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Desolador testimonio de violación a periodista y su mamá por parte de militares hace 25 años

“Ser víctima en Colombia es lo peor que a uno le puede pasar”, relata Manary Figueroa. Decidió contar su historia tras los recientes casos de abuso del Ejército.

Sufrió la agresión hace 25 años junto a su mamá, que estaba en embarazo, en Arauca. La comunicadora santandereana, ahora con 30 años, asegura que nunca recibió acompañamiento por parte del Estado.

Este es su desgarrador testimonio.

Noticias Caracol: ¿Qué la motivó a contar su caso?

Manary Figueroa: Quiero demostrar con mi caso que esto es una situación que se está llevando a cabo de manera sistemática. Mi situación quedó completamente en la impunidad, siempre estuvo en la oscuridad, nunca hubo alguien que alzara la voz por mi mama ni por mí y lo que me motiva es que, específicamente, no quiero que se olvide a las víctimas una vez se dejen de titular este tipo de vejámenes.

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N.C.: Entendemos que no es fácil revivir un episodio tan doloroso como el que vivió. Manary, ¿qué le ocurrió cuando tenía cinco años?

M.F.: Mi caso, además de aberrante, fue supremamente particular. Cuando una persona pierde el respeto por la humanidad de las otras personas, no le importa en qué estado está. No importa para las personas que cometen este tipo de delitos.

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Nosotras íbamos en compañía de un tío y un amigo de la familia; estábamos visitando a mi abuelo materno. Estábamos llegando a Arauquita y nos para un retén a las 2:00 a.m., que no tenía ningún fundamento. Básicamente manifiestan que nos tenemos que bajar del carro las mujeres y mis familiares preguntan que por qué y no hay respuesta. Es básicamente una orden. Yo me quedo en el carro, mi mamá se baja y nos dicen: “Todas las mujeres”. Empieza una discusión porque cómo así que todas las mujeres, la niña por qué. No hay respuesta, lo único que hay es más violencia. A mi tío le meten un cachazo y le ordenan que siga adelante con las luces apagadas hasta el municipio más cercano, que era Arauquita. Posteriormente nos llevan hasta un monte adentro y ahí es donde comenten los actos sexuales en contra de mi mamá y en contra mío.

N.C.: Su mamá denunció lo que les ocurrió, dijo que habían sido militares, ¿qué pasó con ellos?

M.F.: Mi mamá (con cuatro meses de embarazo) queda en precarias condiciones físicas. A mí no me trataron como a un adulto. La violencia sexual hacia mi humanidad fue diferente a la de ella, a ella literal la trataron como un costal. Conmigo las cosas fueron muchísimo más perturbadoras porque hubo incluso caricias hacia mi humanidad. Esas cosas nunca se me van a borrar, jamás en mi vida.

Cuando nos sueltan y nos quitan los zapatos para que caminemos solas al corregimiento donde nos esperaban mis familiares, mi mamá corre a buscar auxilio y, cuando ella manifiesta que los perpetradores fueron militares, todo el mundo está a la defensiva, a la negativa y les parece difícil de aceptar y ahí cambia el trato hacia la víctima.

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Mi mamá decide cubrirme, que yo no me enfrente a este tipo de traumatologías. La tratan con la menor dignidad posible, la obligan a reconocer a los soldados frente a frente y a estas personas solo les dan dos años de cárcel. Al salir de la cárcel, creo que son retirados del Ejército, y nos amenazan para tener que desplazarnos de Arauca a Santander.

N.C.: ¿Cuál fue el cambio en el trato hacia ustedes como víctimas?

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M.F.: La presión a la que la someten para que explique, una y otra vez. Obligarla a decir qué paso y cómo paso. En el momento de ser revisada en urgencias tienen que revisarla de 'pe a pa' para que haya un material probatorio. Mi pregunta es que… si hubiera dicho que son pertenecientes a la guerrilla o paramilitares, con haberlo dicho le hubieran creído. Tuvo que hacerse exámenes con su ADN y así comprobar que eran militares.

Las mujeres víctimas de violencia sexual saben que cuando dicen que son militares no nos creen.

N.C.: ¿Cuál fue la respuesta del Estado?

M.F.: Jamás nos acompañaron, el Estado nos olvidó completamente. Yo nunca tuve un tratamiento psicológico ni una visita. Lo hicieron al principio cuando empecé a tener problemas bastante fuertes, pero pues fue la empresa para la que trabajaba mi papá. El Estado jamás lo hizo, pero tampoco lo ha hecho.

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N.C.: ¿Cómo está usted?, ¿cómo está su mamá?

M.F.: Socialmente la vida es muy difícil. Yo era feliz, sonriente, agradable, parlanchina. Después de eso solo me volví problemática, violenta, llorona.

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El sistema nervioso de mi mamá se destruyó completamente. Mi mamá es medicada. Toda la vida tuvo un carácter supremamente fuerte y al final la enfermedad le ganó la batalla y tiene que estar medicada. Yo estoy diagnosticada con un trastorno de ansiedad crónico generalizado.

Por más que ella lo haya negado y ocultado por muchos años de su vida -sus recuerdos y su trauma- jamás se superó porque nunca hubo un tratamiento adecuado.

Mi hermano es una persona con un sistema nervioso bastante delicado y el Estado colombiano jamás ha mirado un solo segundo y estoy segura de que hay un sinfín de víctimas que tienen sus folios guardados porque a nadie le interesa.

N.C.: Con su experiencia, ¿cómo es ser víctima en este país?

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M.F.: Es lo peor que a uno le puede pasar. Uno no tiene dignidad, la dignidad se la da uno mismo. Mi mamá no está en el país. Mi mama quiso ser lideresa y ya la amenazaron y está fuera del país, exiliada. Yo no quiero que pase lo mismo conmigo, yo quiero seguir con mi carrera y eso es lo que hago día a día.

Nunca había combinado mi ejercicio periodístico, pero cuando pasa con las niñas y me doy cuenta que empiezan a archivar y a hacer cosas indebidas con los procesos, me doy cuenta que es lo mismo de siempre y algo tenía que hacer. Nunca va a ser más importante la imagen de una institución que lo que pueda pasar con las víctimas.

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A mi mamá me la quitan, yo no tengo ningún tipo de acompañamiento, tengo unos cuadros muy pausados: hay días grises, otros demasiado oscuros, otros que son muy lindos porque me acuerdo que debo tener una vida plena y trato de hacer lo posible por avanzar; pero si no lo hago, me hundo y si me hundo, nadie me va a escuchar.

Ser víctima en este país es lo peor que le puede pasar a uno porque tiene que vivir con ese calvario: o el calvario de que no le crean o muchas cosas que pasan.

La única vez que fui a la Fiscalía a decir: “Quiero denunciar mi caso”, me dijeron: “Esos casos de violencia sexual hacia comunidades por parte del Ejército no están acá”. Básicamente mi caso está en el Defensoría del Pueblo.

N.C.: ¿Cuál es su opinión ante los recientes casos de menores integrantes de comunidades indígenas abusadas, también por militares?

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M.F.: Pienso que no es verdad que sean casos aislados. He estado haciendo un análisis consciente: si a mí me preguntaran o me dijeran que esas personas se quitan el uniforme y guardan su arma para cometer estos crímenes, digo que son casos aislados. Estas personas utilizan este uniforme y un arma de dotación, que les da el Estado, para perpetrar estos crímenes, eso quiere decir que es un caso sistemático porque hay personas que cada vez más piensan hacer lo mismo.

Se supone que eso lo hacen los grupos al margen de la ley, no ellos. No debería haber 118 investigaciones desde el 2016. Imagínese cuántos casos hay de mujeres como yo que jamás pudieron hablar. Necesitamos una reestructuración interna en esta institución.

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