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En las relaciones humanas, no siempre es fácil distinguir entre el afecto genuino y el interés disfrazado. A lo largo de la vida, todos hemos tenido vínculos que, en su momento, parecían sinceros, pero que con el tiempo revelaron una dinámica desigual, donde una de las partes daba más de lo que recibía. ¿Quién no ha sentido alguna vez que está siendo aprovechado, que su disposición es vista como una obligación y no como un gesto voluntario? Este tipo de experiencias, aunque dolorosas, son más comunes de lo que se cree. Y lo más preocupante es que muchas veces pasan desapercibidas, especialmente cuando la persona que está siendo utilizada tiene una personalidad empática, generosa o acostumbrada a priorizar el bienestar ajeno por encima del propio. En estos casos, el abuso emocional se disfraza de cercanía, y la manipulación se presenta como necesidad.
La grafóloga y especialista en personalidad Maryfer Centeno ha identificado patrones que se repiten en personas manipuladoras, oportunistas o emocionalmente abusivas. La experta dio a conocer siete señales claras que permiten detectar cuándo una persona está utilizando a otra. Estas señales no solo se basan en lo que se dice o se hace, sino también en lo que se omite, en cómo se actúa y en la forma en que se construye —o se destruye— el vínculo.
Por supuesto, la intención no es generar paranoia ni fomentar la desconfianza, sino ofrecer herramientas para que cada persona pueda observar con mayor claridad sus relaciones interpersonales. Reconocer estas señales es el primer paso para establecer límites, proteger la salud emocional y construir vínculos más sanos y equilibrados.
Una de las señales más evidentes de que alguien está utilizando a otra persona es la constante solicitud de favores sin reciprocidad. Este tipo de individuos suelen presentarse como necesitados, vulnerables o urgentes, pero rara vez están dispuestos a ofrecer ayuda cuando se les requiere. Este comportamiento revela una dinámica de desequilibrio en la relación, donde uno da y el otro solo recibe.
En el lenguaje corporal, se observa una actitud demandante, con gestos que indican superioridad o urgencia, como señalar constantemente o invadir el espacio personal para imponer su necesidad. Este patrón no solo agota emocionalmente, sino que también puede generar una sensación de obligación constante en quien lo sufre, llevándolo a actuar por compromiso más que por voluntad.
Otra señal clara, según Maryfer Centeno, es la intermitencia en la relación. Estas personas no mantienen un vínculo constante ni muestran interés genuino por la vida del otro. Solo se hacen presentes cuando tienen una necesidad específica, ya sea emocional, económica o práctica. Este tipo de comportamiento es manipulador y oportunista. En el lenguaje corporal, se manifiesta en una actitud evasiva cuando no se necesita nada, y en una postura más abierta y afectuosa cuando se busca obtener algo. Es decir, el interés es circunstancial y condicionado.
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Este tipo de vínculo puede generar confusión, especialmente si la persona que está siendo utilizada tiene una disposición afectiva o empática. La ausencia de contacto regular y el regreso repentino con demandas específicas son señales de alerta que no deben ignorarse.
Cuando se intenta establecer reciprocidad o pedir apoyo, estas personas suelen minimizar el esfuerzo requerido. Frases como “no es para tanto”, “eso lo puedes hacer tú solo” o “no tengo tiempo para eso” son comunes. Este tipo de respuestas desvalorizan las necesidades del otro y refuerzan la idea de que solo sus propios intereses son válidos. En el lenguaje corporal, se observa una actitud de indiferencia, con gestos de desdén como levantar una ceja, cruzar los brazos o mirar hacia otro lado mientras se habla. Este comportamiento no solo es injusto, sino que también puede generar sentimientos de inferioridad en quien lo sufre, al percibir que sus necesidades no son importantes ni merecen atención.
Una señal fundamental de que alguien está siendo utilizado es la falta de respeto por sus tiempos, espacios y límites personales. Estas personas suelen imponer sus necesidades sin considerar si el otro está disponible, dispuesto o emocionalmente preparado para atenderlas. Este tipo de conducta es invasiva y revela una personalidad controladora. En el lenguaje corporal, se manifiesta en gestos abruptos, interrupciones constantes y una proximidad física excesiva. El respeto por los límites es esencial en cualquier relación sana. Cuando este respeto no existe, se genera una dinámica de abuso emocional que puede derivar en ansiedad, estrés y agotamiento.
Una de las estrategias más comunes utilizadas por personas manipuladoras es la presión emocional mediante la culpa. Frases como “pensé que podía contar contigo”, “si no me ayudas, nadie más lo hará” o “me decepcionas” son utilizadas para inducir sentimientos de responsabilidad injustificada. Este tipo de manipulación emocional busca controlar al otro sin necesidad de confrontación directa. En el lenguaje corporal, se observa una actitud victimista, con gestos como bajar la cabeza, suspirar profundamente o adoptar una postura encorvada para generar lástima.
La culpa inducida es una herramienta poderosa que puede llevar a una persona a actuar en contra de sus propios intereses, por miedo a perder el afecto o la aprobación del otro.
La ausencia de gratitud genuina es otra señal clara de que alguien está siendo utilizado. Aunque pueda haber expresiones superficiales de agradecimiento, estas suelen ser automáticas, vacías o seguidas de nuevas demandas. El agradecimiento verdadero implica reconocimiento, empatía y reciprocidad. La falta de gratitud revela una personalidad narcisista, centrada en sus propias necesidades y carente de empatía. En el lenguaje corporal, se manifiesta en gestos mecánicos, como una sonrisa forzada o un “gracias” dicho sin contacto visual ni emoción. La gratitud es un componente esencial de las relaciones humanas. Su ausencia constante indica que la relación está basada en el interés y no en el afecto genuino.
Finalmente, cuando el abuso emocional, la manipulación y la falta de reciprocidad se convierten en una constante, se está ante una relación tóxica. Estas personas no solo utilizan al otro, sino que lo hacen de forma sistemática, convirtiendo el abuso en una rutina. Este tipo de comportamiento puede tener consecuencias graves para la salud emocional de quien lo sufre. En el lenguaje corporal, se observa una actitud dominante, con gestos de superioridad como mirar por encima del hombro, invadir el espacio personal o hablar en tono imperativo. Cuando el abuso se normaliza, la víctima puede perder la capacidad de reconocerlo, justificando el comportamiento del otro o culpándose a sí misma. Por ello, es fundamental identificar estas señales a tiempo y tomar medidas para protegerse.
Tenga en cuenta que reconocer estas señales no solo permite establecer límites saludables, sino también recuperar el control sobre su propia vida y evitar relaciones que generan desgaste y sufrimiento. La clave está en observar, reflexionar y actuar con firmeza, priorizando el bienestar emocional y la dignidad personal.
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ÁNGELA URREA PARRA
NOTICIAS CARACOL