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En septiembre de 2023, la vida de Ana María Serrano acabó de forma violenta. Tenía 18 años, había iniciado la carrera de Medicina tan solo dos meses antes y soñaba con convertirse en cardióloga. Sus sueños, truncados de manera abrupta, se transformaron en un símbolo de la lucha contra la violencia feminicida en México y Colombia. Dos años después, su familia sigue esperando justicia, en medio de un proceso judicial que parece no avanzar.
Ana María conoció a Alan Gil Romero en la secundaria. Fueron pareja durante año y medio. Tras la ruptura, él habría mostrado comportamientos obsesivos y controladores. El 12 de septiembre de 2023, esa historia terminó en tragedia.
Ese día, Ana María estaba sola en casa porque su familia había salido de viaje. La investigación señala que Alan ingresó por la puerta trasera. El perro no ladró: lo conocía muy bien. Una vez dentro, presuntamente la asfixió y luego intentó encubrir el crimen como un suicidio.
Según la Fiscalía, tomó el celular de Ana María y envió mensajes a su madre con frases que no correspondían al estilo de la joven. Además, la escena habría sido manipulada para simular un suicidio. Sin embargo, las cámaras de seguridad captaron a Alan entrando y saliendo de la vivienda, y la autopsia confirmó la causa de muerte: asfixia mecánica.
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Cinco días después del crimen, Alan fue detenido. Las pruebas en su contra incluyeron capturas de pantalla de mensajes amenazantes, registros de ubicación y testimonios de amigos que evidenciarían un patrón de celos y control.
Dos años después, el proceso sigue sin sentencia. Aunque Alan está en prisión preventiva, el juicio no ha comenzado. La etapa intermedia acumula siete audiencias fallidas, aplazadas por maniobras de la defensa: amparos, revisiones, recursos y hasta cambios de abogados.
“Desafortunadamente en donde estamos, en la etapa intermedia, llevamos siete audiencias y no se ha podido completar ni siquiera esa etapa. Primero por los temas de los recursos, después porque los abogados dijeron que no habían tenido tiempo suficiente … y las últimas dos porque cambiaron de abogados”, señaló Ximena Céspedes, madre de la joven en Es tendencia de Noticias Caracol.
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El juez de control ya advirtió que no habrá más retrasos. “Las víctimas también tienen derecho de justicia pronta y expedita y llevamos 2 años”, recordó la madre. La próxima audiencia está prevista para el 19 de septiembre y podría ser decisiva.
La lentitud del proceso genera frustración en la familia Serrano. “Tuvimos que trabajar más de 6 meses con la Fiscalía para armar todas las pruebas y el caso … y nos dimos cuenta de que frenamos contra pared: los padres del acusado han metido amparos, recursos, revisiones… artimañas para correr esa etapa. Esperamos que a finales de septiembre podamos llevarla a cabo”.
Esa estrategia dilatoria ha convertido al tiempo en un aliado de la impunidad. Cada aplazamiento significa para la familia revivir el dolor y prolongar la incertidumbre.
En medio de esa lucha, la madre de Ana María tomó una decisión: perdonar. No busca venganza ni la pena máxima, sino que el acusado se haga responsable.
“Si yo me quedo odiándolo, lo único que estoy haciendo es empeorando las cosas… decidí desde el corazón desde hace mucho tiempo: yo te perdono por lo que ya has hecho… lo único que pido es que hagas una mejor vida a través de lo que estás haciendo y no empeores la que tienes, haciéndose responsable”.
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Incluso ha manifestado su disposición a pedir que se le asigne la pena mínima: “No es un tema de venganza, es un tema de que cumpla la justicia y se haga responsable”.
El dolor de la pérdida se convirtió en motor de acción. La familia creó la Fundación Naná, un espacio dedicado a prevenir la violencia de género y acompañar a jóvenes en riesgo.
“Han sido 2 años de muchísimo aprendizaje … y a partir decidimos hacer la Fundación Naná … ya nos han dicho 10 mujeres que han salvado su vida gracias a lo que les hemos contado. Eso nos llena el alma y nos motiva todos los días”, afirmó la madre.
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La fundación trabaja en la identificación de cinco señales de alerta en relaciones: control, celos, aislamiento, menosprecio y cambios de temperamento.
“Lo que hacemos es concientizar a la población … y lo que queremos llegar es a toda Latinoamérica. Que todo el mundo entienda esas cinco señales y que sepa dónde tiene que mandar a una víctima o un agresor”.
El distanciamiento con la familia de Alan Gil ha sido total. “A él solamente lo vemos cuando vamos a las audiencias que lo vemos detrás de un vidrio, nunca hemos hablado con él ... Yo solo hablé una vez con el padre de Alan, le pedí que nos ayudara… me dijo que lo pensaba y a la semana siguiente nos mandó los abogados a decir que, pues a punta de amparos lo iban a sacar. Ya no volvimos a tener ningún contacto… ni nos saluda ni nos ve. A mí me encantaría que nos oyeran algún día”.
El feminicidio de Ana María Serrano generó indignación en México y Colombia. Marchas, velatones y protestas exigieron justicia y denunciaron la impunidad en los feminicidios, que según organizaciones civiles supera el 90% en ese país.
Recientemente, la presidenta de México Claudia Sheinbaum pidió a la Secretaría de las Mujeres acompañar a la familia y aseguró que el Estado tiene la obligación de garantizar justicia en estos casos.
Su madre la recuerda como una joven muy especial. “Ana María una niña, yo siempre he dicho que era una niña brillante … tenía una sonrisa maravillosa, tenía un halo de luz precioso, todo el mundo la quería”.
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Asimismo, siente que está presente en su vida a través de diferentes formas: “Cada vez que yo necesito algo o estoy muy triste… sale un colibrí, o sale un gorrión, o sale algún pájaro que me dice que Ana María está cerca de nosotros”.
El caso de Ana María Serrano sigue siendo símbolo de dolor y resistencia. Dos años después, su familia no ha encontrado justicia en los tribunales, pero ha levantado una voz que inspira a miles.
Más allá de los estrados judiciales, Ximena Céspedes ha convertido su dolor por este crimen en un llamado a la acción. Para ella, el caso de su hija no es solo una lucha personal, sino una voz que busca prevenir más tragedias en Latinoamérica y el mundo. “Nunca es la culpa de ellas. Todos tendremos que tatuarnos en la cabeza: no es nuestra culpa la violencia, sí es nuestra responsabilidad salir de ella”, dice convencida de que la memoria de Ana María puede salvar vidas y abrir los ojos de una sociedad que no puede seguir normalizando la impunidad tanto en México como en Colombia.
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Su historia recuerda que detrás de cada cifra de feminicidio hay una vida truncada, una familia rota y una sociedad que no puede normalizar la violencia.