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La etóloga británica Jane Goodall, quien falleció a los 91 años, revolucionó la ciencia al demostrar que los chimpancés tienen emociones, usan herramientas y poseen complejas estructuras sociales. Con su legado, se convirtió en un ícono mundial del activismo ambiental y la defensa de los animales. Los Informantes habló con ella en 2018.
La muerte de Jane Goodall, confirmada por el instituto que lleva su nombre, se debió a complicaciones naturales mientras se encontraba en una gira de conferencias. Con su partida, el planeta pierde a una de sus más grandes defensoras, pero queda un legado científico, humano y ambiental imposible de medir.
Goodall no fue solo una científica; fue una pionera que, con paciencia y una curiosidad sin límites, se adentró en la selva profunda de África para cumplir su sueño de infancia: vivir y observar a los animales en su hábitat natural. Su trabajo de campo, que se extendió por más de seis décadas, se convirtió en un pilar fundamental para comprender que los chimpancés, y por extensión otros animales, poseen personalidades, emociones y vínculos sociales complejos. Esta idea, hoy ampliamente aceptada, fue revolucionaria para la ciencia de los años sesenta, una época en la que se creía que estos primates eran "absolutamente salvajes" y la idea de estudiarlos de cerca parecía un "suicidio".
Desde muy pequeña, Jane Goodall soñaba con África. Su fascinación comenzó en la cuna, abrazada a un chimpancé de peluche que su padre le regaló. Crecía dándole clase a sus mascotas y durmiendo junto a las lombrices que recogía del jardín y metía bajo su almohada. Aunque su familia no tenía los recursos para enviarla a la universidad, su madre, una joven novelista, siempre la impulsó a perseverar. Justamente gracias a ese apoyo, en 1957 llegó a Kenia, donde su vida daría un giro decisivo que fortaleció para siempre su amor por los animales y la naturaleza.
Allí conoció al renombrado paleontólogo Louis Leakey, quien reconoció su talento innato y su pasión, y la envió a estudiar primates. Así, en 1960, con tan solo 26 años, Goodall inició en el Parque Nacional Gombe Stream, en Tanzania, la investigación que definiría su vida y cambiaría la primatología para siempre.
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Debido a que las autoridades de la época no permitían que una joven trabajara sola en un contexto político inestable, viajó acompañada de su madre. Trabajando como mesera había logrado ahorrar para el viaje desde Londres. Su misión era clara: estudiar a los chimpancés en su estado más salvaje para obtener pistas sobre cómo se habrían comportado nuestros ancestros.
Los chimpancés crean y usan herramientas: este fue, sin duda, su hallazgo más revolucionario. Hasta ese momento, la capacidad de fabricar y utilizar herramientas se consideraba una característica exclusiva que definía y diferenciaba a la especie humana del resto de los animales. Goodall observó a un chimpancé, al que llamó David Greybeard, seleccionar cuidadosamente una rama, quitarle las hojas y usarla para "pescar" termitas de un montículo.
El impacto fue inmediato. Cuando le comunicó la noticia a su mentor, el paleoantropólogo Louis Leakey, este respondió con una frase que pasaría a la historia: "Ahora debemos redefinir al ser humano, redefinir la palabra herramienta o incluir a los chimpancés dentro de los humanos".
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Tienen personalidades individuales y emociones complejas: en una época en que la ciencia exigía una distancia objetiva y numerar a los sujetos de estudio, Goodall rompió el molde al ponerles nombres a los chimpancés, como David, Frodo y Flo. Esta cercanía le permitió descubrir que, al igual que los humanos, cada uno tenía una personalidad distinta “Cada uno tenía personalidades muy diferentes. Tienen las mismas emociones que tenemos nosotros”, entre ellas, la depresión, explicaba.
Sus observaciones documentaron un mundo emocional: vio chimpancés expresar afecto, reírse, tener sentido del humor, competir por el poder y hasta llorar la pérdida de un miembro de su grupo. Comprobó que eran capaces de construir lazos familiares duraderos y mantener rituales sociales.
Poseen una comunicación sofisticada: la bióloga fue pionera en documentar que los chimpancés tienen formas complejas de interacción social. Descubrió que se comunicaban entre sí utilizando más de 20 sonidos diferentes, cada uno con un propósito específico. Sus interacciones no eran meramente instintivas, sino que conformaban una estructura social compleja.
También fue testigo de comportamientos que podrían considerarse culturales. Observó rituales dentro de los grupos y lazos familiares que se mantenían a lo largo del tiempo. Esta evidencia demostró que no eran simples bestias salvajes, sino seres con una organización social y métodos de comunicación que desafiaban la comprensión de la época.
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Tienen una violencia brutal: Así como reveló su lado sensible y "humano", Goodall también documentó su capacidad para la violencia extrema. Tras doctorarse en la Universidad de Cambridge —un título que obtuvo sin haber cursado estudios previos—y regresar a la selva, presenció cómo los chimpancés "eran humanos, demasiado humanos", capaces de matarse entre sí.
Fue testigo de una brutal guerra de cuatro años entre diferentes facciones de la comunidad, un comportamiento que hasta entonces se creía exclusivo de la especie humana. Además, ella misma sufrió la agresividad de Frodo, el macho alfa de la manada, quien la atacó y la arrojó por un barranco, pero por fortuna, un arbusto la salvó de una caída mortal.
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Pueden reconocerse a sí mismos: otro de sus grandes aportes fue comprobar que los chimpancés poseen autoconciencia, una capacidad cognitiva avanzada. Goodall documentó cómo podían reconocerse en un espejo, un indicativo de que tienen una noción de sí mismos como individuos separados de su entorno y de los demás.
Tras décadas en el corazón de África, Jane Goodall descubrió que la selva, en el fondo, no era tan salvaje como el mundo "civilizado". Ante la brutalidad de la tala de árboles, la cacería ilegal y la falta de conciencia ambiental, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Dejó su paraíso africano para convertirse en una embajadora de sus amados chimpancés y de la naturaleza en general.
Fue nombrada Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas en 2002 y dedicó las últimas décadas de su vida a viajar 300 días al año para concienciar sobre la crisis climática, la deforestación y el peligro de extinción de los chimpancés.
Creó el Instituto Jane Goodall, una organización dedicada a la investigación, la educación y la conservación, y fundó el programa Roots & Shoots, una iniciativa que fomenta el activismo ambiental entre jóvenes de más de 141 países, incluido Colombia. Con esta iniciativa buscaba empoderar a las nuevas generaciones para que tomaran acciones concretas en sus comunidades.
Su mensaje siempre fue claro: los chimpancés son nuestros primos más cercanos, compartimos con ellos el 98% de nuestro ADN, y si no actuamos, podrían desaparecer, demostrando que en la Tierra "nunca hubo vida inteligente".