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En el Caribe colombiano hay una herencia que suena a trompeta, tambor y alegría. Es la estela musical de Francisco 'Pacho' Galán, el compositor que unió la cumbia y el merengue para inventar el merecumbé, ese ritmo que aún hace bailar a los abuelos y nietos en las fiestas de pueblo. Su bisnieta, Nátaly Galán Freyle, también nació con ese pulso en la sangre, pero en lugar de partituras, su vida se llenó de fórmulas químicas. Y así, donde el maestro mezclaba sonidos, ella aprendió a combinar moléculas.
Hoy, con 40 años, es una de las 50 científicas más importantes de Colombia, según la Superintendencia de Industria y Comercio. Química de profesión, doctora en química aplicada y actual directora de investigaciones de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Nátaly ha logrado registrar 19 patentes —17 en Colombia y 2 internacionales— que podrían cambiar la manera en que el país diagnostica enfermedades, detecta explosivos y hasta limpia su medio ambiente.
“Mi tesis, por ejemplo, fue de detección a 60 metros de distancia de explosivos en superficies metálicas. Por ejemplo, si tienes un carrobomba y algún terrorista deja huellas o trazas de explosivos, cómo puedes hacer esa detección sin necesidad de que el analista llegue al sitio y sufra algún tipo de accidente”.
El resultado de esa investigación fue tan asombroso que le valió reconocimiento internacional. Nátaly descubrió que a través del “ritmo” de las moléculas, podía identificar qué tipo de explosivo había a cierta distancia. Ese hallazgo la llevó a recibir capacitación junto a científicas de todo el mundo, desde Rusia hasta Afganistán, sobre cómo aplicar la química a la paz. “Recibimos toda esa capacitación de cómo desde la química podríamos influir de cierta forma en la paz”, recuerda.
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Su tecnología podría servir para detectar minas antipersona, esas que todavía amenazan los caminos rurales del país. Pero hay algo que la detiene: el miedo. “Yo podría desarrollar esa tecnología, pero parte de ese proceso es validarlo y para eso tienes que ir a campo y hacer eso no es tan seguro en el país”, dice con algo de frustración.
Por eso decidió cambiar de campo, literalmente, dejó los explosivos para concentrarse en la detección temprana de enfermedades. Su equipo ha desarrollado biosensores que permiten, a partir de muestras simples como la orina, discriminar si una persona tiene riesgo de lupus o enfermedad renal, incluso antes de que aparezcan los síntomas.
Sus patentes combinan espectroscopía, nanobiosensores y análisis por inteligencia artificial. No solo para la salud, también para monitorear la calidad del agua, el suelo y el aire. En todo caso, ciencia aplicada al bienestar, hecha desde el Caribe. “Es increíble que no haya recursos, que no crean en la importancia de lo que hacemos los investigadores”, dice con un dejo de cansancio. “Nosotros podemos investigar, por ejemplo, cómo mejorar los estilos de vida de las personas para que no desencadenen ciertas enfermedades”.
Pocos imaginarían que la doctora Galán, hoy rodeada de tubos de ensayo y microscopios, fue alguna vez una rapera y reguetonera reconocida. En su adolescencia, la champeta y el rap eran su lenguaje natural.
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“Cuando vivía Cartagena comienzo a escuchar champeta, una música que se llamaba raga, ni siquiera era reguetón y mucho rap en español, que era completamente nuevo”, recuerda. Esa influencia la llevó, junto a su amiga Johana Chartury, estudiante de derecho, a formar el dúo Las Doncellas. Ambas se vestían con ropa ancha y gorras para no desentonar en un género dominado por hombres.
De esta manera Nátaly se convirtió en uno de los primeros referentes femeninos del género urbano en el país con canciones como 'Yo no sé' o 'Tú me hechizas', pero sin duda fue con 'Tocarte Toa', junto a Big Yamo, que alcanzó el reconocimiento nacional e internacional. La canción se lanzó en 2008 y fue un hit internacional.
“Creo que fue de las épocas más divertidas de mi vida. Yo no lo creía porque mucha gente tampoco creía que nosotros éramos de Cartagena. Nosotros viajamos a Chile, viajamos mucho, en algunos shows tuvimos que salir huyendo porque la gente quería tocarte, quería una foto contigo”, asegura.
Y fue precisamente eso último, de lo que no quiso dar muchos detalles, pero lo que terminó por alejarla de la industria musical y llevándola a elegir la ciencia. “Llegó un momento en el que tuve que tomar una decisión. Yo sentía que me gustaba la música, pero sentía que había mucha presión y era difícil. El mundo musical no es tan fácil, menos para una mujer, el ambiente es pesado, hay acoso, pasaron cosas que no eran tan chéveres”.
Aunque cambió los escenarios por laboratorios, Nátaly no siente que haya renunciado del todo a la música. “La ciencia y la música tienen hilos conductores. Mi bisabuelo mezcló la cumbia y el merengue para crear el merecumbé. Yo mezclo nanopartículas y muestras biológicas para detectar biomoléculas”, explica con naturalidad.
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Para ella, las moléculas se comportan como notas en una partitura. Quizás por eso su trabajo parece tener ese toque de intuición artística que no se enseña en ninguna universidad. Nátaly Galán ve patrones donde otros ven caos. Escucha melodías donde otros solo perciben ruido.
En sus palabras, el laboratorio es su orquesta, y las moléculas, sus instrumentos. “Cada día me convenzo más de que la creatividad es lo que une todo. Es lo que te permite mezclar cosas que parecen imposibles y crear algo nuevo”.
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A veces, cuando los reactivos burbujean en silencio, recuerda al bisabuelo que compuso canciones para una butifarra o para una novia del barrio, y piensa que, en el fondo, ambos hacen lo mismo: buscar armonía en lo invisible. Y aunque su música ya no suena en radios, su trabajo podría salvar vidas, limpiar ríos y evitar tragedias. Una melodía distinta, pero igual de necesaria.