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Una joven colombiana de 25 años vive a diario con un dolor que la ha llevado a tomar una drástica decisión: solicitar la eutanasia para poner fin a su agonía. Los Informantes conoció su crudo testimonio mientras batalla contra una endometriosis grado 4, una enfermedad debilitante.
“No puedo hablar, me ahogo. El dolor es tan fuerte que no puedo respirar, me desmayo, lloro, pero lloro de una forma inagotable. No me aguanto. A veces ni siquiera puedo moverme, entonces estoy sufriendo y solo salen lágrimas y yo me quedo quieta”, relata Melissa Gaona. Así intenta poner en palabras una sensación que la acompaña las 24 horas del día, los 365 días del año. De acuerdo con su relato, en una escala del 1 al 10, su dolor habitual se sitúa entre 8.5 y 9.
Su vida ha estado marcada por este padecimiento desde muy temprana edad. Aunque nació en Bogotá el 20 de marzo del 2000 en perfectas condiciones, a los 18 meses su salud dio un giro inesperado. Un vómito repentino durante una celebración de Halloween terminó en un diagnóstico de apendicitis que derivó en peritonitis, le realizaron una cirugía y estuvo 34 días de hospitalizada.
A partir de los cinco años, los síntomas regresaron con fuerza: vómitos, náuseas y dolores constantes que la estigmatizaron en su entorno escolar. “Siempre la enfermita, nunca tuve amigos, nunca nada, porque me rechazaban, porque era la que siempre estaba enferma, la que siempre se sentía mal”, recuerda.
Durante años, ningún médico pudo darle una respuesta clara sobre la causa de su sufrimiento. A los 15 años, como una medida para aliviar los cólicos menstruales, un especialista le recomendó un implante hormonal. Este tratamiento pareció moderar sus síntomas, permitiéndole estudiar sistemas en el SENA, tomar cursos de maquillaje y hasta iniciar un emprendimiento de postres. Sin embargo, su sueño de estudiar Medicina quedó truncado, ya que el dolor la obligaba a aplazar constantemente sus semestres.
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El 18 de febrero de 2020, poco antes de cumplir 20 años, su vida cambió drásticamente. Sandra, su madre, recibió una llamada urgente: Melissa estaba en la UCI tras sufrir una isquemia cerebral. Según cuenta, la ginecóloga le dijo que por el uso del Yadel (el implante hormonal) se le subió un coágulo. Las secuelas fueron devastadoras: perdió la movilidad en la mitad de su cuerpo y la capacidad de hablar y reconocer a su familia. Luego de un año de rehabilitación, logró volver a caminar y a hablar.
Tras ello, los médicos recomendaron retirar el implante hormonal, sospechoso de haber causado la isquemia. Con esa decisión, los dolores y todos los síntomas que la habían atormentado durante su infancia y adolescencia regresaron con una intensidad aún mayor. A pesar de todo, Melissa luchaba por mantener una vida normal. “Con dolor yo trabajaba, con dolor yo estudiaba, con dolor yo hacía mi vida. Yo decía: 'Meli, tú tienes que ganarle a esta enfermedad'”, afirma en diálogo con Los Informantes.
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La frustración crecía con cada visita al hospital. Sin un diagnóstico claro, llegó a ser tratada como si sus síntomas fueran psiquiátricos. “Me trataban como loca. Me decían que yo era una hipocondríaca”, revela.
Finalmente, en febrero de 2024, una cirugía exploratoria en el Hospital Universitario San Rafael reveló la causa de su dolor: endometriosis grado 4, el más severo. Esta enfermedad se caracteriza por el crecimiento de tejido similar al que recubre el útero fuera de este, afectando otros órganos y generando un dolor crónico e incapacitante. En el caso de Melissa, la enfermedad ha comprometido su intestino delgado, intestino grueso, uretra, vejiga y pared abdominal.
El diagnóstico trajo consigo una realidad abrumadora. El dolor se irradia a sus piernas, impidiéndole caminar, y le causa problemas para ir al baño. Para controlarlo, Melissa debe tomar una gran cantidad de medicamentos durante el día, incluyendo metadona, un potente opiáceo que, dice, no alivia el dolor, sino que la deja en un estado de adormecimiento.
Atrapada en la crisis que le genera ese dolor insoportable, con la ayuda de ChatGPT Melisa redactó una carta para solicitar la eutanasia. En ella argumentaba que su condición le impedía vivir dignamente: “Yo dije: ‘Yo no quiero más esto’ (…) No puedo caminar, que no puedo respirar, que no puedo hacer popó, que no puedo orinar, que no puedo dormir. Entonces, ¿cuál es la dignidad del ser humano?”.
Su solicitud de eutanasia fue denegada. El comité médico consideró que aún existían alternativas terapéuticas. Le propusieron una cirugía radical: extirparle el útero, los ovarios y las trompas, además de una posible colostomía (una bolsa para las heces) y otras intervenciones dependiendo del avance de la endometriosis en sus órganos. Sin embargo, la promesa era una reducción de apenas un 20% del dolor.
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Melissa rechazó esta opción, argumentando que comprimiría aún más su calidad de vida.
Justo cuando todo parecía perdido, el video que Melissa compartió en redes sociales explicando su caso se hizo viral y le abrió una nueva puerta. Una clínica en México, especializada en endometriosis, se puso en contacto con ella para ofrecerle un tratamiento menos invasivo. Este procedimiento busca limpiar los nervios y órganos afectados, con la posibilidad de reparar el intestino sin necesidad de una colostomía.
Sin embargo, el obstáculo ahora es económico: el tratamiento podría costar hasta 60.000 dólares. Para recaudar los fondos, Melissa vendió su carro y ha iniciado una campaña de recolección de dinero, aferrándose a esta última alternativa.
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En medio de esta tormenta, ha encontrado un motivo más para seguir luchando. Hace dos meses conoció a Mateo Pinto, se enamoró y ahora planea casarse. Este nuevo amor le ha dado una razón adicional para no dejarse vencer por el dolor.
La historia de Melissa Gaona refleja la de muchas mujeres. Se estima que en Colombia hay 3 millones de pacientes con endometriosis, una enfermedad reconocida legalmente como progresiva e incapacitante desde 2023, aunque la implementación de protocolos para un diagnóstico temprano sigue siendo una tarea pendiente.
Sobre la eutanasia, en Colombia se practica una cada 25 horas, pero siguen las barreras. En 2024, de cada 10 solicitudes solo se aprobaron 3.