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La gastronomía colombiana vuelve a ser protagonista en el escenario mundial. En la más reciente edición de los The Best Chef Awards 2025, celebrada en Milán, Italia, tres de los más influyentes cocineros del país recibieron la máxima distinción: tres cuchillos. Leonor Espinosa, del restaurante Leo; Jaime Rodríguez, de Celele; y Álvaro Clavijo, de El Chato, fueron galardonados por su maestría, innovación y el profundo impacto cultural de sus propuestas culinarias.
Este prestigioso certamen, que se celebra desde 2017, no solo premia la excelencia técnica, sino que se enfoca en el trabajo individual de los chefs, su creatividad y su capacidad para contar historias a través de la comida. El reconocimiento a Espinosa, Rodríguez y Clavijo reafirma el momento dorado que vive la cocina colombiana, posicionándola como un referente de identidad, sostenibilidad y vanguardia. Pero, ¿quiénes son estos chefs y cuáles son las historias que los llevaron a la cima de la gastronomía global?
Leonor Espinosa ha construido una carrera tan desafiante como sus creaciones culinarias. Nacida en Cartagena, su vida ha sido un constante acto de rebeldía, una característica que ella misma atribuye a su particular llegada al mundo. “Nací de culo definitivamente”, confesó entre risas en entrevista con Los Informantes. “Pero agradezco haber nacido de culo porque soy lo que soy seguramente por haber nacido al revés”, enfatizó.
Antes de encontrar su vocación en los fogones a los 35 años, Leonor exploró la economía, la publicidad y las bellas artes. Su infancia, dividida entre la Cartagena visible y la invisible, y las vacaciones en Sincé (Sucre) junto a su abuela, una matrona que cocinaba para todo el pueblo, sembró en ella una profunda conciencia social. Recuerda cómo su abuela la enviaba a repartir comida a los más necesitados: “Y mi abuela nos mandaba con un calderito de comida para llevárselo a la gente que vivía en el otro lado... nos acercaba a lo humano, a lo profundo”.
Esa lección de vida se convirtió en el pilar de su cocina. Tras romper los moldes de su crianza conservadora, casarse joven y convertirse en madre soltera, Leonor comenzó a viajar por Colombia, decidida a investigar la memoria culinaria del país. “De repente me doy cuenta que esos territorios donde yo quería estudiar esta memoria eran territorios de conflicto, de pobreza monetaria... y fue ahí cuando dije no sería egoísta de mi parte si yo no hago nada”, relata sobre el origen de su compromiso.
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Hoy, su restaurante Leo, ubicado en Bogotá y reconocido entre los 50 mejores del mundo, es un homenaje a esa Colombia profunda. Cada plato es una experiencia que huele a “selva húmeda, a manglares del Pacífico, a pecado del Caribe”. A través de su fundación Funleo, trabaja directamente con pequeños productores, comunidades indígenas y afrodescendientes, comprando sus productos y llevando formación gastronómica a zonas apartadas. Para Leonor, la cocina es una herramienta de transformación, una plataforma política desde donde no teme alzar la voz.
En el corazón de Getsemaní, Cartagena, se encuentra Celele, un restaurante que es un universo de sabores, aromas y significados. Su líder, Jaime Rodríguez, es un chef boyacense que encontró en el Caribe colombiano una despensa inagotable de inspiración y un propósito de vida. Su cocina es el resultado de una búsqueda incansable por redescubrir ingredientes y técnicas ancestrales que estaban al borde del olvido.
Criado entre las minas de esmeraldas de Boyacá, Jaime sintió desde joven la llamada de la cocina, influenciado por las preparaciones de su madre y su abuela. Tras formarse en el SENA y trabajar con reconocidos chefs como Jorge Rausch, quien fue para él “una persona pues increíble, un buen jefe”, su curiosidad lo llevó a representar a Colombia en concursos internacionales. Sin embargo, su verdadero destino lo esperaba en Cartagena, a donde llegó hace 15 años.
Un recorrido por el mercado de Bazurto fue suficiente para enamorarlo. Allí, entre el bullicio, los olores a pescado fresco y especias, comprendió la riqueza de la región. “Tenemos una un imaginario totalmente distinto de lo que es la verdadera cocina del Caribe colombiano y yo empiezo a ver un montón de cosas y a preguntarme como ¿qué es esta maravilla de cocina que yo no veo en los grandes restaurantes?”, explicó en Los Informantes sobre su revelación.
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Jaime no se quedó en el mercado. Su investigación lo llevó a los patios productivos del barrio Olaya Herrera, una zona marcada por la pobreza, donde la fundación Granitos de Paz apoya huertas comunitarias. Allí, donde otros solo veían maleza, él encontró tesoros como la verdolaga, la flor de gallito o la cañandonga, ingredientes que hoy son estrellas en su menú. “Si la gente come queso azul, ¿por qué no comer cañandonga?”, se preguntó. Su trabajo ha empoderado a mujeres como Yaris y Marta, quienes pasaron de vender fritos en la calle a ser proveedoras de uno de los mejores restaurantes de Latinoamérica, cultivando plantas comestibles en lo que antes eran basureros. En Celele, Jaime demuestra que la alta cocina puede nacer de la tierra más humilde, transformando una gallina criolla dura en un manjar confitado o un guiso tradicional en una obra de arte.
La historia de Álvaro Clavijo es una de perseverancia, disciplina y un amor por la cocina nacido del azar. Su carrera comenzó en París, no por vocación, sino por necesidad. Tras terminar el bachillerato, buscó trabajo como mesero, pero su destino estaba en otro lugar. “Usted es muy feo para ser mesero, váyase a lavar platos”, le dijeron, reveló en Los Informantes. Irónicamente, era tan malo lavando platos que el chef le pidió que cocinara, y fue ahí donde encontró su lugar en el mundo.
Desde ese momento, su ascenso fue meteórico, pero no fácil. Se formó en la prestigiosa escuela Hoffman de Barcelona, donde aprendió una lección fundamental: “este oficio no hay un ingrediente malo sino mal cocinado”. Luego, se forjó en las competitivas y agresivas cocinas de París, como la del restaurante Epicure, galardonado con tres estrellas Michelin. Allí soportó amenazas y un trato hostil. “Una vez me encerraron un cuarto frío y me amenazaron”, recordó sobre la dureza de ese ambiente. Esas experiencias, lejos de quebrarlo, forjaron su carácter estoico y su ética de trabajo implacable.
Tras pasar por Noma en Copenhague, considerado varias veces el mejor restaurante del mundo, regresó a Bogotá en 2017. Un problema con una visa para trabajar en Rusia lo llevó a abrir El Chato, un restaurante en Chapinero con el que rinde homenaje a su ciudad natal. Al principio, su propuesta de usar ingredientes locales poco convencionales, como corazones de pollo, vísceras y remolacha, casi lo lleva a la quiebra. “Usted empieza a ver platos devueltos casi que completos y la gente pagando la cuenta es porque nunca van a volver”, cuenta sobre esos difíciles primeros meses.
Pero Clavijo perseveró, y su audacia dio frutos. Hoy, El Chato es el único restaurante colombiano en el top 50 de la lista The World's 50 Best, habiendo alcanzado una de las posiciones más altas en la historia para la cocina nacional. Su cocina es una fusión de técnicas francesas, disciplina estadounidense y minimalismo danés, todo aplicado a la despensa colombiana. Para él, los ingredientes locales son una fuente inagotable de creatividad: “Eso es lo que me da Colombia”, afirma con orgullo.
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Otros colombianos destacados en The Best Chef Awards 2025 fueron Jeferson García (Afluente), Natalia Cocomá (Oda), Jaime Torregrosa (Humo Negro), Luz Dary Cogollo (Mamá Luz) y el dúo Mateo Ríos y Sebastián Marín (X.O.), quienes recibieron un cuchillo.