Kiersten Milles, de 22 años, llegó a la vida de Talia como lo hacen muchas jovencitas universitarias, con la intención de ganar dinero extra como niñera. Tres semanas después, estaba decidida a donar parte de su hígado para que la niña pudiera vivir.
Talia Rosko, de 16 meses de nacida, sufría de atresia de vías biliares, una enfermedad rara del hígado que supone daños irremediables. De no encontrar un donante con un órgano compatible, la expectativa de vida era de tan solo dos años.
La niñera se encariñó tanto con Talia, que se ofreció como donante sin pedir nada a cambio. El trasplante fue un éxito.
George y Farra Rosko, los padres de la niña, ven a Kiersten como su ángel en la Tierra. Y cómo no, después de este gesto de generosidad sin límites.
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Historias como esta hacen que cobre cada vez más sentido la frase: “Salvar una vida no cambiará el mundo, pero su mundo sí cambiará para siempre”.
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Larga vida para Talia Rosko y su niñera de oro.