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En muchas empresas suele ocurrir algo que no parece justo. Las personas que cumplen con sus tareas, que trabajan más que otros y que no se quejan, terminan siendo las más afectadas, según un experto en recursos humanos. El especialista aseguró que estos empleados son los más perjudicados dentro de las organizaciones. ¿Por qué razón?
Rafael Alonso, con años de experiencia en el ámbito de los recursos humanos y el bienestar laboral, señaló que cuando una persona trabaja bien, no genera problemas y no reclama, los jefes tienden a confiar en ella. Esa confianza hace que le asignen más tareas, más responsabilidades y más carga de trabajo. Como no se queja, se piensa que puede seguir haciendo todo sin problema. Pero con el tiempo, esa persona empieza a sentir cansancio, estrés y frustración. No se trata de que el empleado no quiera ayudar. El problema es que esa ayuda se vuelve una costumbre. Se espera que siempre esté disponible, que siempre diga que sí, y que nunca ponga límites. Así, el trabajo se acumula y no hay reconocimiento ni compensación.
El fenómeno se explica, en parte, por una lógica psicológica que opera en los líderes y gestores de equipos. Según Alonso, los directivos tienden a confiar en aquellos empleados que han demostrado ser resolutivos, responsables y eficientes. Esta confianza, sin embargo, se traduce en una sobrecarga de tareas, mayores exigencias y una expectativa constante de rendimiento, sin que ello implique necesariamente una mejora en las condiciones laborales, el salario o el reconocimiento profesional.
Desde una perspectiva organizacional, la confiabilidad es un valor altamente apreciado. Los líderes buscan colaboradores que puedan ejecutar tareas sin supervisión constante, que mantengan la calidad en sus entregas y que no generen conflictos. No obstante, esta percepción positiva puede convertirse en una trampa para el trabajador eficiente.
Alonso explica que, psicológicamente, los líderes prefieren asignar tareas a quienes consideran “seguros”, es decir, a quienes no van a cuestionar las decisiones ni a generar resistencia. En cambio, aquellos empleados que muestran actitudes más críticas o que establecen límites claros suelen recibir menos carga laboral, precisamente porque se perciben como potenciales generadores de conflicto. Esta dinámica genera una distribución desigual del trabajo, donde los más comprometidos terminan asumiendo responsabilidades que exceden su rol formal.
Uno de los efectos más nocivos de esta situación es el impacto en la salud mental de los trabajadores. El síndrome del trabajador quemado (burnout), el estrés crónico y la ansiedad laboral son cada vez más frecuentes entre los empleados que se encuentran atrapados en esta dinámica de sobreexigencia silenciosa. Según datos citados por Alonso, los problemas de salud mental ya constituyen la segunda causa más común de baja laboral en España, solo superados por los trastornos musculoesqueléticos. 
El trabajador eficiente, al no quejarse y al asumir cada vez más responsabilidades, se convierte en el “comodín” de la empresa. Esta posición, aunque inicialmente puede parecer ventajosa, termina generando una presión constante que afecta el bienestar emocional, la motivación y, en muchos casos, la productividad a largo plazo.
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Otro aspecto que Rafael Alonso destaca es la falta de equidad en la retribución. En muchas empresas, los empleados que trabajan más, que asumen tareas adicionales y que contribuyen de manera significativa al éxito de los proyectos, reciben el mismo salario que aquellos que cumplen con lo mínimo requerido. Esta situación, además de ser injusta, genera frustración y desincentiva el compromiso.
La lógica empresarial debería premiar el esfuerzo, la iniciativa y la eficiencia. Sin embargo, en la práctica, la ausencia de mecanismos de evaluación justa y de reconocimiento efectivo provoca que los trabajadores más valiosos se sientan desmotivados. Esta falta de diferenciación entre el rendimiento alto y el bajo contribuye a la pérdida de talento y al deterioro del clima laboral.
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Muchos empleados optan por no quejarse como una forma de evitar conflictos, conservar su puesto de trabajo o mantener una imagen profesional. Esta actitud, aunque comprensible, puede ser contraproducente. El silencio perpetúa la invisibilidad del esfuerzo y dificulta que los líderes reconozcan la sobrecarga que enfrentan ciertos miembros del equipo.
Alonso insiste en que poner límites no significa ser conflictivo, sino ejercer el derecho a una gestión saludable del trabajo. Establecer fronteras claras entre lo que corresponde y lo que excede el rol profesional es fundamental para preservar la salud mental y evitar el agotamiento. En este sentido, el experto recomienda que los empleados soliciten una retribución acorde a sus responsabilidades y que, en caso de no obtener respuesta, se nieguen a asumir tareas que no les corresponden.
"Si quieres conservar tu salud mental, lo que haría sería poner límites. Es decir, sería como pedir que se te pague en función de las responsabilidades e, incluso, de la carga de trabajo que tienes. Y si no pasan por el aro, que ese trabajo que confían que tú hagas, lo haga el otro", enfatizó el experto.
Los jefes tienen un papel importante. Deben observar cómo se distribuye el trabajo, escuchar a sus equipos y evitar que unos pocos carguen con todo. La confianza en un empleado no debe convertirse en abuso. También deben reconocer el esfuerzo. No solo con dinero, sino con palabras, oportunidades de crecimiento o ajustes en la carga laboral. El reconocimiento ayuda a mantener la motivación y a evitar que el empleado se sienta usado.
ÁNGELA URREA PARRA
NOTICIAS CARACOL