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La toma y retoma a sangre y fuego del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 marcó la vida de centenares de funcionarios del poder judicial. Cuarenta años después, las cicatrices dejadas por las balas de quienes interrumpieron y atacaron el Palacio parecen no sanar. Uno de los sobrevivientes es Orlando Arrechea Ocoró, quien en ese entonces se desempeñaba como Oficial Mayor de la Secretaría de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia. Arrechea no solo sufrió el secuestro a manos del M-19 y vio morir asesinados a varios de sus compañeros de trabajo, sino que sobrevivió a una tragedia posterior aún más horrible: fue torturado a manos de militares.
Orlando Arrechea, originario del Cauca, contó en Noticias Caracol con orgullo el trabajo que realizaba en el Palacio de Justicia y recordó que era amigo incluso de los periodistas que pasaban los días frente a su oficina. Previo a la toma y retoma, comentó que era un "secreto a voces" que la Corte iba a ser atacada. "Todo el mundo lo sabía, en la cafetería todo el mundo hablaba de eso", afirmó, aunque aseguró que nunca imaginaron las dimensiones que tendría la tragedia.
El miércoles 6 de noviembre de 1985, Arrechea salió a la cafetería, una costumbre diaria. De repente, se escucharon explosiones. En un momento, el administrador Orlando Bayo empezó a correr, y Arrechea, aunque le gritó, lo vio morir asesinado. El Ejército ingresó brevemente y usó escaleras para rescatar a la esposa del entonces ministro de Gobierno, Jaime Castro, y al hermano del presidente Belisario Betancur, prometiendo regresar por los demás, aunque nunca lo hicieron. Arrechea fue sacado del Palacio a las 4 p.m., junto a otros rehenes, caminando en fila y pegados a la pared.
La alegría por la libertad duró poco. Al salir, Arrechea y otros fueron llevados a la Casa del Florero. Le contó a Noticias Caracol que allí, a manos de los militares, padeció "la más horrible tragedia que un inocente pueda soportar, la tortura". Arrechea se encontraba indocumentado. Los militares interrogaban a cada rescatado, con la sospecha de que los guerrilleros intentarían salir haciéndose pasar por empleados. Alrededor de las 6 o 7 p.m., los más jóvenes fueron llevados al segundo piso, donde se realizaban los interrogatorios a cargo de la Inteligencia Militar.
Allí comenzaron las acusaciones y el "ablandamiento". Arrechea fue golpeado con "trompadas, patadas". Se le dijo directamente que era guerrillero, y lo acusaron de haber estado en la toma de Corinto, algo que él negó rotundamente. El Ejército, posteriormente, lo reportó como sospechoso en un oficio, incluyéndolo en una lista de seis personas detenidas en las inmediaciones del Palacio para establecer sus identidades.
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El temor de Arrechea se intensificó cuando supo que lo llevarían a la Escuela de Caballería en Usaquén. Arrechea ideó una estrategia de supervivencia: escribir su nombre en papelitos y lanzarlos a los periodistas que lo conocían. Quería que supieran que no estaba ni en su oficina ni en el Palacio, y que no había desaparecido.
En Usaquén, el sufrimiento continuó. Fue enviado a las caballerizas y sometido a torturas, posiblemente "más fuertes" que las anteriores, siendo llamado "delincuente". Una persona lo reconoció al ingresar a la guarnición militar y avisó a su familia. Este relato coincide con el documental "Huellas de Desaparición", realizado por Forensic Architecture y la Comisión de la Verdad.
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Arrechea aseguró que lo ocurrido a un exguerrillero llamado William Almonacid —quien aparece en una imagen junto a él en una camioneta, y que luego apareció muerto con un "tiro de gracia" después de haber estado en Usaquén— era lo que intentarían hacer con él, y que solo "Dios me salvó". Un familiar logró identificarlo al día siguiente al pedir un certificado de sueldo en el Ministerio de Hacienda.
Pese a haber demandado a la Nación por todo lo vivido, su caso en el Consejo de Estado está paralizado. Arrechea lamentó que se haya "inventado la prescripción", alegando que debieron haber denunciado en los dos años siguientes. Después de cuarenta años esperando, Orlando Arrechea, quien sobrevivió dos veces al Holocausto del Palacio de Justicia, confía solo en la justicia divina.
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