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El Cementerio Central de Palmira, en el Valle del Cauca, se ha convertido en el escenario de uno de los ejercicios de reconciliación más inéditos en Colombia. Con la ayuda del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), un grupo de exintegrantes de las FARC, firmantes del acuerdo de paz y otro de exmiembros del Ejército de Colombia, que comparecen ante la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, se han unido para excavar, recuperar cadáveres y construir infraestructuras de memoria en un sector históricamente olvidado. Los Informantes conoció su historia.
Durante un año, estos antiguos enemigos, han trabajado hombro a hombro, compartiendo no solo herramientas de construcción, sino también historias y alimentos, en un esfuerzo conjunto que parecía un encuentro improbable.
El sector intervenido del cementerio, conocido informalmente como el cementerio El Olvido, había permanecido por décadas como una fosa común en la parte de atrás del camposanto. Allí fueron enterrados centenares de cuerpos sin identificar, sin seguir ningún tipo de protocolo ni individualización.
La transformación de este espacio comenzó con una meta clara: dignificar los cuerpos y sanar las heridas de la guerra. Inicialmente, el proyecto se enfocó en asegurar el predio para que la delincuencia común no lo siguieran profanando.
“Ese encerramiento lo comenzamos a construir en el mes de septiembre, pero a la par, nosotros estábamos ayudando la Unidad de Búsqueda de Medicina Legal a la prospección y recuperación de los cuerpos”, señaló Diego Bareño, mayor (r).
En total, 23 comparecientes de la fuerza pública, incluyendo oficiales, suboficiales y soldados, trabajaron en el sitio, junto a exguerrilleros, cambiando el camuflado y los fusiles por carretillas, palas y picas. El mayor retirado del Ejército, Diego Alberto Bareño, director de la fundación Comité de Reconciliación y compareciente ante la JEP, enfatiza en la importancia de este trabajo para la sanación. Bareño, quien duró 26 años en la institución y fue oficial de infantería en varias unidades especiales, es el coprotagonista de este ejercicio junto a Maribel Ferreira, excombatiente de las FARC.
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Maribel, oriunda de Mitú, tiene 43 años y formó parte de las FARC desde los 12 años, llegando a ser enfermera de combate. La guerra le dejó profundas cicatrices físicas, pues fue herida cuatro veces. Ella relata el impacto personal de la colaboración: "Yo llevo una felicidad y a mí esto me sirvió mucho para olvidar muchas cosas. El tiempo de guerra, uno combatiendo con ellos y ahora con ellos acá diferente", dijo en Los Informantes.
El trabajo no se limitó a la excavación. Después de recuperar los cuerpos sepultados en el contorno, llegando a bajar hasta 2,20 metros, el equipo procedió a construir columnas para levantar repositorios. La segunda etapa consistió en la construcción de estos "repositorios de memoria", conocidos comúnmente como osarios.
El objetivo es que en estos osarios se alberguen los cuerpos recuperados a medida que sean identificados. Bareño enfatizó el significado del nombre: "normalmente son conocidos como osarios, pero nosotros los llamamos repositores de memoria porque es dignificar los cuerpos que se encuentran allí en tierra, llevarlos a este lugar", señaló.
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El proceso fue transformador, borrando la enemistad que alguna vez los separó. Maribel recordó las dificultades iniciales que tuvieron: "Al comienzo como es natural hubo tensiones, difícil, yo decía '¿Cómo era el encuentro con la fuerza pública si fuimos enemigos?'". Pero la convivencia diaria forjó un nuevo vínculo. "Y yo aprendí a conocerlos a ellos y a distinguirlos, ya no era su enemigo, no, ya no eran mis enemigos", contó.
En este laboratorio de paz, la camaradería surgió en medio del arduo trabajo: "compartimos todo, refrigerio, compartimos almuerzos, sentamos en una sola mesa, comemos", relató Maribel. Bareño confirmó que la integración fue total: "siempre estuvimos fue juntos, integrados y éramos 10 y llegaban ocho almuerzos, entre todos nos compartíamos del almuerzo, una botella de agua, un vaso de agua, todo se compartía".
La obra adelantada en Palmira por excombatientes de la guerrilla y del Ejército de Colombia es definida por la JEP como un TOAR (Trabajos, Obras y Actividades de contenido Restaurador y Reparador). Si bien muchas de las sanciones impuestas por la JEP serán TOARs que deben realizarse a lo largo del país, el proyecto de Palmira se distingue por ser voluntario y anticipado.
"Creo que poder hacer un TOAR anticipado es la demostración de la voluntad de firmantes, de comparecientes de familiares, pero también de la institucionalidad", señaló Marta Burbano, líder de madres buscadoras.
Maribel Ferreira, quien hace parte de Reencuentros, una corporación de excombatientes de las FARC dedicada a la búsqueda de desaparecidos es un ejemplo de la profunda motivación personal que impulsa esta labor, pues ella busca los restos de su propia pareja, fallecido en combate con el Ejército. Ella confía: "Ojalá que esté acá, que puedan encontrarlo", afirmó.
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El trabajo conjunto, sin embargo, no estuvo exento de retos, lidiando incluso con el vandalismo y el robo. Ante el hurto de materiales, la reacción fue de resiliencia: "agachamos la cabeza, vimos, levantamos porque dijimos: 'ellos no nos pueden arruinar'".
El proyecto de Palmira no solo se centró en la construcción física, sino también en el encuentro emocional con las víctimas. La guerra ha dejado una cifra estremecedora de desaparecidos en Colombia: alrededor de 132.877 personas. El Valle del Cauca es particularmente afectado, con 9.000.
Cuando la obra de los osarios avanzaba, un grupo de madres buscadoras visitó el lugar para reunirse con los antiguos combatientes y sumarse a la recuperación del camposanto. Marta Burbano, líder de este grupo de madres buscadoras, relata la tensión inicial: "cuando yo entré con las víctimas, todos ellos agacharon la cara, yo creo que era un reconocimiento de la responsabilidad que habían tenido en todo ese dolor que las víctimas estaban sintiendo". Sin embargo, la labor compartida está transformando las relaciones: "hoy cuando uno viene al cementerio y por lo menos se pueden saludar implica que ese compartir aquí en lo cotidiano, ese hacer una apuesta común, va transformando las mentes y los corazones", señaló.
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Graciela Solís, de 63 años, es una de estas madres. Su hijo, Andrés Felipe Peñaranda Solís, desapareció hace más de cuatro años en Puerto Merizalde de Buenaventura, una zona bajo control de grupos armados. Para Graciela, la búsqueda es una obligación para conocer la verdad: "alguien tiene que pararse y buscar porque si no buscamos, entonces, ¿cuándo vamos a darnos cuenta de qué pasó con nuestros hijos o nuestros familiares desaparecidos?", afirmó.
La búsqueda no es exclusiva de la población civil; también hay familiares de miembros de las FARC y de la fuerza pública buscando a sus seres queridos. Por su parte, las víctimas cultivaron un jardín y levantaron un pequeño memorial, mientras que los excombatientes construyeron el oratorio y un mural a la entrada.
Hace pocas semanas se realizó la entrega oficial de la obra. Maribel y el mayor Bareño, fueron los encargados de dirigir unas palabras. Maribel destaca el aprendizaje: "Esto me enseñó que la reparación inicia a la disposición de trabajar con respeto y reconocer al otro como digno de cuidado".
Hasta el momento, la Unidad de Búsqueda ha logrado recuperar 99 cuerpos allí, los cuales esperan ser identificados por Medicina Legal. Se estima que en esta sección intervenida pueden existir alrededor de 600 cadáveres más que requieren ser individualizados e identificados.
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Pese a los riesgos que enfrentan en su seguridad, los protagonistas insisten en que la paz ha valido la pena. El delegado del PNUD, al acompañar la entrega, resaltó la magnitud del logro, definiéndolo como una transformación individual y colectiva, una "posibilidad del ser humano de transformarse, de convertirse en otra cosa. Y yo creo que lo que hemos visto en este proceso es eso, es una transformación individual y colectiva", dijo.
El trabajo de exhumación continuará bajo el liderazgo de los forenses de la UBPD. Los constructores de la paz en Palmira confían en que este piloto se replique demostrando que la reconciliación es posible. La primera muestra de dignificación ya ocurrió: el mismo día de la entrega, se realizó el primer funeral de los restos de una persona plenamente identificada.