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Por más que se repita que “una vida sexual activa es señal de bienestar”, no hay una cifra mágica que defina cuántas veces hay que tener relaciones para estar sano o satisfecho. Así lo explica Laurent Marshal, docente y sexólogo de la Fundación Universitaria Konrad Lorenz, quien insiste en que “la sexualidad no debería medirse en cifras, sino en bienestar”.
Según el experto, la frecuencia sexual varía enormemente entre personas y parejas, incluso dentro del mismo rango de edad. “Algunas tienen relaciones varias veces a la semana, otras una o dos veces al mes, y ambas pueden considerarse saludables si existe satisfacción y conexión mutua”, señala Marshal. La idea de una “frecuencia ideal” es más un mito que una realidad. Factores como el deseo individual, la etapa de la relación, el estrés, la salud física y mental o el contexto laboral y familiar influyen directamente en la libido. En los 30, una década marcada por la estabilidad profesional y las responsabilidades personales, el deseo no desaparece, pero sí se transforma.
“En los 30, el deseo sexual tiende a volverse menos impulsivo y más intencional: requiere tiempo, cuidado y complicidad”, explica Marshal. Desde el punto de vista fisiológico, las hormonas sexuales, como la testosterona y los estrógeno, se mantienen estables, lo que permite conservar un alto potencial sexual. Pero la fatiga, la rutina y la carga emocional pueden afectar el apetito erótico. “La clave no es mantener el mismo deseo que a los 20, sino cultivar una sexualidad acorde al momento vital, donde el placer y la conexión emocional ocupen un lugar central”, agrega.
Tener una vida sexual activa puede tener efectos positivos comprobados en la salud física y emocional, pero no como una obligación o una métrica de rendimiento. “La actividad sexual regular favorece la liberación de endorfinas, dopamina y oxitocina, neurotransmisores que generan placer, relajación y conexión emocional”, explica Marshal.
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Además, puede contribuir a fortalecer el sistema inmunológico, mejorar la calidad del sueño, reducir la presión arterial y estimular la circulación. En las mujeres, ayuda a mantener la lubricación y la tonicidad del suelo pélvico; en los hombres, promueve la salud prostática y cardiovascular.
Pero el experto es enfático: “Nada de esto tiene sentido si el sexo se vive desde la presión o la culpa. La sexualidad saludable no depende de la cantidad, sino de la calidad del encuentro, del deseo mutuo y del respeto por el ritmo propio y el del otro”.
A pesar de los beneficios, Marshal advierte que convertir el sexo en una obligación puede tener el efecto contrario: aumentar la ansiedad, la desconexión y el malestar en la pareja. “Cuando se vuelve una tarea o una medida de éxito, pierde su sentido de placer. Lo que sostiene el deseo es la comunicación, la curiosidad y el disfrute compartido”.
Por eso, más que buscar una frecuencia perfecta, el sexólogo invita a cultivar una sexualidad coherente con el momento vital de cada persona. “La clave no está en cuántas veces se tiene sexo, sino en cómo se vive: con libertad, intimidad y autenticidad”.
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LAURA CAMILA RAMOS CONDE
NOTICIAS CARACOL