no olvidar cómo sentí perder la vida en mi casa, cuando pensé pasar un domingo descansando en mi hogar. Lo que hice fue rezar esta vez en mi mente, perdonarlo y continuar. De eso se trata la vida; siempre continuar con la cabeza en alto, con lágrimas. Termino este artículo, cierro este capítulo en mi vida.