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La Navidad trae consigo canciones, luces, familia… y una tradición previa que despierta curiosidad y calidez: la corona de adviento. En diciembre, las casas se visten con ella y cada domingo se encenderá una vela que marca una etapa distinta de espera, reflexión y alegría. Una manera perfecta de hacer del diciembre un tiempo especial, cargado de significado y conjunto familiar.
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La corona de adviento es un símbolo circular que representa el tiempo de preparación previo a la Navidad. Su origen se encuentra en tradiciones paganas germánicas, donde en medio del invierno se encendían velas y se utilizaba vegetación verde para invocar la vuelta de la luz y la primavera. Con el tiempo, esta práctica fue adaptada por la Iglesia cristiana —especialmente en Alemania del siglo XIX gracias al pastor Johann Hinrich Wichern— para enseñar a los fieles el significado espiritual del adviento.
El círculo de la corona simboliza la eternidad de Dios, sin principio ni fin, y las ramas perennes representan la vida que persiste en tiempos oscuros. Hoy en día es tanto un elemento litúrgico como una tradición decorativa muy extendida en hogares, iglesias y comunidades.
Esta corona lleva cuatro velas, que se encienden cada domingo del periodo de adviento. A veces se añade una quinta, blanca, encendida en Navidad. Cada vela representa una virtud y una etapa espiritual particular:
Y si se incluye una quinta vela blanca, se enciende en Nochebuena o Navidad para indicar la llegada de Jesús, la luz del mundo.
La corona de adviento tiene raíces muy antiguas que se remontan a las tradiciones paganas germánicas. En aquellas sociedades del norte de Europa, durante los meses más oscuros del invierno, se encendían velas en espacios circulares para atraer la luz y pedir buenas cosechas. Era un ritual que simbolizaba esperanza en medio del frío y la oscuridad, y que con el tiempo se transformó en una práctica cargada de significado espiritual.
Con la llegada del cristianismo, esta costumbre fue adoptada y adaptada. Ya en el siglo XVI, las comunidades luteranas de Alemania comenzaron a utilizar ramas verdes para representar la fe y la vida eterna. Así, el círculo y el follaje se convirtieron en elementos esenciales que evocaban la continuidad y la esperanza, integrándose poco a poco en la preparación para la Navidad.
La formalización de la corona tal como se conoce hoy se atribuye al pastor Johann Hinrich Wichern, quien en el siglo XIX creó una rueda con 24 velas para enseñar a los niños el calendario de adviento. Cuatro de esas velas eran más grandes y se encendían cada domingo, marcando el ritmo de la espera. Esta idea pedagógica se expandió rápidamente y dio origen a la tradición que conocemos.
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Con el tiempo, la corona de adviento dejó de ser exclusiva de las iglesias y se convirtió en un símbolo presente en hogares católicos y laicos. Hoy funciona como un ritual que combina estética, crianza y educación espiritual, adaptándose a diferentes culturas y estilos de vida. Más allá de su origen religioso, se ha transformado en una práctica que une a las familias y marca el inicio de la temporada navideña.
Más allá del ritual cristiano, la corona vive en un sentido laico y familiar. Muchos lo ven como una cuenta regresiva poética hacia la Navidad, con valores universales como esperanza, unión y resiliencia. Así, se encienden velas también por compartir, el logro del año o los buenos deseos para el próximo.
Armar una corona de adviento no requiere materiales sofisticados; se puede hacer con creatividad y recursos accesibles. Una opción práctica es utilizar materiales alternativos, como cartón reciclado para la base, en lugar de estructuras costosas. Si no se encuentran velas en los colores tradicionales, se pueden usar velas blancas, que también transmiten luz y pureza.
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En cuanto a la decoración temática, hay muchas posibilidades para darle un toque personal. Se pueden añadir luces LED para crear un ambiente cálido, incorporar aromas navideños como canela o pino, y complementar con elementos naturales como piñas y ramas secas. Los moños y las esferas también aportan color y elegancia, convirtiendo la corona en un adorno que armoniza con el resto de la decoración navideña.
Si se elige follaje natural, es importante cuidar su frescura. La fiabilidad del follaje depende de mantenerlo húmedo cada pocos días, evitando que se seque antes de que termine el adviento. Este detalle asegura que la corona conserve su aspecto verde y vivo durante toda la temporada.
Por último, la seguridad es fundamental. Las velas deben estar bien aseguradas para evitar accidentes, y nunca deben dejarse encendidas sin supervisión. Una corona bonita no debe convertirse en un riesgo, así que conviene usar portavelas firmes y mantenerla lejos de materiales inflamables.
También se puede adaptar la corona según las preferencias personales. Algunas personas añaden una quinta vela blanca en el centro para encenderla en Navidad, mientras que otras cambian los colores si buscan un enfoque más laico. Lo importante es que la corona refleje valores y emociones que acompañen la espera de la Navidad.
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Este texto fue realizado con colaboración de un asistente de IA y editado por un periodista que utilizó las fuentes idóneas y verificó en su totalidad los datos. Cuenta con información y reportería propia de Noticias Caracol.
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