“Mandaban electricidad a mi cuerpo y me mostraban pornografía gay para que las asociara con el dolor que estaba sintiendo. Como era niño, gritaba de dolor rogándoles que se detuvieran, pero ellos (sus padres y terapeutas) no se detenían”.
Brinton no culpa del todo a sus padres. Asegura que hay una industria millonaria detrás de las terapias de conversión que se está lucrando de homofobia, el dolor de padres y niños y de la ignorancia.
Tuvo varios intentos de suicidio, pero decidió cambiar su destino y hoy trabaja para el Trevor Project, una línea de apoyo para niños y jóvenes como él que por la homofobia contemplan quitarse la vida.
¿Cómo un indígena kogui se vuelve cristiano? A Julio Teherán ni bolsitas de agua le permitían tirar sus papás