Un grupo de migrantes permanece desde hace 3 meses a pocos metros del estadio Metropolitano. Sobreviven como pueden y solo piden una oportunidad de trabajo.
Son los rostros más dolorosos de la tragedia humanitaria de los venezolanos en Colombia. Son postales para el olvido.
Niños de todas las edades metidos como puedan en carpas, arrumados en colchones y esperando que sus padres les lleven algo de sustento.
Este grupo de migrantes permanece desde hace más de tres meses en un campamento que improvisaron a pocos metros del estadio Metropolitano.
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No hay baños, no hay energía eléctrica, cocinan como pueden, viven como pueden y claman por ayuda.
El cuadro conmueve a más de un barranquillero. Todos saben que hay muchos colombianos padeciendo los mismos problemas, pero eso no es motivo para no tender una mano a estos migrantes.
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En muy pocos metros cuadrados se mezclan muchas tragedias. Hay indígenas venezolanos que vienen de la frontera, en la serranía del Perijá.
Algunos intentan vender canastos en las calles. Algunas veces pueden obtener algo, otras veces se devuelven sin nada.
Y, junto a ellos, venezolanos que no piden caridad sólo una oportunidad.
“Hemos buscado trabajo en todos lados y no nos dan porque nos piden el permiso. Necesitamos eso; nosotros venimos aquí a trabajar, no vinimos a pedir. No piensen que todos los venezolanos somos flojos. No señores, vinimos a trabajar”, dice uno de ellos.
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Lo mismo piensa este hombre que tiene empleados a seis venezolanos en su microempresa.
“No estoy de acuerdo con que les paguen menos porque la gente debe ganar por sus capacidades no por nacionalidad, ni por condiciones ni circunstancias”, dice el empresario.
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La suerte de estos migrantes parece estar echada. Las autoridades locales piensan desalojarlos muy pronto porque es un espacio público y al no tener condiciones mínimas de salubridad ya hay enfermedades.
El drama es que simplemente cambiarán de lugar, pero su dolorosa situación será la misma.
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