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A los 13 años, Benjamín Méndez tomó una decisión que marcaría su destino para siempre: se entregó voluntariamente a la guerrilla de las FARC para evitar que reclutaran a su hermana menor. Ese acto de amor lo separó de su familia y lo llevó a vivir una de las guerras más largas y crueles del mundo. Hoy, más de tres décadas después, Benjamín compartió su historia en Los Informantes con la esperanza de que su familia lo vea, lo reconozca y puedan reencontrarse.
Benjamín nació en el Guaviare, una región golpeada por el conflicto armado. Desde muy pequeño, su vida estuvo marcada por el trabajo duro y la violencia. Cuando la guerrilla llegó a su comunidad, su hermana fue el objetivo. Pensando que ella no sobreviviría a ese infierno, se ofreció en su lugar.
“Yo estoy seguro de que mi hermana no se hubiera aguantado ese proceso. Cuando ya llego a este campamento, me doy de cuenta que Sebastián era el instructor y abusaba de todas las menores de edad que llegaban”, relató.
Desde ese momento, Benjamín fue testigo de los horrores del conflicto: violaciones, ejecuciones, hambre y hasta canibalismo.
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"Había un man que le decían Perea y este señor llegaba y cogía los pedazos de la carne, los echaba a fritar y se los comía como si fuera carne normal”, recordó.
Uno de los episodios más traumáticos que vivió fue la Operación Berlín, una ofensiva del Ejército en el año 2000 contra una columna móvil de las FARC en Suratá, Santander. Esta unidad estaba conformada principalmente por menores de edad.
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Benjamín combatió durante casi tres meses en esa operación.
"Si nosotros no enfrentábamos el Ejército, pues la misma en su urgencia los mataba, que eran los comandantes o guerrilleros antiguos que estaban en esa organización”, relató.
En un momento, Benjamín y un compañero se escondieron en un hueco durante cinco días para salvar sus vidas. Al salir, huyeron hasta llegar a una casa donde fue acogido como su hijo, pero la guerrilla lo encontró nuevamente.
Tras ser recapturado, la guerrilla le asignó una importante misión: custodiar las caletas donde se almacenaban armas. Fue entonces cuando Benjamín escuchó en una emisora del Ejército que ofrecían recompensas por información.
"Yo escuchaba en esos días de la emisora del Ejército que ofrecían que las personas que se entregaran con lo que tenía y yo dije ‘si pagan por fusil, no pues con esto mejor dicho la millonada’. Y ahí es cuando planeo y me fugo con eso”, dijo.
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Junto a una compañera, caminó seis días sin comer ni beber, hasta llegar a una estación de Policía. Allí, tras un interrogatorio, convenció a las autoridades de que era un guerrillero desmovilizado porque al principio no le creían.
Benjamín se convirtió en informante del Ejército. Entregó cinco caletas repletas de armas y explosivos, tanto que un helicóptero tuvo que hacer tres viajes para transportar todo lo encontrado.
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"No sabía ni qué valor tenía una moneda de $200, no sabía ni qué valor tenía un billete. Ellos me regalaron ropa”, recordó sobre el inicio de su vida civil tras la guerra.
Con la recompensa que recibió, Benjamín intentó rehacer su vida. Compró tierras y comenzó a cultivarlas, pero la guerra lo había marcado profundamente. Así que decidió enlistarse en el Ejército Nacional.
Allí se convirtió en un soldado profesional valioso, aplicando su experiencia en el bando contrario, esta vez al servicio de la Nación.
Sin embargo, las FARC no olvidaron su traición. Le pusieron precio a su cabeza. “Ofrecían $25 millones en ese entonces”, dijo.
Desde entonces, Benjamín ha vivido bajo amenazas. La guerrilla ha intentado asesinarlo en varias ocasiones. Incluso han fingido ser su familia para tenderle trampas.
"Hace poco me llaman del frente 33, me dicen que era las FARC, que me iban a acabar, que me tenían que encontrar para matarme, pero yo cuento esta historia para que otros no repitan”, señaló.
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A pesar de todo, Benjamín sigue buscando a su familia. No sabe si están vivos, si lo recuerdan, si lo han visto en alguna entrevista. Su mayor anhelo es reencontrarse con ellos antes de morir.
Benjamín ha comparecido ante la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, para denunciar el reclutamiento infantil. Su voz tiembla cuando habla de los niños que fueron obligados a empuñar un fusil.
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“Yo recibí el primer fusil cuando tenía los 13 años. No solamente yo, había niños inclusivamente que el fusil era más grande que ellos, mucho menores. Niños de 10, de 9 años hacia arriba”, dijo.
Por eso le duele profundamente cuando escucha que los cabecillas de las FARC niegan el reclutamiento de menores.
Gracias a la Fundación Héroes de la Nación, Benjamín logró publicar un libro titulado Inocencia bajo fuego, donde narra su historia y denuncia los crímenes cometidos por la guerrilla.
Benjamín había ocultado su historia durante casi 30 años. Ni siquiera su esposa, con quien lleva 15 años, conocía su pasado como guerrillero. Apenas este año se enteró.
Ahora, a punto de recibir la baja tras 20 años de servicio en el Ejército, Benjamín ha decidido contar su historia públicamente. No busca fama ni reconocimiento. Solo quiere que ningún niño vuelva a vivir lo que él vivió.
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“Yo siempre le decía a Dios en esos combates caía ‘deme un día más’. Le decía a la Virgen María ‘deme un día más, que no me maten hoy, que me maten mañana’, aguantando hambre, con los pies pelados, totalmente aruñado todo el cuerpo, pero así resistí”, dijo.
Benjamín le contó su historia a Los Informantes con la esperanza de que puedan reencontrarse. Lleva casi 30 años buscándolos.